HISTORIA
DE P
H. A., 23 de julio de 2004
Lo dedico a las Nicole,
María Teresas y similares. (El autor)
P fue supernumeraria. Probablemente ahora lo seguiría
siendo si no se hubiera tropezado con una directora tan cerril
que la mandó despedir de su trabajo por haber ganado
un proceso canónico, ante el tribunal de la Rota, solicitando
el reconocimiento de la nulidad de su matrimonio. Y eso, en
la persona de la cocinera y jefa de dos chicas de servicio
en una pequeña casa de retiros a las afueras de Z,
era un escándalo.
Al igual que Aquilina, P conoció en su infancia y
adolescencia un ambiente familiar marcado por un padre funcionario,
riguroso, autoritario y controlador. El padre de P pertenecía
al bando que ganó la guerra civil en 1939, y siguiendo
la tónica dominante en el país transformó
su hogar en un pequeño cuartel, en el que vivían
con él su esposa y sus seis hijos. P era la cuarta.
El padre de P, a mediados de los años cincuenta, se
convirtió en uno de los primeros supernumerarios de
Z y al espíritu castrense del hogar añadió
las enseñanzas de Escrivá.
Todos los días rosario, pasillo arriba pasillo abajo;
todos los domingos a misa con la pequeña tropa seguida
de interrogatorio para indagar las razones por las que algún
vástago no había comulgado; consagración
al Sagrado Corazón de Jesús; consagración
a la Sagrada Familia; lecturas controladas; y secuestro de
discos impropios -entre otros, la ranchera que dice "yo
cogí una mariposa de muchísimos colores, pero
era muy vanidosa como son muchas mujeres. Volaba de rosa en
rosa buscando mucho placeres, pero al llegar a mi huerta la
encontré de mis quereres..." Y esta otra por la
cara B del vinilo pequeño de 45 revoluciones por minuto:
"Un 19 de maaarzo, muy presente tengo yooo, el Rocío
de los pooobres en San Fernando corrióóóóó;
los caballos que corrieeeroooon no eran grandes ni eran chiiicos,
y el Rocío de los pobres hieeela la saaangre a los
riiiiiiiiiicos..."
Letras, al parecer revolucionarias, de corte marxista donde
las haya y pecaminosas, como las canciones de otro disco,
también secuestrado por el ejemplar padre supernumerario,
una de cuyas letras decía, más o menos así:
"Ay maripooosa, pero mira que cosa, maravillooosa...."
y ésta sí que era perniciosa porque quien la
cantaba le daba un aire equívoco, porque no se refería
a un coleóptero, sino a una reinona; quien, posteriormente,
a lo largo de la canción, decía cosas como:
"¿Es aquí la oficina de reclamaciones?
¿Sííííííí?
¿Puedo quejarme? Pues ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy..."
Junto a esos discos también fue secuestrado un maravilloso
libro de don Marcelino Menéndez Pidal, en el que el
sabio recopilaba cuentos de todo el mundo, incluido "Las
mil y una noches".
En ese ambiente de libertad, en ese hogar luminoso y alegre,
la prole iba creciendo educada en la mentira y el disimulo.
Porque, además, el ejemplar padre supernumerario, que
antes de la guerra militaba en las juventudes carlistas del
pretendiente don Jaime y, porra en mano, se enfrentaba con
sus compañeros de partida con los estudiantes socialistas,
comunistas y anarquistas de la Universidad de Z, no olvidaba
sus democráticos usos y costumbres. Quiere ello decir
que, con la bendición de su director en el instituto
secular primun inter pares, este padre supernumerario impartía
en su cuartel-convento doméstico el rigor de la bofetada,
el pescozón, el correazo y la paliza sin más
conmiseración entre la prole a la hora de recibir estopa
que la dispensada a la benjamina de la casa. De la pequeña
para arriba, todos cobraban.
Sirva este apunte doméstico para comprender mejor
por qué P y sus hermanos pusieron pies en polvorosa
en cuanto pudieron. En el caso de P, nuestra protagonista,
la huida hacia la libertad pasó por un matrimonio precipitado,
pero aparentemente salvador. Y se equivocó. Tanto al
casarse con su novio como al dejar su trabajo como administrativa
en una entidad bancaria de Z. Pensaba P, como entonces la
mayoría de sus compatriotas, que el hogar era incompatible
con el trabajo profesional. Pero pronto comenzaron los problemas.
Tras el primer hijo, el marido dijo que punto. Pero llegó
otro, con problemas de salud para la madre a la que el ginecólogo
aseguró que ya no tendría más descendencia.
Con gran enfado para el marido, hubo un tercero seguido de
pleito contra el médico. La convivencia se enrarece.
Como P había recibido una profunda formación
religiosa en los colegios de monjas a los que había
acudido, y no le disgustaba la teoría del matrimonio
según Escrivá, más los libros de Jesús
Urteaga y los consejos paternos y maternos, nuestra amiga
P se consuela en la piedad. Inmediatamente es captada y pita.
Transcurren 18 años heroicos, recibiendo insultos del
marido, que se alcoholiza y prácticamente deja de trabajar.
P busca trabajo y lo encuentra en una casa de retiros, ubicada
en una finca de un supernumerario y que éste cede al
Opus Dei. Entra P de cocinera y dirige a las chicas que limpian.
Ella también. De repente, los asistentes a cursos y
convivencias comienzan a extender la buena nueva de que en
Campo L, por fin, se come muy bien. Y todos son felicitaciones
para P, a la que se le toleran ciertas actitudes personalistas
en lo referente a las costumbres domésticas de las
casas del Opus Dei. Así, P sirve el gazpacho como mejor
le parece, o el arroz con leche o lo que sea. Y de un duro
saca dos, y economiza y la cosa va viento en popa. Cómo
será la cosa, que la numeraria gran jefa del asunto
encargada de la Casa le dice que muy bien P, lo tuyo estupendo.
Si hubiera sido de la sección de varones le hubieran
dicho: ¡cojonudo P, lo tuyo cojonudo!
Hasta que el marido comienza a zurrarle la badana. La directora
de P le aconseja que rece y aguante. El sacerdote del Opus
Dei con quien se confiesa P le dice que aguante y rece. Y
P reza, aguanta y cobra, sigue cobrando, aguantando y rezando.
Pero de tanto cobrar y cobrar empieza ya a hartarse. Y se
harta de ser despreciada delante de sus hijos en casa, y de
fregar vomitonas del marido y de tener que sacar dinero de
donde no hay para dar de comer todos los días en casa
a cinco personas. Y entonces, decide acudir al tribunal de
la Rota para pedir ayuda. Y allí le dicen que ese matrimonio,
seguramente fue nulo. Y P va y se lo dice a la numeraria en
la charla, y esta numeraria se lo cuenta a otra, y esta otra
a la gran jefa de la Casa. Y la gran jefa de la Casa le dice
a P que se lo piense, que si llegase a separarse tal vez no
podría seguir haciendo la comida en Campo L, ni limpiando
el polvo. ¿Razones? No le da ninguna. Seguramente por
alguna indicación de algún vademécum
o simplemente porque la tal jefaza es gilipollas, sin más.
Y allí va nuestra heroína P a ponerse en manos
de abogados. Contrata a una letrada supernumeraria y gana
el caso. De repente, después de más de veinte
años de matrimonio y de tener tres hijos resulta que
es soltera. Y como el bien es difusivo per se, se entera toda
la delegación. Y sin que P reciba comentarios a favor
o en contra de la sentencia por parte de ninguna persona de
tales instancias, un buen día es citada por el director
de la gestoría que le pagaba la nómina. Como
también el gestor es supernumerario, la conversación
es breve. Quedas despedida. No están contentas contigo
porque no te amoldas a las costumbres de Casa para dar vueltas
a la sopa, lías las tortillas de izquierda a derecha
y el Padre dice que se hace de atrás p'adelante, y
además hay una agregada que necesita ese trabajo. Como
tienes tan buen espíritu lo entenderás. Y en
un plis plas, P se queda en la rue.
Y ya puesta en la calle, P decide mandar a tomar viento y
algo más a todas las numerarias santas, curas sadomasoquistas
en carne ajena y demás cerdos. Y digo cerdos, y cerdas,
porque cerdamente se portaron con ella.
La historia de P podría acabar aquí. Pero como
el bien es difusivo per se, como ya se dijo anteriormente,
os diré que tras unos cuantos años luchando
a brazo partido como autónoma, P se arruinó.
Invirtió la corta herencia de sus padres y se endeudó
para sacar adelante dos pequeños negocios que la dejaron
limpia de polvo y paja. Sus hermanos la ayudaron una corta
temporada; una amiga le alquiló a precio de regalo
un pequeño apartamento... hasta que otros amigos le
consiguieron un trabajo de cocinera en un centro de día
para enfermos psiquiátricos. Allí P obró
otra vez el milagro de dar de comer espléndidamente
ahorrando presupuesto, de pasar brillantemente por primera
vez en la historia de la institución todas las inspecciones
sanitarias de las autoridades. Los enfermos la adoraban, P
conocía sus nombres y sus gustos culinarios. Se entregó
de tal forma que físicamente parecía una sombra
de ella misma. Contrajo una grave enfermedad digestiva.
Y cuando todo parecía que se iba al carajo, P ha encontrado
un hombre bueno que la adora. Es un poco mayor que ella y
de otro país europeo. P consiguió que se bautizara
e hiciera la primera comunión, todo en el mismo día,
durante una ceremonia a la que asistieron amigos de ambos.
Se han casado por la Iglesia. Son felices. El dispone de una
más que excelente pensión de jubilación
y viajan, disfrutan de la vida, de su casa en el campo, de
sus amigos, de sus hermanos. Y sólo guisa para los
dos, y para los invitados.
Entre los dos suman 140 años. Ojalá puedan
disfrutar muchos mas.
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