INSTRUMENTALIZACIÓN
DE LA AMISTAD
GREGORY P., 1 de septiembre de 2004
Este verano he conocido un chisme que me ha hecho mucha gracia:
uno de mi antiguo centro, con un porrón de años
de "fidelidad", ha colgado el cilicio y las disciplinas
y se ha casado con una viuda.
La verdad es que no me acordaba de este buen hombre, al que
llamaré, por ejemplo, Wenceslao.
Al recordar a Wenceslao, he rememorado otro de los puntos
negros que, para mí, tiene la obra: la instrumentalización
de la amistad, y la corrupción del trato que se tiene
con menores de edad, a los que se les empuja a entrar en la
obra con catorce años y medio, sin que tengan conocimiento
alguno ni de la vida, ni de las obligaciones que contraen.
Desconozco cómo lo hacían los numerarios. No
obstante, en defensa de mis antiguos conmilitones agregados,
he de decir que las costumbres inveteradas que regían
este tipo singular de vocación, junto con la obligación
de traer dos vocaciones anuales a la obra, no te dejaba, casi,
otra salida que "comer el coco" a inocentes criaturitas.
Los agregados, por lo menos en mis tiempos, no solíamos
movernos de nuestro centro, a no ser que cambiáramos
de labor. El que pitaba en el Club Porriño solía
permanecer en él hasta que pasaba a un centro de "mayores",
lo que le podía suceder a los 25 años. Pero
mientras tanto, en el club Porriño desempeñaba
todas sus labores apostólicas, y le acababan conociendo
bastante.
A los catorce años y medio, no había problemas
de apostolado: el agregado medio llevaba a sus amigos al Club,
ayudado por los preceptores y tutores de su colegio de la
obra. En esas tempranas edades, no había problemas
para hacer apostolado, aunque acabara uno más clichado
que Kunta Kinte en una asociación de albinos.
En segundo de EGB, el agregado "prelatureitor"
tenía menos éxito entre sus "amigos"
que Betty la fea. Se le conocía porque, cuando se acercaba
a un grupo de compañeros en el recreo, estos huían
como alma que lleva el diablo, para evitar ser "invitados"
al centro. En tercero ya no huían, simplemente se pitorreaban
de ti, te sacaban canciones, o te invitaban a irte de juerga,
y dejarte de leches. Y COU lo pasabas como podías,
intentando no partirle la cara a nadie, o que te la partieran
a ti. Sé de algunos de mi clase, de la obra, que lo
pasaron fatal, hasta el punto de estar tentados a cambiar
de colegio, donde nadie les conociera como "opusino".
Todo el mundo pensaba que en un colegio de la Obra los del
opus eran unos privilegiados, y eso es falso.
Luego pasabas a la Universidad. Si en COU tus amigos de clase
no pisaban el centro ni por equivocación, en primero
de carrera menos. No hay que olvidar que el agregado seguía
en su centro de bachilleres de toda la vida, con sección
de Club Juvenil como cantera de vocaciones. O habías
encajado en esos "rolletes" apostólicos,
y te dedicabas a pasear niños hasta que pitaran, o
lo tenías claro, apostólicamente hablando.
Los numerarios empezaban el curso de estudios, en un centro
de p.m., con ambiente de estudio, administración, piscina,
y la leche en patinete. El agregado seguía en su club
de toda la vida, en el que la sala de estudio era la juerga
padre. Si invitabas a tus amigos de la carrera a estudiar,
lo más seguro es que acabarais todos preparando la
merienda, o haciendo una competición de eructos con
cuatro bachilleres granujientos. Era gracioso, pero poco edificante.
Tus compañeros de carrera acababan pensando que eras
un tío bastante raro, rodeado de niños a todas
horas.
Por eso, lo más sencillo para el agregado que no quisiera
ser sermoneado por su "poca fidelidad y espíritu
apostólico" era acudir a la gran vaca, a la eterna
ubre de la que llueven todos los bienes: a la Obra Corporativa.
En la obra corporativa de mis amores, a la que fui todos
los días por un periodo de 19 años, había
varios profesores que se habían especializado en el
apostolado con niños. Había un profesor de octavo
de EGB, que los preparaba desde séptimo, como fruta
madura, para que pitaran en primero de BUP. El profesor se
llamaba, por ejemplo, Antoñito Melenas, y los chicos
que le pitaban, en el centro, se les ponía el cariñoso
apodo interno de los "melenas-bois". No es broma,
aunque los nombres se hayan cambiado, para evitar problemas.
Ya siendo de la obra, siempre me pareció una impostura
esta práctica. Aquellos niños eran claramente
influidos por este profesor, que les trataba con mucha deferencia,
riendo sus chistes, haciendo montones de excursiones, y tratándolos
como nunca los habían tratado. Habrían hecho
cualquier cosa que les hubiera pedido Antoñito Melenas,
lo que fuera. Y mucho más algo que en la familia de
los niños estaba bien vista, como era hacerse de la
obra. No hay que decir que casi todos los "melenas-bois"
eran hijos de supernumerarios, aunque había de todo.
Pues bien: Wenceslao, el amiguete que se ha salido por la
puerta grande, con boda incluida, no podía hacer nada
de esto. Era un chico que desde pequeño se había
dedicado a trabajar, en la Banca, llegando a ser director
de sucursal, y ganando una pasta gansa, con la que se pagaba
la mitad de los gastos del centro, o más. No tenía
tiempo para hacer nada en el colegio, ni falta que hacía.
Wenceslao no tenía dificultades para hacer apostolado.
Porque tenía un amigo. Sólo tenía uno,
pongamos que se llamaba Emilio. Pero era uno que valía
por veinte.
Emilio era un hombre para todas las estaciones. Cuando llegaba
la Semana Santa, y te tenías que ir a Torreciudad con
un amigo: Wenceslao se iba con Emilio. Cuando llegaba el UNIV,
lo mismo. ¿Convivencia de esquí? Ven acá
p'aquí. ¿Salida en Navidad? Ves acá p'allá.
Tan evidente era, que a Emilio se le conocía en el
centro como "el pasaporte", porque servía
para todo. Y sobre todo, sin pitar jamás, porque entonces
a Wenceslao se le habría acabado el chollo, y tendría
que buscarse otro amigo, con lo que cuesta encontrarse a alguien
tan fiel.
Por eso, cuando me enteré de la nueva vida de Wenceslao,
mi primer recuerdo fue para Emilio. ¿Qué habrá
sido de él? Quizá pueda considerarse como un
"daño colateral" de esta batalla apostólica
del santo fundador de la cosa nostra ... Le encomendaré,
por si acaso.
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