EL SANTO FUNDADOR DEL OPUS
DEI
Autor: Jesús Infante
CAPÍTULO 4. LA SEGUNDA REPÚBLICA
Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
EL CAMBIO POLÍTICO de la Monarquía a la República,
que llegó inopinada mente el 14 de abril de 1931 sin
derramamiento de sangre y casi por sorpresa, trastornó
profundamente a Escrivá, para quien todo lo relativo
a la República resultaba ser obra de la masonería,
que conspiraba y trabajaba para dividir a los católicos,
para que así no se pudiera llegar a una solución
política favorable a los intereses de la Iglesia y
de la Monarquía. Al cura Escrivá no se le escapaba
lo que ocurría a su alrededor y sus preferencias políticas
y afinidades culturales, en sintonía con la ultraderecha,
correspondía a los de un clero español educado
muy tradicionalmente para su época.
Un mes después de la instauración de la República,
la quema de conventos significó un choque tremendo
para una parte de la sociedad española, para quienes
habían aceptado con resignación el cambio de
régimen político. Seis de los ciento setenta
conventos de Madrid fueron incendiados en mayo de 1931. La
policía, los bomberos y una multitud de curiosos contemplaron
los hechos pasivamente y la única actividad organizada
fue la de ayudar a la evacuación de los edificios.
También unos quince conventos fueron atacados impetuosamente
en Alicante, Málaga, Sevilla y Cádiz [Jackson,
Gabriel, La República Española y la Guerra Civil,
Grijalbo, México, 1967, p. 39.] Los españoles
se vieron obligados a meditar entonces sobre las complejas
relaciones del orden público con las actividades de
la religión católica, lo que formaba la trama
de la historia moderna de España. Si ya se quemaron
iglesias en Madrid en 1835 y en Barcelona en 1909 ¿es
que nada había cambiado desde entonces? [Jackson,
Gabriel, ob. cit., pp. 39-40]
La reacción de Escrivá en aquellas fechas fue
sintomática cuando en la mañana del 11 de mayo
de 1931 un coronel retirado del ejército, de origen
aragonés por más señas, irrumpió
en la capilla de la Obra de las Damas Apostólicas para
avisar de la quema de conventos que tenía lugar en
aquellos momentos. Escrivá, temiendo una posible profanación,
abrió el sagrario y consumó casi todas las hostias
consagradas que había en el copón. Luego, como
el tiempo apremiaba, envolvió cuidadosamente el copón
con las hostias que quedaban en un papel y cogió un
taxi para ir a casa del viejo coronel jubilado que habitaba
en unas viviendas militares próximas a la glorieta
de Cuatro Caminos. [Bernal, Salvador, Monseñor ]osemarfa
Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid, 1976, p. 83; Gondrand,
Franr;:ois, Al paso de Dios. ]osemarfa Escrivá de Balaguer,
Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid, 1985, p. 66; Vázquez
de Prada, Andrés, El Fundador del Opus Dei, Rialp,
Madrid, 1985, pp. 119-120]. Escrivá permaneció
varios días junto con su hermano Santiago en casa del
coronel, como si se sintiera perseguido y fue entonces cuando
empezó a comparar la situación de los católicos
españoles con la del siglo I, al comienzo de la era
cristiana, Las actividades religiosas debían realizarse,
según él, de forma silenciosa desde las catacumbas,
a imitación de los primeros cristianos, El cura Escrivá
se mostraba muy devoto y se remontaba con frecuencia a la
cristiandad primitiva, inclinándose por un apostolado
eficaz de discreción y de confianza, realizado en secreto
desde unas catacumbas imaginarias a semejanza de los primeros
cristianos.
Sin embargo, tales propósitos de ocultamiento estaban
en contradicción flagrante con la ostentosa exteriorización
de su condición de sacerdote de la que pretendió
hacer gala durante los primeros tiempos de la República,
El cura Escrivá, que usaba manteo y teja redonda, se
paseaba también a veces con un solideo en la cabeza
que cubría una tonsura más grande de lo normal
en la coronilla. Escrivá afirmaba, con la tozudez característica
de algunos aragoneses, que había que ser "sacerdote
por dentro y por fuera" o también "cien por
cien" sacerdote. Pero esta actitud testimonial tan ostentosa
le duró poco. No estaba el cura Escrivá para
muchas vacilaciones en lo que hacía a su incardinación
en la diócesis madrileña y, como tenía
posibilidades de ejercer como capellán en un convento
de monjas, Escrivá aprovechó la coyuntura favorable
a sus intereses personales, por el miedo de otros sacerdotes
después de la quema de conventos, ofreciéndose
como capellán a la comunidad de monjas agustinas recoletas,
cerca de Atocha. Correspondía a los agustinos recoletos
el celebrar la misa, pero tenían lejos su residencia
y a medida que el orden público se degradaba consideraron
que era peligroso ir a pie por la calle hasta el convento.
El cura Escrivá se ofreció entonces como capellán
y la madre priora reunió a las monjas para comunicarles
que había encontrado un sacerdote que procedía
de Zaragoza y, como estaba viviendo en Madrid, más
cerca que los curas agustinos, vendría a diario para
celebrar la misa. [Fernández Rodríguez, Vicenta
(sor María del Buen Consejo), Testimonio, en Varios
Autores, Testimonios sobre el Fundador del Opus Dei, Palabra,
Madrid, 1994, p. 322]. De esta manera, Escrivá
dejó el puesto que ocupaba en la Obra de las Damas
Apostólicas para convertirse en capellán del
convento de Santa Isabel, lo que le permitió tener
confesionario fijo y una plataforma para contactos en una
iglesia abierta al público en el centro histórico
de Madrid; aunque, por otro lado, el hecho de pasar de un
apostolado entre damas laicas a un apostolado entre monjas
podía representar una regresión, como base para
su proyecto.
A medida que avanzaba la turbulenta historia de España
el cura Escrivá extremaba su militancia religiosa,
quizá para contrarrestar la creciente oleada de ateísmo.
Entre otras decisiones menores se impuso la costumbre piadosa
de saludar a las imágenes de la Virgen que encontraba
por el centro de Madrid cuando deambulaba por la calle y,
según las exageraciones de sus hagiógrafos,
buscaba fervorosamente imágenes de la Virgen María
y cada vez que encontraba alguna rezaba ante ella o en un
arrebato de piedad se arrodillaba ante la hornacina o el azulejo
en plena calle. Llegó a contar el propio Escrivá
que un día esperando en la glorieta de Atocha un tranvía,
después de regresar del convento de monjas de la calle
Santa Isabel donde solía decir cotidianamente la misa
y ejercía provisionalmente las funciones de capellán,
fue agredido por un obrero airado que le insultó y
pateó tratándole de burro, a lo que Escrivá
respondió desde el suelo con orgullo: "Burro sí;
pero burro de Dios". No se sabe si realmente esto le
ocurrió o fue algo que la mente de Escrivá había
inventado a partir de un fortuito encontronazo callejero,
pero ésta sería la causa de la existencia, ,años
más tarde, en casas del Opus Dei y domicilios de sus
seguidores de burritos confeccionados con diversos materiales
como objetos de decoración y que están cargados
de simbolismo por ser el burro o asno un animal paciente y
sumiso. [Ynfante, Jesús, La prodigiosa aventura
del Opus Dei. Génesis y desarrollo de la Santa Mafia,
Ruedo Ibérico, París, 1970, p. 17]. Desgraciadamente
para el Opus Dei el asno también es un animal que en
España se encuentra en vías de extinción.
Existe otra versión más elaborada del mismo
suceso dentro del Opus Dei en donde se cuenta que cuando se
le abalanzó al fundador un sujeto de aviesa catadura
con intención de agredirle se interpuso de improviso,
sin dar explicaciones, otra persona que repelió al
energúmeno. Fue cosa de un instante. Ya a salvo, su
protector, supuestamente un ángel celestial, acercándose
le dijo quedamente al oído: "¡Burrito sarnoso,
burrito sarnoso! ". [Vázquez de Prada, Andrés,
ob. cit., p. 136]. Escrivá reflexionó y
le dio tantas vueltas a lo sucedido que llegó a utilizar
posteriormente como seudónimo en su correspondencia
privada las iniciales "b.s.", que correspondían
a la expresión de "burrito sarnoso".
La tozudez del burro encajaba perfectamente con uno de los
aspectos más señalados de su carácter,
que eran la ambición y el ser obstinado y testarudo.
Escrivá demostraba serio en sus creencias y sobre todo
con ansias y deseos vehementes de ser alguien con importancia
en la vida. Su proyecto de obra apostólica podía
ser un regalo del cielo, pero este regalo se lo iba a trabajar
día a día siendo firme, porfiado y pertinaz
en sus propósitos, estando dispuesto además
a alabar con encarecimiento a quienes eran minoritarios pero
de su misma cuerda ideológica en el plano social.
Escrivá comenzó a participar desde el advenimiento
de la Segunda República en el movimiento insurgente
de los católicos frente a los que ellos consideraban
un gobierno de masones, ateos, judaizantes, perseguidores
de la Iglesia y de sus miembros, incendiarios y sacrílegos.
[Jackson, Gabriel, ob. cit., p. 293]. "En aquellos
tiempos ser católico equivalía a ser de derechas",
reconoce uno de los primeros estudiantes seguidores de Escrivá,
"porque las continuas provocaciones de la izquierda abrieron
un foso imposible de cerrar entre los creyentes y los defensores
del progresismo social". [Fisac, Miguel, Testimonio,
en Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei",
Plaza & Janés, Barcelona, 1987, p. 60.
Asimismo, desde el día siguiente al 14 de abril de
1931, monárquicos exaltados tramaron la conspiración
armada contra la República que cristalizó primero
en la sublevación del 10 de agosto de 1932 y luego
en el alzamiento armado del 18 de julio de 1936. Los conspiradores
no se dieron reposo en su labor y centraron sus esfuerzos
en el derribo violento de la Segunda República. Dentro
del catolicismo español existía, pues, un vasto
foco secreto formado por los que jamás se reconciliaron
con la democracia y la República, hacia los cuales
el cura Escrivá dirigió sus pasos y comenzó
a frecuentar círculos de conspiradores dentro de los
ambientes madrileños. Toda la literatura encomiástica
escrita por sus seguidores asegura que Escrivá nunca
discriminó a nadie por motivo de sus opiniones políticas,
lo que no resulta cierto, porque mantuvo relaciones continuadas
y "dirigió espiritualmente" como sacerdote
durante años a terroristas de la extrema derecha monárquica
durante la Segunda República española. Dentro
de esta fauna conspiradora destacaba lógicamente José
María Escrivá por la edad y porque poseía
una mayor formación intelectual en comparación
con la de aquellos estudiantes terroristas que luego serían
calificados simplemente de "militantes católicos"
en las hagiografías oficiales sobre el fundador del
Opus Dei. Uno de los estudiantes, Juan Jiménez Vargas,
quien fue luego miembro notorio del Opus Dei, recuerda a sus
colegas de conspiraciones como, "gente de pocos años
que consideraba la situación de España como
un grave problema religioso (...), pero que no veían
otra solución que la política, y por eso estaban
metidos de lleno en un activismo orientado a la solución
violenta de todo". [Jiménez Vargas, Juan, Testimonio."
Causa de beatificación Fundador del Opus Dei".
También en "Registro Histórico del Fundador"
4152. Archivo del Opus Dei. Roma; Berglar, Peter, Opus Dei."Vida
y obra del Fundador ]osemaría Escrivá de Balaguer",
Rialp, Madrid, 1988, p. 133; Bernal, Salvador, ob. cit., p.
300].
El cura Escrivá se presentaba como sacerdote aragonés
con treinta años cumplidos, militante de la ultraderecha
bajo su aparente apoliticismo, que tenía como elemento
moderador el peso de su familia, la cual debió de frenar
sin duda sus ansias de militancia intransigente contra la
República. Desde el advenimiento de la Segunda República
comenzó a frecuentar tertulias y círculos de
terroristas, lo que le hizo perder en ocasiones la imagen
de su aparente apoliticismo. En cualquier caso, el cura Escrivá
no participaba del calculado espíritu de ambigüedad
eclesiástica, sino que "se mojó" pese
a tener una familia a su cargo. Nadó en aguas extremistas
sin comprometer su incipiente carrera y nunca perdió
la perspectiva de sus capacidades personales ni de sus posibilidades
futuras. Escrivá, según reconoció uno
de aquellos militantes terroristas contra la República,
"le animaba a defender sus sentimientos con tenacidad
y constancia" [Hernando Bocos, Vicente, Testimonio,
en Bernal, Salvador, ob. cit., p.302].
También parece cierto que nunca hubo reprobación
alguna por parte de Escrivá hacia aquellos partidarios
de una solución violenta contra el gobierno legítimo
de la República, porque quizás también
era ésta la "fecunda labor apostólica entre
jóvenes universitarios" que mencionan los cronistas
oficiales del Opus Dei. No resultaba fácil, sin embargo,
este apostolado militante en medios estudiantiles de la ultraderecha,
como atestigua uno de aquellos terroristas: "Recuerdo
que ya entonces se levantó alguna calumnia contra él
[Escrivá] que nosotros cortamos enérgicamente".
[Hernando Bocos, Vicente, Testimonio, en Bernal, Salvador,
ob. cit.,]
En la primera sublevación militar contra la República,
encabezada en 1932 por el general Sanjurjo, algunos de los
estudiantes "dirigidos espiritualmente" por Escrivá
participaron en la intentona. Escrivá visitaría
luego, regularmente, en la cárcel Modelo de Madrid
a aquellos estudiantes terroristas juzgados por esa primera
sublevación militar. Iba a visitarles con frecuencia,
casi a diario, y no le preocupaba que visitar a los detenidos
supusiera "significarse", mucho más tratándose
de un cura, y fuese motivo suficiente para quedar fichado
por la policía. [Berglar, Peter, ob. cit., p. 133].
Luego explicaría Escrivá su comportamiento de
1932 y de qué manera él entendió la lucha
"declarando ante la autoridad su amor a Cristo "con
audacia, a la hora de la cobardía" [Escrivá,
Josemaría, Camino. Máxima 841, Rialp, Madrid,
1964]. junto a aquellos estudiantes dispuestos a utilizar
unas pistolas cuyos gatillos no sentían ya el freno
de las creencias religiosas, sino todo lo contrario. En su
estancia en Madrid, Escrivá estaba dispuesto a vivir
como fuese determinados sucesos y como también descubrió
que quien sobrevivía era siempre el más fuerte
decidió serlo, como fuese. La supervivencia del más
fuerte estaría acompañada además de un
nuevo esplendor religioso. De ello Escrivá estaba seguro
y por ello lucharía el fundador del Opus Dei en la
capital de España durante la Segunda República.
E19 de enero de 1932 el cura Escrivá había
cumplido treinta años. "Que pase inadvertida vuestra
condición, como pasó la de Jesús durante
treinta años" escribió el fundador del
Opus Dei [Escrivá, José María, "Consideraciones
Espirituales", Imprenta Moderna, Cuenca, 1934,p. 95]
haciendo suyo el ejemplo y, como Jesucristo, se encontraba
dispuesto a buscar en la vida pública doce apóstoles
entre los estudiantes universitarios madrileños.
Si anteriormente vivieron de realquilados él y su
familia en un modesto piso de la calle Viriato número
22 en la parte mesocrática del barrio madrileño
de Chamberí, tras la mudanza, realizada en diciembre
de 1932, el cura iba a continuar viviendo en el mismo barrio.
El nuevo hogar de los Escrivá era un piso entresuelo
en el número cuatro de la calle general Martínez
Campos, típica vivienda de clase media que se mantiene
aún intacta y donde Escrivá vivió con
su familia meses decisivos hasta febrero de 1934.
El nuevo piso de la familia Escrivá se encontraba
en la misma acera de la calle general Martínez Campos,
a dos pasos de la sede de la Institución Libre de Enseñanza,
cuyo edificio constaba de dos partes separadas por un jardín
y cuya parte del inmueble más cercana a la calle había
servido de vivienda a los fundadores Francisco Giner de los
Ríos y a Manuel B. Cossío. Resulta muy evocador
el hecho de que los primeros años de gestación
del proyecto de apostolado del fundador del Opus Dei se desarrollaran
en tiempos de la República, en una capital de España
que se había convertido en satánica, y a dos
pasos de la sede de una secta que Escrivá también
consideraba diabólica. El cura Escrivá instaló
a su familia muy cerca de la sede de la Institución
Libre de Enseñanza, que representaba para muchos católicos
la fuente supuesta de buena parte de los males que sufría
España. Todo conduce a pensar que esta presencia cotidiana
de la maldecida Institución halló en Escrivá
un vecino particularmente receptivo. En su grosera apreciación
de cura provinciano debió calificar de masonería,
como lo habían hecho otros contemporáneos suyos,
a una entidad eficaz como la Institución Libre de Enseñanza,
cuyos fines y procedimientos, o lo que él consideraba
como tales, procuró adaptar más tarde en su
programa apostólico. Los católicos españoles
de ultraderecha estaban obsesionados con la masonería
durante la Segunda República, o por lo menos con la
idea que se hacían de su omnipotencia, hasta el extremo
de que nunca dejaron de soñar con una especie de contramasonería,
copiada de la otra con objeto de combatida con sus propias
armas, tarea que Escrivá intentaría también
llevar a la práctica y cuya idea inicial consistía
en constituir un movimiento de jóvenes intelectuales
católicos que pudiera oponerse por todos los medios
a la acción nefasta, según él, de la
Institución Libre de Enseñanza.
La Institución Libre de Enseñanza había
comenzado su existencia en 1876, y dedicó siempre sus
esfuerzos a presentar un modelo educativo capaz de mejorar
a España, siguiendo el ideal de Giner de los Ríos,
una escuela que formase hombres y mujeres responsables y conscientes
de su calidad de ciudadanos, una escuela que transcendiera
a la familia y a la sociedad. La Institución llegó
a desempeñar un papel importante en la educación
y en la cultura españolas a lo largo de más
de 60 años (1876-1936). Las formas y métodos
pedagógicos de la Institución llegaron a la
escuela pública en los años de la Segunda República.
Como organismo democrático dedicado a la educación
estuvo muy protegida por los gobiernos republicanos. La Institución
Libre tenía unos fines concretos de fomento de la cultura,
dentro del más absoluto carácter de laicismo
sin confesionalismo religioso alguno, y representa en la historia
contemporánea española el más coherente
y sostenido intento de configurar la vida del país
con un programa de modernidad y europeísmo.
Escrivá interiorizó en su espíritu el
proyecto de la Institución Libre de Enseñanza
y reservó para el futuro lo que vio y aprendió
de sus vecinos republicanos. Así, el modelo educativo
de la Institución Libre de Enseñanza sería
copiado veinte años más tarde por José
María Escrivá y sus seguidores del Opus Dei,
cuando en 1951 en Las Arenas, cerca de Bilbao, el Opus Dei
montó el primer colegio de enseñanza media dedicado
exclusivamente a educar a los hijos de las adineradas familias
de Bilbao. Con el colegio Gaztelueta, considerado la primera
obra corporativa del Opus Dei en la enseñanza media
española, Escrivá demostró haber estudiado
a fondo y también haber asimilado a su manera el modelo
educativo de la Institución Libre de Enseñanza.
Una antigua numeraria miembro del Opus Dei que participó
activamente en el lanzamiento del nuevo y primer centro educativo
ha señalado que "ante mis ojos veía la
copia, una mala copia, incluso en detalles ínfimos,
como podría ser la forma de los casilleros de los alumnos
en clases, las mesitas en vez de pupitres, el número
de alumnos en cada clase, etc., de la realización educativa
de mayor importancia de la Institución Libre de Enseñanza.
A mí me disgustó que se hubieran copiado las
cosas materiales del Instituto-Escuela para Gaztelueta, haciendo
creer a la gente, por supuesto la esfera social alta de Las
Arenas, la "originalidad" del colegio del Opus Dei.
Me daba cuenta de que la copia era mala porque se habían
omitido cosas esenciales. Ante mis ojos veía Gaztelueta
como algo degradado, sin indicación alguna del espíritu
que animaba al Instituto-Escuela. Era eso: habían copiado
el cascarón, pero no podían captar el espíritu:
la libertad que se disfrutaba en el Instituto-Escuela, el
hecho de que era un colegio mixto, los deportes a gran escala,
nada de eso podía vivirse en Gaztelueta, que en sí
era sólo un colegio para niños ricos de Las
Arenas, ubicado en un hotelito de una familia conocida, donde
incluso en el vestíbulo como decoración había
una silla de manos. En la pared y sobre la escalinata de mármol
había un gran repostero con el lema del colegio: "Sea
vuestro sí, sí; sea vuestro no, no." [Tapia,
María del
Carmen, Tras el umbral, Ediciones B, Barcelona, 1994,
p.94].
No sería en las aulas y pasillos del viejo edificio
de la calle san Bernardo, sede de la universidad madrileña,
en donde Escrivá realizaría formalmente sus
primeros pasos apostólicos con los estudiantes madrileños,
después de haber transcurrido treinta años de
su vida "inadvertido" y ahora dispuesto a actuar
en la vida pública como Jesucristo, arriesgándose
y poniendo el carro antes que los bueyes. En la calle de Luchana,
esquina a Juan de Austria, cerca del modesto piso donde vivía
con su familia, montó a comienzos de 1933 una academia
de preparación para estudiantes de derecho y arquitectura
que llamó DyA, siglas que venían a decir Derecho
y Arquitectura, pero que para los escasos iniciados significaba
un lema: Dios y Audacia. Solía repetir entonces, para
darle un significado trascendente a la aventura que significaba
la precaria instalación de la academia, la frase de
Teresa de Ávila, capítulo II de sus "Fundaciones":
"...es manifestación de la Omnipotencia divina
dar osadía a personas flacas para cosas grandes en
su servicio" .
En la academia de la calle Luchana fue donde comenzaba en
firme sus primeros trabajos previos a la fundación
de su obra apostólica y en donde todavía la
expresión latina "Opus Dei" no aparecía
para nada. Tan sólo años más tarde, a
finales de 1935, Escrivá comenzó a utilizar
intencionalmente la expresión Obra de Dios, lo cual
indica claramente la ausencia de maduración del proyecto,
por lo menos hasta la primera fundación que tuvo lugar
en Madrid entre 1935 y 1936. Así, durante este primer
tiempo el proyecto de Escrivá tiene como nombre el
de la academia. Hasta sus hagiógrafos señalan
que "ni quiso en un principio el fundador que su obra
apostólica llevara siquiera nombre" [Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., pp. 116-117] y el propio
Escrivá expresa este deseo en carta fechada por entonces:
"En un primer momento, me hubiera gustado incluso que
la Obra no tuviera ni nombre, para que su historia la conociera
sólo Dios" [Berglar, Peter, ob. cit., p. 72].
En Zaragoza ya había adquirido la experiencia de dar
clase en una academia y en Madrid la había reanudado
dando clases en la academia Cicuéndez, dedicada exclusivamente
a la preparación de asignaturas de la licenciatura
de derecho y que funcionaba a la vez como residencia para
unos ocho estudiantes internos. [Sastre, Ana, "Tiempo
de caminar. Semblanza de Monseñor ]osemaría
Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1989, p.
81]. Escrivá, que realizaba este trabajo para conseguir
el dinero necesario para vivir y mantener a su familia, concibe
la posibilidad de imitar el modelo, creando por su cuenta
una academia semejante. [Sastre, Ana, ob. cit., p. 103].
El objetivo sería lograr que, al igual que en el caso
de la academia Cicuéndez, "muchos alumnos de esta
academia llegaran a ocupar posiciones notables en la vida
profesional". [Berglar, Peter, ob. cit., p. 81].
La oportunidad era única. En Aragón había
fallecido recientemente mosén Teodoro Escrivá,
hermano de su padre y por lo tanto tío del cura José
María, que había dejado unas escasas propiedades
que consistían en sus enseres personales y unas aranzadas
de tierra. José María Escrivá presionó
a su madre y tras lograr autorización por escrito de
su hermana Carmen y de su hermano menor Santiago consiguió
que se vendiera el terreno familiar heredado y el escaso producto
de la venta pudo ayudar a pagar el alquiler inicial del local
donde iba a ser instalada la academia; aunque, en última
instancia, debió intervenir el fiel Isidoro Zorzano
quien ayudó con su sueldo, ya que trabajaba en Málaga
como ingeniero en los talleres de los ferrocarriles andaluces,
y la academia pudo ser instalada en un exiguo local a nombre
suyo. Santiago, el hermano menor del cura Escrivá,
no se quedó contento con su renuncia al insuficiente
patrimonio del tío Teodoro y se colocaba en la puerta
de la calle para registrar los bolsillos de José María
cada vez que salía del piso. La vivienda familiar a
cuyo frente se encontraba la madre, doña Dolores, era
el centro neurálgico del cual dependía la academia,
como señalan los cronistas oficiales del Opus Dei:
"Puede decirse que esta vivienda fue el primer centro
de la Obra, pues en ella encontramos ya la célula primitiva
del futuro espíritu de familia del Opus Dei" [Berglar,
Peter, ob. cit., p. 126] Y téngase también
en cuenta que el piso de la familia Escrivá se encontraba
a dos pasos de la sede de la floreciente Institución
Libre de Enseñanza.
De esta época data también la anécdota
que cuando merendaban algunos estudiantes en la humilde casa
de los Escrivá, Santiago, el hermano menor de José
María, se quejó en voz alta diciendo: "¡Mamá,
los chicos de José María se lo comen todo!".
El Incidente motivó que se reprodujeran muchos años
después "ex libris", estampas e inscripciones
diversas, en donde figuran dos manos unidas en actitud oferente,
en medio de ellas un pedazo de pan y alrededor una leyenda
que dice: "Se lo comen todo", refiriéndose
sin duda alguna a lo ocurrido en casa del cura Escrivá,
allá por los años de la Segunda República.
Según los primeros propósitos de Escrivá,
la vida dentro de la obra apostólica en trance de ser
fundada por él debía imitar más bien
la organización y los modos de la familia cristiana
que los de una comunidad religiosa formal. Y de la misma manera
que el rasgo distintivo de la familia natural es el espíritu
de sencillez y llaneza, que iguala entre sí a todos
sus miembros, así dentro de su proyecto de obra apostólica
la sencillez de la vida en familia debía presidir,
al menos teóricamente, todas sus actividades. Al cura
Escrivá, por ser el fundador, se le iba a llamar "el
Padre" y todos los documentos de la Obra deberían
ser redactados con el estilo familiar adecuado.
Entre los precedentes históricos contemporáneos
de esta proyección social de la familia, que iba a
ser utilizada desde los primeros tiempos por Escrivá,
cabe citar por sus dimensiones a la Mafia siciliana, que sirvió
a su vez de base a la Cosa Nostra en los Estados Unidos, así
como también a la extensa familia real de Arabia Saudita,
compuesta por cinco mil príncipes y más de veinte
mil miembros. Conviene señalar que los análisis
sobre la dimensión familiar de las mafias se centran
en una ya clásica estructura vertical con varios niveles,
mientras se olvida en cambio la estructura horizontal mucho
más interesante al formar una "hermandad secreta
de miembros". El caso del Opus Dei no resultó
ser diferente, pues -con el fundador como Padre a la cabeza
y practicando intensamente tanto la dimensión familiar
vertical como la horizontal entre sus miembros, y como estaban
dispuestos a convertir el mundo a su catolicismo- ha merecido
por ello el calificativo de Santa Mafia. [El autor de "La
prodigiosa aventura del Opus Dei, Génesis y desarrollo
de la Santa Mafia", señaló en 1970 haber
utilizado la expresión "tan difundida en los medios
políticos españoles" de "Santa Mafia"
por ser una expresión que pertenecía al dominio
público desde hacía más de una década
y que a la difusión de la expresión habían
colaborado periodistas extranjeros como Yvon Le Vaillant en
"Le Nouvel Observateur" el 11 de mayo 1966 y Tad
Szulc en "The New York Times" el 9 mayo 1967. La
revista "Time" señalaba el 12 mayo 1967,
por su parte, que había también españoles
que utilizaban la denominación de "Octopus Dei"
y que en Argentina estaba también ampliamente difundido
el apelativo de "Santa Mafia". El periodista francés,
Eugene Mannoni, afirmó en el diario "France-Soir"
el 20 enero 1970 que prelados romanos le habían susurrado
irreverentemente que el Opus Dei era una "Mafia Santísima",
una "Santa Mafia". Refiriéndose a los fascistas
en potencia, Theodor W Adorno escribió también
hace años esta frase lapidaria: "...su fanático
ahínco por defender a Dios y a la patria, los lleva
a integrar mafias de individuos fronterizos con la locura".
El Opus Dei es verdaderamente una Santa Mafia. En Ynfante,
Jesús: ob. cit. p. 362, nota 51].
Los esquemas iniciales familiares -expresados en la frase
del fundador "todos los miembros constituyen una familia
ligada por el vínculo sobrenatural" y también
con la frase castiza de "una sola familia, un solo puchero"-,
se iban a reproducir más tarde también donde
se reunían tres o más miembros de la obra apostólica
de Escrivá constituyendo una "familia" o
"casa" presidida por el espíritu del hogar
fundacional a partir de 1939.
Nunca se insistiría bastante sobre el carácter
familiar que quería imprimir Escrivá a su proyecto
y que se percibe con mayor claridad en los primeros tiempos
-señala Luis Carandell-, autor de una corta biografía
sobre Escrivá. Se aplica a la Obra el esquema de la
familia ideal de clase media española, a imagen y semejanza
de la familia del propio fundador, que ha atravesado por situaciones
difíciles pero que ha salido a flote gracias a su rigurosa
cohesión interna. Es más, en el Opus Dei no
se trata sólo de crear una familia con la ejemplar
y edificante unidad de la del honrado y abnegado comerciante
de paños de Barbastro. Se trata de prolongar esa misma
familia, cuyo jefe es ahora su hijo, el sacerdote llegado
a Madrid desde Zaragoza, una familia en la cual cabría
en principio toda la humanidad, señala Carandell, si
la humanidad se aviniera a aceptar sus condiciones. [Carandell,
Luis, "Vida y milagros
de monseñor Escrivá de Balaguer",
Laia]
Esa imagen familiar, digna de ser analizada a la luz del
psicoanálisis y de la sociología, iba a adquirir
tanta fuerza que, a medida que ingresaban, los neófitos
serían considerados "hijos" porque se incorporaban
a "la familia" y también "hermanos"
entre ellos, en un curioso híbrido mitad carnal, mitad
sobrenatural. La Virgen María era "la Madre"
por antonomasia, luego figuraban doña Dolores, doblemente
"madre" por serlo de Escrivá y del Opus Dei,
junto con la hermana considerada como "la tía
Carmen". Sin embargo, el modelo familiar presentaba excepciones
como la de Santiago, hermano menor del fundador, quien en
buena lógica debió ser "el tío Santiago".
Pero no mereció los honores del título de "tío"
del Opus Dei porque protestaba demasiado, debido quizás
a su corta edad de entonces o a su endeblez de carácter
y mantenido por tanto al margen del proyecto, lo que negaba
algo que se daba por cierto y ponía en entredicho la
ejemplar y edificante unidad así como la rigurosa cohesión
interna de la familia del fundador del Opus Dei.
Por otra parte, las formas de apostolado que resultaron ser
desde entonces típicas de la familia Escrivá
consistían en mantener una "tertulia" o reunión
en torno a la mesa camilla familiar y en invitaciones para
"merendar" también en familia, por aquello
de que "empiezan yendo a merendar y terminan quedándose".
Estas formas de apostolado tenían como origen la actividad
hostelera de los Escrivá, desde que se vieron obligados
a instalar una pensión de familia acogiendo huéspedes
para sobrevivir en diversas ocasiones.
Aquel primer centro de enseñanza, la academia DyA,
era una actividad civil sin apariencia profesional ni vinculaciones
eclesiásticas. Pretendía ser una simple academia
a la que acudían estudiantes universitarios que tenían
como trastienda espiritual el piso familiar de Martínez
Campos. El punto de encuentro para los iniciados era la casa
familiar, donde hacían tertulias y algunas meriendas,
ayudando a resolver problemas personales de los estudiantes,
tratándoles como si fueran de la familia. Escrivá
tenía experiencia porque había trabajado un
tiempo por cuenta ajena en academias privadas como Amado en
Zaragoza y Cicuéndez en Madrid, pero sólo pudo
abrir la academia primero, y más tarde, en una segunda
etapa, la residencia de estudiantes, con muchas dificultades.
El sector de la enseñanza confesional pasaba entonces
por un momento delicado pero halagüeño, ya que
las familias de la burguesía católica estaban
atemorizadas por la posibilidad de que sus hijos fueran víctimas
de una educación republicana o marxista y de lo que
Escrivá llamaba "liberalismos desacreditados del
XIX".
Pese a los intentos de realizar alguna actividad más
comprometedora, el apostolado de Escrivá se reducía
a las típicas actividades exteriores del catolicismo
tradicional con un nivel puramente individual que no rebasaba
el marco de un grupito de estudiantes. Así, el 21 de
enero de 1933 Escrivá intentó diversificar su
actividad apostólica y convocó un retiro espiritual
en el asilo de Portacoeli, en la calle García de Paredes,
muy cerca de su casa. Se trataba de la primera de las reuniones
de formación espiritual, pero en aquella ocasión
sólo acudieron tres estudiantes, precisamente los terroristas
que frecuentaba, que solían confesarse con él
y al mismo tiempo conspiraban para derribar violentamente
el gobierno de la República. El cura Escrivá,
señala uno de sus hagiógrafos, se dirigió
a aquellos tres estudiantes con la misma convicción
que si fueran muchos. [Gondrand, Francois, ob. cit., p.
87].
De igual manera que la especialización, la diversificación
o la segmentación de apostolados hace que la oferta
de la Iglesia se bifurque en diferentes formas religiosas,
lo mismo iba a ocurrir con el proyecto de Escrivá en
estos primeros tiempos. Él soñaba con llevar
a cabo un trabajo de apostolado por lo menos en tres frentes,
hombres, mujeres y sacerdotes, de forma separada, pero la
realidad de la obra de Escrivá no correspondía
a sus ambiciones y aún cuando estaba limitada a la
juventud universitaria siguió perteneciendo en su conjunto
al limbo de los proyectos.
A principios de 1933 "Escrivá "vio"
claro que la voluntad de Dios era empezar a fondo la labor
con estudiantes", relata Juan Jiménez Vargas,
notorio miembro de Opus Dei y testigo de la época.
Pero, desgraciadamente, los asiduos iniciados de su casa de
la calle Martínez Campos eran sólo unos cuantos
estudiantes. Uno de ellos, entonces estudiante de arquitectura,
conoció a Escrivá en mayo de 1933 y visitaba
la casa buscando la dirección espiritual de un sacerdote.
De igual manera, el estudiante de medicina antes citado, Juan
Jiménez Vargas, visitaba esporádica mente la
casa para ser dirigido espiritualmente por Escrivá.
Y también aparecían los mismos estudiantes que
ya se conocían y le habían acompañado
anteriormente en la catequesis de hospitales y barrios obreros
de la periferia de Madrid. Entre estos últimos se encontraba
el más fiel y quizá único seguidor de
Escrivá en aquellos tiempos que continuaba siendo Isidoro
Zorzano, antiguo compañero de clases en el instituto
de enseñanza media en Logroño y que trabajaba
desde 1928 en Málaga como ingeniero de la Compañía
de Ferrocarriles Andaluces. Se habían reencontrado
en la Obra de las Damas Apostólicas en 1930 y desde
entonces Zorzano mantuvo correspondencia con Escrivá
y le visitaba algunas veces cuando viajaba a Madrid por razones
de trabajo. Algunos le consideran como el primer miembro de
la obra apostólica de Escrivá, pero debió
serlo durante varios años prácticamente por
correspondencia, pues Zorzano prosiguió su trabajo
en Málaga hasta 1936. [Ver cap. 1. "Turbosantidad
del fundador", pp. 11-13 Y cap. 3. "De Madrid al
cielo", pp. 60-61]. Por su posicionamiento con la
ultraderecha Escrivá no tuvo éxito en sus apostolados
entre los estudiantes durante los primeros años de
la República. Uno de sus hagiógrafos menciona
"aquel inexplicable y continuó trasiego de los
muchos que se le acercaban y de los muchos que desaparecían
sin despedirse, sin dejar rastro, como si se los tragase la
tierra" [Vázquez de Prada, Andrés, ob.
cit., p. 146]. El propio Escrivá llegó a
reconocer que los estudiantes se escurrían entonces
de sus manos "como se escapan las anguilas en el agua".
[Vicepostulación del Opus Dei en España;
El siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer,
Fundador del Opus Dei, Hoja Informativa n° 1, Madrid,
s. f., p. 9].y el apostolado entre las chicas de la burguesía
madrileña se caracterizó también por
varios intentos fallidos. El cura Escrivá llegó
a contactar con algunas mujeres, pero dejaron de verle de
forma regular, sin dar explicaciones. Su hermana Carmen afirmaría
luego, refiriéndose a las deserciones, que "las
primeras chicas no valían para lo que quería
José María". Frase que no descubre en absoluto
los propósitos de Escrivá y que fue interpretada
posteriormente dentro del Opus Dei como que "la tía
Carmen ya participaba de la clarividencia del Padre".
El apostolado entre sus colegas, los sacerdotes diocesanos,
resultó ser más difícil todavía.
Escrivá parecía una persona dócil y fácil
de tratar, pero bastaba pasar un cierto tiempo a su lado para
comprender que detrás de esa máscara escondía
un fuerte carácter autoritario que no toleraba que
nadie le contradijera. Le encantaba rodearse de aduladores.
No podía tener amigos, tan sólo seguidores,
porque quien no le seguía la corriente se apartaba
rápidamente de su lado. Su actitud era tajante, como
la refleja una de sus notas personales que luego incluyó,
en 1934, dentro de su obrita "Consideraciones Espirituales":
"En una obra de Dios, el espíritu ha de ser obedecer
o marcharse" [Escrivá, José María,
"Consideraciones Espirituales", Imprenta Moderna,
Cuenca, 1934, p. 100]. Uno de los hagiógrafos de
Escrivá reconoce, respecto al apostolado entre sacerdotes,
"algún que otro de esos sacerdotes se le atravesará
por discordancia, mostrándose díscolo en el
obedecer". Por ello dijo Escrivá que resultaron
ser su "corona de espinas". [Vázquez de
Prada, Andrés, ob. cit., p. 119]. Ante tantos fracasos,
estaba claro que no podía tratarse todavía de
ninguna fundación y por eso la calificaron luego de
gestación lenta de un proyecto aún no madurado.
Sin embargo, hay que buscar en estas iniciativas, tanto en
las reuniones del piso familiar como de la academia, "los
barruntos" que mencionan las hagiografías del
Opus Dei y que Escrivá interpretaba como si fueran
presentimientos por alguna señal o indicio del cielo
y que eran favorables para el futuro. Estos intentos representan,
en cualquier caso, los antecedentes inmediatos de la primera
fundación de la Obra de Dios que tuvo lugar, dos años
más tarde, entre 1935 y 1936, en vísperas del
levantamiento militar. Fue tan sólo en el último
período republicano, con la radicalización de
los católicos en vísperas de la guerra civil,
cuando el proyecto de la obra apostólica del cura Escrivá
logró cuajar minoritariamente, encontrando una cierta
acogida entre jóvenes estudiantes católicos,
muchachos "dirigidos espiritualmente" por Escrivá
que realizaban estudios de grado superior o universitario
y que ya se encontraban lanzados en un combate que desembocaría
en tres años de guerra civil.
José María no se resignaba a ser un simple
cura, montando una sencilla academia de estudios, sino que
aspiraba a más y aquí interviene la actitud
ambiciosa que mantuvo a lo largo de su vida. Contó
para ello con otro modelo católico de mucha mayor envergadura
en el que se inspiró también para montar la
academia DyA. Se trataba de la influyente Asociación
Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), cuyos miembros,
que se declaraban públicamente como nacional-católicos,
eran más conocidos por propagandistas católicos
o propagandistas a secas. En 1932, y poco antes que Escrivá,
los miembros de la ACNP habían fundado en Madrid una
academia, el Centro de Estudios Universitarios (CEU), dedicada
únicamente a los estudios de derecho. Los propósitos
de Escrivá con la academia DyA habían sido calcados
de los del CEU y, como eran más ambiciosos que éstos,
se reflejaban hasta en el título: estudios de derecho
más los de arquitectura. Sólo que en la práctica
la academia DyA apenas logró aglutinar con dificultad
unos cuantos estudiantes, mientras que el CEU había
encontrado por entonces una acogida importante.
Tras la aprobación en los primeros meses de la República
de una serie de leyes que eliminaban la instrucción
religiosa y que empezaron a desmontar el sistema católico
de enseñanza en España, junto con la disolución,
que no expulsión, de la Compañía de Jesús
en 1932, un sacerdote ambicioso como Escrivá consideró
que era necesario su trabajo en la enseñanza, aunque
sólo fuera para llenar el hueco dejado por los jesuitas.
La ocasión era excelente para él, que ambicionaba
especializarse en el apostolado universitario. Iba además
a considerar como torpeza supina por parte de la Compañía
de Jesús el hecho de sufrir una medida de disolución
política, sin posibilidad de recurso o de defensa.
Entonces debió pensar que su proyecto nunca sufriría
nada parecido y que debía preparar un dispositivo de
ocultamiento para evitar descalabros futuros. Así imaginó
su futura fundación a través de sociedades anónimas
de pantalla y de laicos como testaferros. Algunas notas y
escritos redactados por Escrivá apuntan en este sentido.
Luego sus seguidores encontraron incluso una explicación
divina para la problemática cuestión de la financiación,
y la iluminación divina de Escrivá tuvo lugar
precisamente en un lugar muy apropiado cuando paseaba después
de visitar a unos pobres en el barrio madrileño de
La Bombilla [Ver cap. 3. "De
Madrid al cielo", pp. 59-62].
Escrivá, para perfilar los aspectos de la fundación
que preparaba, iba también a inspirarse en el fundador
de la Compañía de Jesús y para aspectos
organizativos en los propagandistas católicos, considerados
como una de las prolongaciones laicas de la Compañía
de Jesús. En los años de la Segunda República
española empezó pronto a manifestarse la influencia
política de los nacional-católicos de la ACNP
en la vida del país. Sus actividades no sólo
fueron alentadas por la disuelta Compañía de
Jesús, sino también por una buena parte de la
jerarquía eclesiástica española, por
lo que crecieron hasta reunir varios centenares de miembros
en Madrid y en otras ciudades españolas, de las que
saldrían en gran número dirigentes de organizaciones
de apostolado (Acción Católica, Estudiantes
Católicos, juventud Católica), partidos políticos
(Acción Popular, CEDA) y destacados líderes
franquistas después de la guerra civil española.
[Fontán, Antonio, "Bodas de oro de la Editorial
Católica", Revista "Nuestro Tiempo",
Pamplona, julio 1963].
A diferencia del proyecto de Escrivá, quien soñaba
con tener desde sus orígenes una orientación
más de ultra derecha y a la vez más secreta
como si fuera una contramasonería, la ACNP había
nacido a principios de siglo como grupo confesional para formar
católicos que actuasen políticamente conforme
a los intereses de la Iglesia. La originalidad de la ACNP
respecto al resto de los grupos confesionales radicó
precisamente en su objetivo nunca ocultado de formar hombres
para la vida pública". La ACNP formó a
sus miembros políticamente, proporcionándoles
la experiencia en las tareas de gobierno durante la dictadura
del general Primo de Rivera. Los propagandistas habían
aprovechado entonces la ocasión de actuar como grupo
desde el poder. Si la dictadura primorriverista necesitó
una ideología ellos proporcionaron una teoría
del corporativismo y, en contrapartida, la ACNP tuvo la oportunidad
de adquirir una experiencia política de la que se servirían
más tarde durante la República. En 1931, al
proclamarse la Segunda República, reafirmó su
posición privilegiada respecto a la Iglesia católica,
politizó a gran número de católicos en
contra de las reformas de la República, sirvió
como base de reclutamiento de líderes conservadores,
algunos de los cuales alcanzaron ministerios del gobierno
en el denominado bienio negro republicano y, por último,
durante la guerra civil y la posguerra los propagandistas
católicos aportaron sus conocimientos jurídicos
y políticos para la construcción del nuevo Estado
franquista, llegando a detentar también el monopolio
de representación de la jerarquía eclesiástica
española durante los primeros años de la posguerra
española.
Los católicos conservadores de la derecha española
buscaban una sociedad políticamente estable, pero el
ejercicio del poder no unió a los católicos
durante la República sino que agravó sus discrepancias,
y los enfrentamientos entre ellos fueron numerosos, participando
Escrivá por su militancia en la ultraderecha en discusiones
de la época. Con su proyecto Escrivá pensaba
en ir con sus futuros seguidores más lejos que la ACNP,
porque no sólo serían conservadores sino también
conquistadores. Los propagandistas proclamaban la indiferencia
de las formas de gobierno y estaban dispuestos a aceptar y
tener ciertas complicidades con la República, como
antes con la Monarquía y la dictadura de Primo de Rivera,
aunque luego en realidad se decantaron lentamente, durante
la Segunda República, hacia formas fascistas, políticamente
más dinámicas por el contexto de la época.
Basta señalar como dato histórico que la sublevación
izquierdista de 1934 en España, la famosa revolución
de Asturias, no fue provocada por el temor de las izquierdas
al fascismo en general, sino por temor a lo que entonces se
llamaba fascismo clerical.
La aparición pública del fascismo como fuerza
dominante en Europa fue un fenómeno que apareció
con fuerza en tan sólo unos pocos años, más
concretamente entre los años que transcurren entre
1922 y 1945. Pueden señalarse ambas fechas con toda
precisión. Empezó entre 1922 y 1923 con el nacimiento
del partido fascista italiano que Mussolini llevó al
poder en la mítica marcha sobre Roma de 1922, seguida
un año después por el abortado "putsch"
de Munich de Hitler en Alemania, mientras que España,
con la dictadura del general Primo de Rivera, se fue aproximando
también en 1923. El fenómeno del fascismo llegó
a su mayoría de edad en los años treinta cuando
surgieron por toda Europa los partidos fascistas y llegaron
al poder, a veces mediante la conspiración, a veces
por la guerra civil, pero siempre bajo el patrocinio de Hitler
y Mussolini, unidos como una fuerza en la política
europea por el Pacto de Acero de 1936 y al cual se añadiría
más tarde el general Franco a partir de 1939. El fascismo
terminó en 1945 con la derrota y muerte de los dictadores
más destacados y la hecatombe o la huida de los seguidores,
sirviendo España de refugio para muchos de ellos.
Sin embargo, tras el amplio término de fascismo se
escondían, en verdad, dos distintos sistemas sociales
y políticos. Ambos eran autoritarios y opuestos a la
democracia parlamentaria, pero eran diferentes y la confusión
entre estos sistemas distintos es un factor esencial en la
historia del fascismo. Ambos sistemas pueden describirse como
el fascismo auténtico y el fascismo clerical. Casi
todo el movimiento fascista europeo ha estado compuesto de
estos dos elementos, pero en proporciones variables, y la
variedad de esta proporción tiene una relación
con la estructura de clase de cada sociedad en particular
y con la mayor o menor influencia social de la Iglesia católica.
[Woolf, S.J., y otros, "El fascismo europeo",
Grijalbd, México, 1970. También en "European
Fascism", Weidenfeld & Nicholson, Londres, 1968].
Si el fascismo auténtico ha sido analizado teóricamente
desde su derrota en 1945, el fascismo clerical, que perduró
en regímenes como el del general Franco en España,
ha despertado poco el interés de los historiadores,
sobre todo por sus profundas implicaciones con la Iglesia
católica. Por tanto, el fascismo auténtico,
lo que ha descrito el historiador inglés Hugh Trevor-Roper
como fascismo dinámico, [Trevor-Roper, Hugh, R.
L, "El fenómeno del fascismo", en Woolf y
otros, ob. cit., p. 36] con el culto de la fuerza, el
desprecio de las ideas tradicionales y religiosas, junto con
la afirmación de una amplia clase media baja en una
sociedad industrial debilitada, era muy distinto del fascismo
clerical, que estaba basado en el ultraconservadurismo ideológico,
es decir, en el tradicional conservadurismo clerical del antiguo
régimen del siglo XIX, modificado y puesto al día
para el siglo XX. Ambos eran autoritarios y defendían
la jerarquía social a ultranza, pero la diferencia
entre ellos era muy grande, aunque ambas formas políticas
se confundieron constantemente a lo largo de la historia europea.
La piedra de toque para distinguir un fascismo de otro era
la religión y en el caso de España la Iglesia
católica, la cual, para remediar la crisis que sobrevino
durante el primer tercio del siglo XX, seguía ofreciendo
el ideal conservador de 1890, es decir, un Estado de orden,
jerárquico, no democrático y corporativo. Esta
receta sería implantada luego, bajo forma de fascismo
clerical, además de España en Portugal, Austria
y Hungría, países en donde la estructura social
y la presencia de la Iglesia se mantenían como en el
siglo XIX. Oliveira Salazar en Portugal y el general Franco
en España o el almirante Horthy en Hungría y
directamente los sacerdotes católicos Hlinka y Tiso
en Eslovaquia, fueron representantes de ese fascismo clerical
que logró perdurar en algunos casos más allá
de 1945 y del que tanto se aprovechó el cura Escrivá,
después de la guerra civil con la victoria del general
Franco, para fundamentar una vez por todas su proyecto.
En el panorama de la época, Escrivá, quien
se estuvo extralimitando durante la Segunda República
reprochando tibieza a los propagandistas católicos,
se presentó luego, con la victoria de Franco después
de la guerra civil, como un renovador dentro del fascismo
clerical, aprovechando la coyuntura para establecer, asegurar
y hacer firme el proyecto que se denominó Opus Dei.
Mientras tanto, surgió en Madrid la oportunidad que
tanto anhelaban el cura Escrivá y su familia desde
su llegada en 1927 a la capital de España. El cargo
y la vivienda del rectorado del patronato de Santa Isabel
se encontraban libres y Escrivá se instaló con
su familia creyéndose con mejor derecho que otros,
después de estar varios años pululando por Madrid
"sin ningún beneficio eclesiástico",
como le decía su madre. [Vázquez de Prada,
Andrés, ob. cit., p. 139] Para ocupar el cargo
y la casa rectoral había enviado una instancia a la
dirección general de Beneficencia del gobierno republicano
de derechas con el bienio negro, de quien dependía
el patronato, y también había "ablandado"
previamente a la jerarquía eclesiástica.
El patronato de Santa Isabel lo formaban un convento de monjas
agustinas recoletas, fundado por Felipe II en el siglo XVI,
y un colegio dirigido por monjas de la Asunción. Escrivá
ejercía provisionalmente desde 1931 el puesto de capellán
del convento encargado de la asistencia espiritual de las
monjas de clausura, pero en su nuevo puesto como rector en
funciones debía supervisar la administración
del patronato que afectaba tanto al convento de las agustinas
recoletas como al colegio contiguo de la Asunción.
Aquel cambio representaba para Escrivá la primera
promoción importante en su carrera eclesiástica.
Tuvo por ello que solicitar la autorización oficial
del arzobispado de Zaragoza, diócesis en la que estaba
incardinado desde su ordenación como sacerdote. Así
regularizaba su situación eclesiástica, porque
se hallaba en una situación marginal con respecto a
la Iglesia, por lo menos desde 1929. José María
Escrivá dejaba de ser simple cura para convertirse
en todo un rector en funciones de un antiguo patronato real
aprovechando los tumultuosos años de la República.
Para obtener su nombramiento como rector del patronato, Escrivá
aprovechó sobre todo la coyuntura política favorable,
después de haber ganado las derechas las elecciones
generales en noviembre de 1933. Tomó posesión
oficial del cargo en diciembre de 1934, después de
que su nombramiento fuera publicado unos días antes
en el diario oficial de la República. "Esos rectorados
-señaló Pedro Cantero que llegó a ser
arzobispo de Zaragoza y era entonces colega de Escrivá-,
nos abrían campos apostólicos y nos permitían,
a nosotros que éramos sacerdotes extradiocesanos, trabajar
en la diócesis de Madrid con un beneficio colativo
y, por tanto, en una situación jurídica estable"
[Cantero Cuadrado, Pedro, Testimonio, en Varios Autores,
"Testimonios sobre el Fundador del Opus Dei", Palabra,
Madrid, 1994, pp. 77-78.] Resultaba paradójico
que el nombramiento y la primera promoción eclesiástica
de Escrivá aparecieran en el Boletín Oficial
del Estado, circunstancias que luego aprovecharían
sus seguidores para justificar tergiversadamente una espiritualidad
laica, alejada de cualquier clericalismo.
Una vez que Escrivá se encontró instalado junto
con su familia en la casa rectoral del patronato de Santa
Isabel con una perspectiva de situación jurídica
estable, no disminuyeron sino que aumentaron las constantes
preocupaciones económicas, porque había hallado
una buena oportunidad en Madrid aunque sin ninguna retribución
importante. Cuentan sus hagiógrafos que siendo ya rector
de Santa Isabel "hallándose abrumado de apuros
económicos", se acordó de san Nicolás
de Bari, abogado de tales situaciones. Hízole una promesa
en la sacristía: "¡Si me sacas de esto,
te nombro Intercesor!". [Gondrand, Francois, ob. cit.,
p. 101] Nombrar a un santo intercesor es una devoción
particular que consiste en hablar el santo ante Dios de una
persona, para conseguirle un bien o librarle de un mal. Los
mismos hagiógrafos cuentan que Escrivá fue hasta
la parroquia donde estaba la imagen de san Nicolás
de Bari para rezar pidiendo dinero, es decir, "a darle
un sablazo". El fundador del Opus Dei no tuvo entonces
mucho éxito con san Nicolás como santo intercesor
porque los graves problemas económicos continuaron.
Sus peticiones, sin embargo, sirvieron de entrenamiento y
más tarde Escrivá y sus seguidores se convirtieron
en verdaderos especialistas en sacar dinero a diestro y siniestro
"dando sablazos", esto es, con peticiones hábiles
o insistentes y sin ninguna intención de devolverlo.
Aun siendo Escrivá desde su juventud un sacerdote
jurídicamente marginado dentro de la Iglesia, su lustre,
autoestimación y deseos de grandeza sobresaliente eran
enormes. Su actividad era incesante en búsqueda de
una dignidad eclesiástica, de cargos o empleos honoríficos
y, sobre todo, de autoridad. La prebenda que correspondía
a un oficio honorífico y preeminente como era el rectorado
del patronato le colmaría algún tiempo, porque
contaba encima con una amplia vivienda, pero él soñaba
con ser un alto dignatario de la Iglesia católica,
un personaje investido de dignidad y se mostraba con gravedad
y decoro en la manera de comportarse desde los primeros tiempos,
como si ya hubiera alcanzado la suprema dignidad eclesiástica
que él anhelaba fervientemente.
Instalado como rector del patronato, a Escrivá le
llamaron la atención dos tumbas en la iglesia que dependía
del patronato y estaban por tanto dentro de su jurisdicción.
Las lápidas mortuorias, situadas bajo la cúpula
del crucero de la iglesia al pie del presbiterio, estaban
dedicadas a dos eclesiásticos catalanes, un vicario
general de los ejércitos reales, patriarca de las Indias
Occidentales, capellán y limosnero mayor del rey Carlos
IV; y el otro había sido también vicario general
castrense, patriarca de las Indias Occidentales, obispo de
Sión y pro capellán mayor de la Casa Real en
el siglo XVIII. [Berglar, Peter, ob. cit., pp. 371-372]
El vicariato militar ejercido por ambos dignatarios eclesiásticos,
que tenía poder e independencia con respecto a la Iglesia,
resultó ser una revelación para Escrivá,
porque podía ser la solución para el proyecto
de organización con el que soñaba. Desde entonces
pensó en utilizar el modelo de un vicariato general
castrense para sus planes, lo cual encajaba perfectamente
con sus ambiciones y podía seguir estando en armonía
con la subida imparable del fascismo y con su evolución
personal.
Tras convertirse en rector de un patronato que fue real hasta
la República, Escrivá se lanzó, como
una de sus primeras medidas, a la publicación de temas
espirituales, lo que no había podido realizar hasta
entonces. En sus dos publicaciones durante la Segunda República
repitió los mismos temas y preocupaciones en los que
iba a insistir a lo largo de su vida.
"Consideraciones Espirituales", su primer trabajo,
era un pequeño libro de 104 páginas que contenía
434 puntos de meditación y había sido editado
en mayo de 1934 con la autorización y apoyo económico
del obispo de Cuenca. A pesar de ser editado bajo los auspicios
de un obispo paisano suyo, por más señas aragonés,
a quien había pedido consejo para imprimir el libro
de la forma más económica posible, sabiendo
que la Imprenta Moderna de Cuenca pertenecía al seminario,
la publicación del librito representaba un ascenso
en su condición social, después de haber conseguido
la dirección del patronato en Madrid. La obrita rezumaba
un curioso tono de distinción que ya se detectaba en
la advertencia preliminar: "estos apuntes, escritos sin
pretensiones literarias ni de publicidad, respondiendo a necesidades
de jóvenes seglares universitarios dirigidos por el
autor". Sin embargo, en la página 39 se dirigía
a "catedráticos, periodistas, políticos
y hombres de diplomacia", es decir, miembros de la elite
por quienes también deseaba ser leído. También
recomendaba en tono sugerente a sus futuros lectores "pasar
ocultos", y hasta tal punto lo practicaba ya el autor
del librito que el secreto de su apellido no figuraba en portada
y tan sólo aparecía "José María",
su nombre de pila. [El texto íntegro de "Consideraciones
Espirituales", publicado en mayo de 1934 y cuyo autor
firmaba simplemente "José María",
en Ynfante, Jesús, Opus Dei, Grijalbo Mondadori, Barcelona,
1996, Anexo 1, pp. 503-533.] La condición de "pasar
ocultos" en 1934 no tenía, sin embargo, la arrogancia
y énfasis que mostró a partir de 1939, cuando
ya se había puesto en marcha de forma estructurada
la organización del Opus Dei.
Una lectura de "Consideraciones Espirituales" permite
afirmar que Escrivá tenía en mente una visión
algo detallada aunque incompleta sobre lo que iba a ser su
proyecto. Así, menciona "plan de vida", "mortificación
continua", "cruz de palo sin crucifijo", elementos
que posteriormente formarían parte de la amplia panoplia
de recursos utilizados por los primeros militantes del Opus
Dei. Pero entonces, hacia 1934, todo indica que su apostolado
se reducía a un nivel de simple labor individual con
prácticas espirituales dirigidas a individuos aislados
sin cohesión de grupo. Por ello, en la correspondencia
de Escrivá con el vicario general de la diócesis
de Madrid hay alusiones al librito "Consideraciones Espirituales"
y a la Academia DyA, a "nuestro apostolado sacerdotal
entre intelectuales" ya las "obras de celo con estudiantes",
pero los nombres de Obra de Dios u Opus Dei como organización
nunca son mencionados. [Estruch, Joan, "Santos
y pillos. El Opus Dei y sus paradojas", Herder,
Barcelona, 1994, pp. 146-147.] Se puede citar un ejemplo
curioso de su actividad por aquella época, cuando preparaba
un retiro espiritual para el primer domingo del mes de mayo
de 1934 y en carta al vicario del obispado de Madrid insistía
con autobombo sobre la calidad de su labor considerada nada
menos que "apostolado sacerdotal entre intelectuales",
aunque luego en la misma carta trataba explícitamente
a los estudiantes universitarios que iban a acudir al retiro
espiritual como "muchachada": "Yo le pido,
Sr. Vicario, que encomiende esta muchachada en la Santa Misa:
se lo merecen..." [Escrivá, José María,
Correspondencia con el vicario de la diócesis de Madrid-Alcalá.
Carta del 12 agosto 1934, en Hoja Informativa, n° 5, Madrid,
s.f., p. 8. También en Bernal, Salvador, ob. cit.,
pp. 198-199]. En otra carta al vicario de la diócesis,
Escrivá también se refiere a los estudiantes
como estos "chicotes", término que denota
cierto afecto y que se utilizaba antaño para designar
a chicos sanos y fuertes, muy en consonancia con aquellos
tiempos de subida del fascismo. Resulta evidente que las expresiones
"muchachada" y "chicotes" seguían
estando distanciadas de las condiciones estrictas que Escrivá
iba a exigir a los futuros adeptos para la puesta en marcha
del proyecto. Faltaba todavía una captación
más rigurosa para formar el núcleo de primeros
militantes y una ideología fascista más elaborada
que sirviera como fuerte nexo de unión entre ellos,
todo lo cual iba a cuajar en la academia-residencia de la
calle Ferraz con la primera fundación del Opus Dei.
Entretanto, Escrivá les seguía hablando de
entrega personal completa, así como de una empresa
de trabajo apostólico para extender el reinado de Cristo.
De esta época data la aparición de varias hojas
volanderas de publicación irregular, tiradas con una
multicopista primitiva, que tituló pomposamente "Noticias"
y comenzó a enviar durante el verano de 1934, para
seguir manteniendo contacto con los estudiantes durante las
vacaciones. Se trataba de una idea inspirada en el boletín
interno de los nacional-católicos de la ACNP para lo
cual Escrivá copió el título de una columna
situada en la última página del boletín
de los propagandistas. Ya el mismo hecho de su elaboración
dejaba bien clara su intención de mantener un lazo
de unión entre los estudiantes dirigidos espiritualmente
por él, al tiempo que les ofrecía comentarios
sobre hechos y situaciones con una perspectiva que puede catalogarse
como de fascismo clerical. Y también, de este modo,
Escrivá convertía pacientemente su sueño
de una empresa de apostolado en la realidad de una fundación.
Su segunda publicación, la obrita titulada "Santo
Rosario", publicada en Madrid en 1935, era una meditación
de los quince misterios dolorosos, gozosos y gloriosos que
constituyen el rezo completo del rosario. Considerado por
Escrivá como "libro de oración y meditaciones",
el texto se formaba por una serie de comentarios cortos para
facilitar la meditación de los quince misterios, junto
con unas breves consideraciones sobre las letanías,
por supuesto que lauretanas y en latín, por descontado.
Un texto corto, redactado "de un tirón" afirman
sus hagiógrafos. En el prólogo Escrivá
hacía la siguiente advertencia: "No se escriben
estas líneas para mujercillas. -Se escriben para hombres
muy barbados, y muy... hombres, que alguna vez, sin duda,
alzaron a Dios... El principio del camino, que tiene por final
la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia
María Santísima. ¿Quieres amar a la Virgen?
-Pues, ¡trátala! ¿Cómo? -Rezando
el Rosario de Nuestra Señora". Escrivá
añadía en el prólogo otros temas preferidos
suyos como la tendencia al secreto o la receta típica
del fascismo clerical de encomendar a los "hombres muy
barbados y muy... hombres" que para ser más fuertes
tenían que volver a la vida de infancia: "He de
contar a esos hombres un secreto que puede muy bien ser el
comienzo de ese camino por donde Cristo quiere que anden.
Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño.
Ser pequeño exige creer como creen los niños,
amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan
los niños..., rezar como rezan los niños".
También se refería en el prólogo a un
apostolado que él ya veía de dimensión
universal: "Ojalá sepas y quieras tú sembrar
en todo el mundo la paz y la alegría con esta admirable
dimensión mariana y tu caridad vigilante". Desde
el prólogo de su obrita "Santo Rosario",
Escrivá repetía sin cesar los mismos temas y
preocupaciones en los que iba a insistir a lo largo de toda
su vida.
Huyendo hacia delante, en un fracaso que iba a ser considerado
luego por sus seguidores como una ampliación, la pequeña
academia DyA de la calle Luchana se trasladaría a la
calle Ferraz en Madrid para convertirse en academia-residencia,
donde el negocio iba a estar más integrado y tendría
una dimensión de mayor envergadura.
Después de la instalación y escaso funcionamiento
de la academia DyA en la calle Luchana, Escrivá y su
familia decidieron dar el paso decisivo en Madrid con un desdoblamiento
de actividades, alquilando tres pisos en un inmueble situado
en el número 50 de la calle Ferraz, en las proximidades
del Parque del Oeste. La academia para clases se instaló
en el cuarto piso, mientras que la nueva residencia DyA, prevista
para estudiantes internos y con una vida en común,
ocuparía junto con la familia Escrivá los dos
pisos de la tercera planta. Aquello representaba el comienzo
de una verdadera actividad fundacional por la posibilidad
de aglutinar bajo el mismo techo a los estudiantes dirigidos
espiritualmente por Escrivá que se encontraban dispersos
hasta entonces por la capital de España. Con la academia-residencia
DyA que intentaron entrara en funcionamiento en el mes de
octubre de 1934 se reunían finalmente todos los requisitos
para llamar a aquello una fundación, sobre todo por
la vida en común de los futuros primeros miembros;
pero tampoco pudo funcionar bien de inmediato por la falta
de medios materiales y la escasez de seguidores. El proyecto
cuajaría más tarde, bien entrado el año
1936; sería entonces, a los treinta y tres años,
la misma edad de Cristo, con una evidente madurez física
y mental, cuando Escrivá se entregaría de lleno
a la instalación de la primera residencia de la Obra
y a la puesta en marcha de su proyecto.
A comienzos de 1935 las estrecheces económicas habituales
de la familia Escrivá se agravaron por la falta de
residentes, ya que sólo eran dos y pensaban alojar
hasta veinte. Les resultaba imposible sostener tres pisos,
de modo que en febrero de 1935 abandonaron uno e instalaron
la academia donde estaba la residencia. Como ayuda para resolver
los problemas económicos Escrivá colocó
una imagen de san Nicolás de Bari con la siguiente
inscripción debajo: "Sancte Nicolae curam domus
age" ("San Nicolás, ten cuidado de la casa").
La imagen servía a los visitantes de recordatorio para
que depositaran dinero de igual manera que el santo obispo
Nicolás de Bari depositó una suma de dinero
en la ventana de una casa donde vivían tres jóvenes
que no podían casarse por falta de dote. [Gondrand;
Francois, ob. cit., p. 101] También colgado de
una pared del vestíbulo, cerca de la entrada, había
un repostero como objeto simbólico que tenía
una significación especial para los iniciados. Era
de paño gris azulado y en la parte inferior tenía
unas plantas de cardo con tela superpuesta, lo que significaba
espinas y asperezas; en la parte superior había unas
estrellas con la leyenda "per aspera ad astra",
[Gutiérrez Ríos, Enrique, "José
María Albareda, una época de la cultura española",
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid,
1970] que se traducía "por las asperezas al
cielo" y también "por caminos difíciles
hasta los luceros". Esta última expresión,
que gustaba a los iniciados, fue utilizada hasta la saciedad
por el fascismo clerical en España por aquella época.
Dentro de la academia-residencia, la instalación de
la capilla en una habitación representó un paso
importante en los preparativos de la primera fundación
de la Obra de Dios. Colgada en una de las paredes de la capilla
se hallaba una cruz negra vacía, sin crucifijo, una
cruz de palo de talla humana que iba a tener un significado
muy concreto y fue luego una de las piezas maestras en el
simbolismo del Opus Dei. En el librito "Consideraciones
Espirituales", publicado en 1934, José María
Escrivá ya mencionaba la cruz de palo sin crucifijo:
"Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable
y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es
tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y
sin consuelo..., que está esperando al Crucifijo que
le falta: y ese Crucifijo has de ser tú". En el
primer "templo" de la Obra la cruz negra vacía
llegó a formar parte del decorado teatral del que gustaba
rodearse Escrivá en sus pláticas espirituales,
pero luego comenzaron a celebrarse ante ella las primeras
ceremonias de admisión en el Opus Dei, actuando como
testigo espiritual José María Escrivá.
Delante de la cruz negra los futuros miembros estaban obligados
a leer una jaculatoria de fórmula breve durante la
ceremonia de ingreso en la Obra de Dios.
Los primeros miembros estarían obligados a observar
vida en común, aunque sin hábitos monásticos,
con objeto de compartir una vida contemplativa y un recogimiento
que necesitaban para la oración, junto con una actividad
exterior en la que harían apostolado y ayudarían
a sufragar al mismo tiempo los gastos de la organización.
El juramento de votos, que tenía lugar para formalizar
la entrada como miembro en la Obra de Escrivá, se hacía
delante de la cruz negra de palo y los votos eran los tradicionales
religiosos de pobreza, castidad y obediencia, con la originalidad
de hacerse en orden invertido, es decir, obediencia, castidad
y pobreza. Por los tiempos que corrían la obediencia
era más importante que la castidad y la pobreza.
De entre las personas que giraron en torno a Escrivá
durante la República salieron los primeros miembros
de la Obra, en su mayoría jóvenes estudiantes,
que pasarían a ser cofundadores. También había
alguno de la misma edad que Escrivá y que había
compartido tareas de catequesis con las Damas Apostólicas
antes de la llegada de la Segunda República, pero el
grupo más compacto estaría formado principalmente
por jóvenes estudiantes. El clima político deteriorado
de la República atrajo más clientela a aquella
primera residencia montada por Escrivá, que sirvió
de base para la primera fundación del Opus Dei en los
meses finales de 1935 y en el primer semestre de 1936.
Algunos de los jóvenes estudiantes fervorosos se tomaban
muy en serio sus obligaciones y se reprendían entre
ellos cuando algo no iba bien. La costumbre de la corrección
fraterna se convirtió enseguida en una muestra de "buen
espíritu" entre los primeros miembros de la Obra,
aunque tales prácticas presentaban también unos
aspectos tan siniestros que se correspondían más
bien con la clásica delación y con la denominada
"pedagogía del miedo", practicada antaño
por la Inquisición española. En aquellas prácticas
empezaba a cuajar el espíritu fundacional y allí,
en Ferraz 50, comenzaron a aparecer signos distintivos de
la Obra, como la cruz de palo y los castigos corporales. Mortificaciones
como dormir en el suelo, castigarse el cuerpo por medio de
un pequeño cilicio apretado en el muslo durante dos
horas al día y de azotarse con un látigo de
cuerda por lo menos una vez a la semana, fueron consideradas
"costumbres piadosas" por los primeros miembros
de la Obra y, para servir de ejemplo, Escrivá se entregaba
de lleno a una serie de mortificaciones con cilicios, ayunos
y disciplinas. Mortificarse era muy bueno, según Escrivá,
para domar las pasiones castigando el cuerpo y refrenando
la voluntad. Se asustaron, sin embargo, algunos de los primeros
miembros cuando circularon relatos truculentos sobre las mortificaciones
del fundador, al que le gustaba flagelarse duramente. [Un
hagiógrafo de Escrivá cuenta que uno de los
estudiantes y primeros seguidores de Escrivá, Ricardo
Fernández Vallespín, para evitar el ruido de
los latigazos que se aplicaba el fundador tenía que
taparse los oídos para no oír el sordo golpeteo
procedente del cuarto de baño y otro de los cronistas
oficiales del Opus Dei se atreve a contar los detalles: "En
su cuarto guardaba el Padre, en una caja, el cilicio y las
disciplinas. Impresionaba ese instrumento de flagelación,
de cuyos cabos pendían cabos de herradura y cuchillas
de afeitar, hasta el punto de que las paredes del cuarto de
baño estaban salpicadas de sangre." En Vázquez
de Prada, Andrés, ob. cit., p. 161. También
en Ynfante, Jesús, "Opus Dei", Grijalbo Mondadori,
Barcelona, 1996, p. 55.] Maltratar el cuerpo con azotes
era un signo de ascesis medieval y en diversas religiones
los ascetas se han flagelado por espíritu de sacrificio
y también para rechazar las tentaciones. El espíritu
fundacional se fue complicando con una más que prolija
normativa diaria, semanal o mensual, que incluía, entre
otras actividades, misa, comunión, rezo del ángelus,
visita al sagrario, lectura espiritual, rosario completo de
quince misterios y mortificaciones.
El núcleo inicial que cuajó como organización
en los meses finales de 1935 y el primer semestre de 1936
estuvo formado por unos quince miembros, en su mayoría
jóvenes estudiantes. A Escrivá le atraía
mucho el número doce, a imitación de Jesucristo
y sus doce apóstoles, pero desde un principio las cuentas
nunca cuadraron por algunas defecciones primerizas y también
por el sistema fluctuante de adhesiones utilizado por el fundador
en los primeros tiempos. Así, las primeras adhesiones
fueron mantenidas por Escrivá en la indefensión
para obtener la imagen apropiada de doce, y adjudicaba a veces
un número, "tú eres el número ocho"
decía a uno, aunque luego podía decirle lo mismo
a otro miembro.
El eje de la formación espiritual de la naciente Obra
de Escrivá se basaba en técnicas típicas
del fascismo clerical, empezando por una sumisión completa
al fundador que intervenía por el voto de obediencia
en las conciencias de los primeros miembros y en todos los
asuntos internos de un proyecto de inspiración celestial.
Aquellos jóvenes seguidores formados en la residencia
DyA de la calle Ferraz padecían una extraña
inmadurez junto con un curioso sometimiento a todo lo que
decía "el Padre", empezando por el estudiante
nombrado director de la residencia, a quien Escrivá
trataba en público de "medio director", mitad
en broma, mitad en serio. El régimen de la vida en
común era tan duro y los controles tan rigurosos que
ya se podía hablar entonces de seres totalmente condicionados
y hacer un análisis negativo de ellos, hasta desde
un punto de vista cristiano, al comportarse como si fueran
juguetes dirigidos por un mando a distancia.
A medida que se degradaba el clima social, Escrivá
afianzaba su proyecto y acogía a más estudiantes.
Llamaba especialmente la atención ver en la. residencia
DyA a algunos estudiantes de ingeniería que estaban
considerados entonces como una elite entre los estudiantes
y tenían fama de participar poco en trabajos de apostolado
y en cuestiones religiosas.
Así, el ingeniero se iba a elevar a la dignidad de
ser levadura de la sociedad gracias a Escrivá, lo cual
iba a representar posteriormente uno de los rasgos de la pretendida
originalidad del Opus Dei.
Entre los que vivieron en la residencia y se confesaban con
Escrivá se puede mencionar a un estudiante que participó
en el intento de asesinato de Jiménez de Asúa,
abogado socialista, vicepresidente del parlamento de la República
y uno de los autores de la Constitución republicana.
[Moncada, Alberto, "Historia
oral del Opus Dei", Plaza &Janés,
Barcelona, 1987, pp. 16-17] Paseando en automóviles,
armados de ametralladoras, estudiantes terroristas madrileños
hicieron cuanto estuvo en sus manos para aumentar el desorden
y el caos en un ambiente manifiesto de insurrección
contra la República y uno de los que residía
en la DyA participó en el atentado contra uno de los
llamados padres de la República. Luego relataría
admirado entre sus compañeros de residencia la valentía
de uno de los policías de la escolta de Jiménez
de Asúa. Posteriormente, en las semanas anteriores
al 18 de julio de 1936 hasta cayó asesinado el juez
que había condenado a veinticinco años de cárcel
a uno de los autores del atentado, mientras que uno de sus
cómplices, el estudiante de la residencia DyA, logró
esconderse de la policía.
"Durante la perspectiva de mis años mozos -ha
señalado uno de los primeros seguidores de Escrivá
refiriéndose a la primera fundación-, yo veía
al Padre como una gran personalidad que nos hablaba de santificación
personal en la vida laica, una cosa nueva para mí en
aquel entonces, y de responsabilidad en la recristianización
del mundo. El Padre tenía la firme convicción
de que Dios le había llamado para arreglar la situación
de la Iglesia. Y eso lo decía cuando, al mismo tiempo,
apenas tenía dinero para pagar las facturas y estaba
rodeado de cuatro chicos como yo." [Fisac, Miguel,
Testimonio, en Moncada, Alberto, ob. cit., p. 89.] En
los primeros tiempos Escrivá había autorizado
para que se le tuteara, pero comprobó más tarde
que aquellos jóvenes, "los chicos", le perdían
el respeto, por lo que dio marcha atrás y empezó
a ponerse más distante. Así, desde comienzos
de 1936 ya era un hecho el llamarle "Padre", no
padre Escrivá por su condición de sacerdote,
sino por ser fundador Padre, a secas. Por aquel tiempo encontraría
también una justificación para sus ambiciones
y decidió que tenía que aparecer siempre como
una persona importante, porque así se le tendría
respeto a su Obra, logrando tranquilizar de esta manera a
su conciencia al asegurar que todo lo hacía por el
bien de ella. Fue además entonces cuando decidió
unir los dos nombres, José y María firmando
Josemaría, por devoción a la Virgen y a san
José, según sus hagiógrafos. [Gondrand,
Francois, ob. cit., p. 106] Finalmente, los ardientes
deseos de un oscuro cura llamado Escrivá de conseguir
poder, riquezas, dignidades y fama, iban a cumplirse ambiciosamente
después de varios intentos fallidos por medio de una
organización enteramente suya, dominada completamente
por él.
Un día a comienzos de 1936, en una de las ocasiones
que tuvo uno de sus seguidores de acompañar a Escrivá,
desde la residencia de la calle Ferraz hasta la iglesia de
Santa Isabel en donde seguía siendo rector, relata
el antiguo miembro del Opus Dei que el fundador le dijo señalando
a las dos tumbas situadas bajo la cúpula del crucero
al pie del presbiterio: "Ahí está la futura
solución jurídica de la Obra". [Berglar,
Peter, ob. cit., pp. 371-372.] Si en 1934 Escrivá
soñaba con ser vicario general castrense, más
importante era que dos años más tarde, en 1936,
siguiendo el modelo, ya quería configurar jurídicamente
la Obra como una estructura jerárquica de carácter
secular y militar a imitación de un vicariato castrense,
con la particularidad que estos vicariatos dentro de la Iglesia
católica no eran jurisdicciones territoriales sino
personales. El Opus Dei obtuvo un estatuto jurídico
parecido dos años después de la muerte de Escrivá,
en 1978. Conviene destacar que los deseos de Escrivá
encajaban perfectamente y se podían incluir en la creciente
ola de fascismo clerical en 1936.
Como partidario intransigente de la inalterabilidad de la
doctrina católica, la obsesión integrista de
Escrivá constituía ya la esencia misma del proyecto
de recristianización o de reconquista del mundo y por
ello el fundador del Opus Dei, que albergaba la ilusión
de reconquistar el poder que tuvo la Iglesia durante los siglos
medievales de "cristiandad", llegó a soñar
también con el modelo de aparentar ser una familia,
pero siendo además una milicia. Una familia espiritual
sin cargar con los inconvenientes del afecto carnal y una
milicia con fuerza, la más apta para la lucha, de una
disciplina más severa.
Varios autores católicos simpatizantes del Opus Dei
coinciden en señalar que por su espíritu, organización
y apostolado, el Opus Dei empezó a funcionar como una
orden de caballería de los tiempos modernos, [Thierry,JeanJacques,
"L'Opus Dei. Mythe et realité", Hachette
Litterature, París, 1973, p. 13; Roegele, Otto B.,
"L'Opus Dei. Légende et realité d'una communauté
discute". Hochland, Munich, 20 junio 1962; Revista "La
Revue Nouvelle."], lo que representaba un viaje hacia
atrás de más de setecientos arios al tiempo
de las cruzadas. Para la empresa de recristianización
del mundo, así como para la primera fundación
de su Obra, Escrivá pensó que iba a necesitar
caballeros medievales, mitad monjes, mitad soldados. Con el
Opus Dei Escrivá intentó reconstruir el sueño
medieval de una sociedad espiritualmente homogénea,
aprovechando los tiempos de secularización muy en boga
entonces en la Iglesia. Pero el sueño resultaba imposible,
a no ser que, atentando contra la esencia misma del espíritu,
fuera impuesto de forma totalitaria. Eso fue exactamente lo
que ocurrió con la cruzada iniciada en julio de 1936
y dirigida por el general Franco.
Fue en el primer semestre del año 1936 cuando alrededor
de una docena de jóvenes estudiantes españoles
ya habían jurado voto de obediencia a Escrivá
y una veintena giraba espiritualmente en torno a él,
en un círculo más exterior, observando puntualmente
los actos de piedad que celebraban en pequeños grupos
en la residencia DyA de la calle Ferraz.54 Si meses antes
tuvo que reducir espacio instalando la academia donde estaba
la residencia por falta de estudiantes, durante el curso 1935-1936,
como la afluencia era grande, alquiló de nuevo otro
piso para que sirviera de academia y pudieran vivir aparte
los residentes y los primeros militantes de la Obra de Escrivá.
Luego, semanas antes del estallido de la guerra en julio de
1936, se llegó a alquilar una casa más amplia,
un palacete abandonado perteneciente a los Azlor, de la más
rancia aristocracia aragonesa. Su propietario, el duque de
Villahermosa, que se había refugiado en Francia, había
desempeñado la presidencia española de la soberana
Orden de Malta, en la cual -por su estructura tradicional
y jurisdicción exenta-,. Escrivá demostró
siempre estar especialmente interesado. El contrato de arrendamiento
del palacete fue simbólico por las circunstancias políticas
del momento. Estaba situado en el número 16 de la misma
calle Ferraz y nunca llegaron a ocupado plenamente, porque
apenas tuvieron tiempo de acondicionado cuando estalló
la insurrección militar que mereció los honores
de ser denominada cruzada. [Instancia sobre el traslado
de la Academia-Residencia DyA a nuevo domicilio, Madrid, 10
julio 1936].
Si el proyecto de Escrivá se estaba realizando en
vísperas del levantamiento armado de los fascistas,
la guerra civil española vino a desbaratar el primer
esfuerzo embrionario que puede calificarse como la primera
fundación de la Obra de Dios. Los tres años
de guerra no significaron sin embargo un paréntesis
en la vida de Josemaría Escrivá ni en la de
ningún español de aquella época. El "alzamiento
nacional", o lo que también entonces se denominó
alzamiento, a secas, se convertiría en una cruenta
y despiadada guerra civil que duraría tres años,
entre 1936 y 1939, Y fue bautizada por los rebeldes como Santa
Cruzada.
No cabe duda que Escrivá había optado por participar
en la cruzada del lado de los insurrectos, y una característica
de los cruzados era exterminar a los infieles para recobrar
la Tierra Santa. Escrivá apoyó la sublevación
del general Franco contra la República; aunque sus
hagiógrafos evitan mencionar el hecho de que fue franquista
de todo corazón y de igual modo que Escrivá,
desde 1931, se había mantenido en hostilidad constante
contra el nuevo régimen democrático y republicano,
llegando a apoyar activamente a estudiantes terroristas que
conspiraban para derribar violentamente la República.
Con tales antecedentes, Escrivá decidió pasar
a la clandestinidad a partir del 18 de julio de 1936, y como
había peligro de que lo identificasen como cura se
disfrazó con atuendos variados que iban del traje de
campesino al mono de obrero, cuando hasta entonces nunca admitió
ir de paisano. Durante la República vistió siempre
con sotana y este simple hecho lo consideraba como una militancia.
A veces su ostentosa exteriorización de la condición
de sacerdote le empujó a llevar manteo, que sin duda
era más llamativo que el abrigo, [Bernal, Salvador,
"Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer",
Rialp, Madrid, 1976, p. 88] y con una estampa del clásico
cura de pueblo de otros tiempos se paseaba con el rígido
sombrero de teja y el tradicional manteo echado sobre la sotana.
En la cabeza el cerco de la tonsura, un poco más grande
de lo corriente, lo cubría adosándose a la coronilla
un solideo negro, [Vázquez de Prada, Andrés,
"El Fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1983,
p. 164.] costumbre que siguen practicando en el siglo XXI
los rabinos judíos. Con visión decimonónica,
Escrivá entendía el sacerdocio como si fuese
el representante de un servicio público y juzgaba que
los demás tenían derecho a poder reconocer al
sacerdote por su atuendo en cualquier lugar y circunstancia.
[Bernal, Salvador, ob. cit. p. 88]
Durante la noche del 19 al 20 de julio ardieron en Madrid
cincuenta iglesias y ese mismo día comenzó el
asalto republicano al rebelde cuartel de la Montaña
que se encontraba curiosamente casi enfrente de la nueva sede
de la residencia DyA. Escrivá cambió inmediatamente
la sotana por un mono azul para pasar inadvertido. Las calles
de Madrid estaban llenas de milicianos con monos azules, una
prendas que se había de convertir prácticamente
en uniforme. Presentarse vestido correctamente suponía
el peligro de ser acusado de fascista. La clase media prescindió
de sombreros, corbatas, collares, en un esfuerzo por parecer
proletarios.6o Durante los primeros meses de la guerra bastaba
con que alguien fuera identificado como eclesiástico
o militante católico para que fuera ejecutado sin proceso
alguno. [García de Cortázar, Fernando y González
Vega, José Manuel, "Breve Historia de España",
Alianza, Madrid, 1994, p. 579] La corbata podía
significar la detención inmediata y una tonsura en
la coronilla era, por lo general, invitación a "un
paseo del que muy difícilmente se podía volver
andando". [Vila Sanjuán, José Luis.
"¿Así fue? enigmas de la guerra civil española",
Nauta, Barcelona, 1971, p. 229] De ahí que Escrivá
se escondiera primero tres semanas cerca de la calle Ferraz
en la casa que tenía alquilada la madre y, posteriormente,
donde pudo, aunque sus escondites fueron siempre casas de
amigos y conocidos en barrios céntricos burgueses como
Chamberí y Salamanca, o en la zona residencial de Arturo
Soria.
Aquella clandestinidad se justificaba plenamente durante
los meses de julio, agosto, septiembre y quizá hasta
noviembre de 1936, pero con la estabilización del frente
de Madrid y el control de la calle por el gobierno republicano
dejó de existir el riesgo máximo de las semanas
siguientes al levantamiento del 18 de julio. La madre de Escrivá,
por su parte, huyó de su casa alquilada por causa de
los bombardeos, ya que vivía en una zona cercana a
la primera línea de fuego durante el asedio de Madrid
por las tropas de Franco. Doña Dolores se refugió
en el barrio de Chamberí y fue uno de los primeros
miembros de la Obra, Isidoro Zorzano, con su sueldo de ingeniero,
quien se encargó de alojar y alimentar a la madre y
a los hermanos del fundador del Opus Dei. A Escrivá,
como estaba metido en las conspiraciones, le sorprendieron
poco los acontecimientos de Madrid y pasó los mismos
sustos y los mismos apuros que los demás sacerdotes
y religiosos sospechosos de favorecer a los insurrectos. Consiguió
salvarse primero viviendo en la clandestinidad y más
tarde encontró un refugio precario en el domicilio
de un diplomático. De entre los primeros miembros de
la Obra algunos llegaron a ser detenidos y otros se refugiaron
en legaciones extranjeras.
Entre tanto Escrivá fue hospitalizado, también
de forma clandestina, en una clínica psiquiátrica
con la cobertura de estar aquejado fuertemente de reumatismo
y luego fue trasladado al piso de un diplomático salvadoreño,
que ejercía como cónsul honorario de Honduras
en el paseo de la Castellana, donde se hallaba más
o menos amparado por una presunta inmunidad diplomática.
Allí permaneció seis meses, junto con varios
miembros de la Obra, intentando escapar y realizando varias
tentativas infructuosas para salir con documentación
falsa del Madrid republicano. Para comunicarse en las misivas
durante este tiempo, Escrivá utilizó el seudónimo
de "Mariano" y en el secreto que utilizaban entre
ellos "don Manuel" era Jesucristo, "la madre
de don Manuel" la Virgen María y "los ramos
de rosas" las partes del rosario. Escrivá escogió
el seudónimo de "Mariano" imitando a Bernard
de Claraval, más conocido por san Bernardo, quien lo
había utilizado siete siglos antes en honor de la Virgen
María. La conexión de Escrivá con san
Bernardo no fue sólo por el seudónimo de "Mariano"
sino que tenía tanta admiración por él
que ya había copiado de su famosa obra "De Consideratione"
el título del librito "Consideraciones Espirituales"
publicado en 1934. Para Escrivá las cualidades de san
Bernardo se juzgaban extraordinarias porque fue abad de Clairvaux
en Francia y se dedicó plenamente como predicador a
las cruzadas y a sus fieles caballeros templarios.
Escrivá soñaba con crear una minoría
dirigente para situar a Cristo en la cumbre de todas las actividades
humanas, a través de un cristianismo de cruzada capaz
de conservar o en su defecto restaurar creencias superadas
en el tiempo y ancladas en la Edad Media. Se trataba de crear
un núcleo relativamente protegido de seglares y en
última instancia el objetivo era de cultivar elites
intelectuales capaces de fructificar cuando desapareciera
la Segunda República y las condiciones de la época
fueran más favorables y todo ello, conviene señalarlo,
dentro de una atmósfera política de fascismo
clerical y de una negación creciente de las libertades,
en la cual el proyecto de Escrivá, con un ambicioso
espíritu totalitario, también participaba.
Además de su propia familia, presentada desde los
primeros momentos de la fundación como modelo de familia
cristiana, Escrivá propuso también como modelo
a los primeros cristianos. Solía repetirlo desde la
quema de conventos de 1931, pero fue sobre todo a partir de
18 de julio de 1936, cuando estalló la guerra civil
española, cuando Escrivá comentaría en
aquellos meses que pensaba frecuentemente en la persecución
de los primeros cristianos. [Bernal, Salvador, ob. cit.,
p. 83] "Que nuestra ambición suprema sea la
de vivir como los primeros cristianos, sin distinción
de sangre, ni de nación ni de lengua", repetía
Escrivá y su deseo sería recogido textualmente
más tarde, en 1950, en el artículo 215 de las
constituciones secretas del Opus Dei. También Escrivá,
en una entrevista para la revista norteamericana "Time",
declaró posteriormente en este sentido: "Si se
quiere buscar alguna comparación, la manera más
fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida
de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su
vocación cristiana, buscaban seriamente la perfección
a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime,
del bautismo. No se distinguían exteriormente de los
demás ciudadanos. Los socios del Opus Dei son personas
comunes; desarrollan un trabajo corriente; viven en medio
del mundo como lo que son: ciudadanos cristianos que quieren
responder cumplidamente a las exigencias de su fe". [Forbath,
Peter, "Entrevista", Revista "Time", Nueva
York, 15 abril 1967. También en Escrivá, Josemaría,
"Conversaciones", Rialp, Madrid, 1968, pp. 46-47].
Esto que en boca de Escrivá parecía una sencilla
comparación, toma su dimensión histórica
cuando se analizan minuciosamente los escritos elaborados
por miembros del Opus Dei. Se puede observar entonces que
se remontan al siglo I de la era cristiana para encontrar
un techo histórico adecuado a las ambiciones de su
proyecto y con esa dimensión obtienen la perspectiva
histórica necesaria para actuar, y sobre todo para
defender, la religión integérrimamente y de
forma ultraconservadora. Para los seguidores de Escrivá
el camino escogido por ellos es el correcto y que desde el
siglo I de la era cristiana el resto de la humanidad, y por
supuesto los católicos que no pertenecen a la Obra
de Escrivá, se encuentran en un camino erróneo
o están equivocados.
Uno de los cronistas del Opus Dei, el notorio miembro Florentino
Pérez Embid, ha llegado a señalar por su parte
que el mundo se encuentra en una situación similar
a la caída del Imperio Romano y "como entonces
(...) el papel asumido ahora también por los cristianos.
De la conciencia histórica y de las virtudes humanas
de los católicos depende en verdad, en gran parte,
el futuro de la cultura". [Pérez Embid, Florentino,
"Ambiciones Españolas", Editora Nacional,
Madrid, 1953, p. 59.]
Otro miembro del Opus Dei, José Orlandís, en
"La vocación cristiana del hombre de hoy"
ha escrito: "Muchos son los que piensan que es nuestro
tiempo la coyuntura histórica más próxima,
más afín a aquella, entre todas las que se han
sucedido a lo largo de los dos últimos milenios, en
los veinte siglos de nuestra era cristiana. Como en esa época
remota, también hoy nos ha tocado en suerte asistir
al doloroso alumbramiento de una nueva edad. Cien años
escasos bastaron entonces para presenciar una prodigiosa subversión
en nuestro mundo occidental. Un majestuoso y venerable "ardo
Orbis" desapareció para siempre: estructuras y
formas políticas que tantos contemporáneos estimaban
irremplazables se hundieron para no renacer; pueblos nuevos
conquistaron un lugar al sol y el papel de protagonistas y
forjadores de la Historia; una revolución agraria repartió
tierras con gentes recién llegadas del extranjero;
el poder y la fuerza pasaron a manos de una nueva y bárbara
clase dirigente". [Orlandís, José, "La
vocación cristiana del hombre de hoy", Rialp,
Madrid, 1959, p. 21.]
No se conoce en la historia contemporánea caso comparable
a lo que el Opus Dei iba a propugnar en pleno siglo XX. Desde
su primera fundación, la Obra de Escrivá no
sólo ambicionaba una expansión sin límites,
sino que además, para explicar el fascismo clerical
con una perspectiva histórica, se remontaba ideológicamente
al tiempo de los primeros cristianos. José Orlandís,
en su libro antes citado, añade detalles históricos
sobre la nueva edad que se vislumbra según el Opus
Dei: "No faltaron Padres de la Iglesia que atribuyeron
una misión providencial al Imperio Romano: perseguidor
de la primera cristiandad el Imperio fue, sin embargo, vehículo
eficaz de la expansión del cristianismo". Orlandís,José,
ob. cit., pp. 22-23] Aquí reside la clave de la comparación
entre nuestro tiempo y los primeros cristianos. El Opus Dei
se presentaría luego, después de la guerra civil
española, como el constructor de una segunda cristiandad
y un nuevo orden, atribuyendo una misión providencial
a la dictadura de Franco como vehículo eficaz de su
expansión en el mundo. Desde esta perspectiva fascista
y milenarista, los veinte siglos de supervivencia de la Iglesia
católica representan tan sólo la prehistoria
de una época que comienza y donde el Opus Dei iba a
ocupar, por derecho de conquista, un puesto de honor como
cruzado. Todo ello se iba a realizar además silenciosamente,
desde las catacumbas, a imitación de los primeros cristianos.
Escrivá intentó que el apostolado no se detuviera
con la guerra y decidió organizar en septiembre de
1937 una tanda de tres días de ejercicios espirituales
clandestinos en varios domicilios de Madrid, de forma que
pudieran reunirse sucesivamente en cada uno de ellos sin despertar
sospechas. Entre los asistentes destacaba un joven profesor
de la Escuela de Agricultura, José María Albareda,
que se encontraba muy abatido por la muerte de su padre y
pidió la admisión en la Obra ante el propio
Escrivá el día 8 de septiembre, festividad de
todas las Vírgenes Negras. Albareda había visitado
varias veces la residencia DyA y de él se ocupaba de
forma especial Isidoro Zorzano, en expresión de la
Obra "lo trataba" desde hacía un año.
El fichaje de Albareda fue importante porque no era clandestino
y podía disponer de recursos e influencias políticas
en aquellas circunstancias, con lo cual Escrivá se
animó y decidió abandonar Madrid, no sin vacilaciones,
porque dejaba atrás a su madre y hermanos. En los preparativos
de la huida movilizó a sus estudiantes y éstos
a sus respectivas familias para procurarse dinero. Finalmente
salió de Madrid con algunos fieles seguidores suyos
en automóvil, por carretera.
La reacción de Escrivá llegó a ser muy
virulenta frente a las persecuciones padecidas por la Iglesia
católica en España entre 1936 y 1939. La guerra
civil y las pruebas que había soportado en ella le
habían marcado profundamente. El hecho de que el clero
fuera objeto de una venganza especial en la zona republicana
dejó en él un recuerdo particularmente duradero.
Un decenio más tarde todavía declaraba con frecuencia
ante diferentes interlocutores que en el caso de reanudarse
la persecución de sacerdotes en España no podría
permanecer pasivo y prefería salir a la calle con una
metralleta. [Artigues, Daniel, "El Opus Dei en España",
Ruedo Ibérico, París, 1971, p.42.]
Si el itinerario de la vida del fundador, de Barbastro a
Logroño, de Logroño a Zaragoza y de Zaragoza
a Madrid, recorrido en sus años de formación,
fue una peripecia biográfica condicionada fundamentalmente
por la carrera eclesiástica y su familia, el corto
viaje que estaba dispuesto a realizar entonces representaba
la aventura sin ataduras familiares y una prueba para el afianzamiento
definitivo de la Obra. [El viaje de iniciación por
los montes Pirineos ha merecido un tratamiento especial, con
la extensión de varias páginas y todo lujo de
detalles, por parte de los hagiógrafos del fundador
del Opus Dei. Ver Bernal, Salvador, ob. cit., pp. 83-84 Y
246-248; Berglar, Peter," Opus Dei. Vida y obra del Fundador
Josemaría Escrivá de Balaguer", Rialp,
Madrid, 1988, pp. 176-188]. Los miembros de la Obra, moviéndose
en la clandestinidad de un Madrid republicano, decidieron
huir por una ruta tortuosa. En lugar de atravesar la línea
del frente y llegar a la zona "nacional" por el
camino más directo, se iban a dirigir en automóvil
con salvoconductos hasta Valencia, sede desde noviembre de
1936 del gobierno republicano. De Valencia viajarían
en tren hasta Barcelona, donde permanecieron cuarenta días
sobreviviendo en la calle o en pensiones de mala muerte, en
espera de preparar la fase más importante del viaje.
Coincidencia curiosa: Escrivá y su grupo precedieron
en el viaje a los dirigentes políticos republicanos
y si ellos llegaron el l0 de octubre a la Ciudad Condal, el
gobierno de la República se trasladaría tres
semanas después también desde Valencia a Barcelona.
Desde Madrid no les bastó cruzar la línea del
frente por las sierras de Guadalajara, como lo hicieron tres
jóvenes estudiantes seguidores de Escrivá. En
vez de atravesar los montes idearon un itinerario complicado
que pasaba por la capital provisional del Estado republicano,
que estaba en Valencia, luego a Barcelona y, tras atravesar
a pie los Pirineos, llegar a Andorra, pasar a Francia y de
nuevo a Navarra para alcanzar Burgos., la capital castellana
del "nuevo Estado". Parecía como si Escrivá
no pudiera sustraerse al atractivo inconsciente del poder,
pese a hallarse en una situación extrema. Aunque era
absolutamente preciso, para que el éxodo se convirtiera
en iniciación, que prosiguiera aquella romántica
expedición por los Pirineos. Resultaba vital para la
incipiente Obra que se estableciera en torno al proyecto una
aureola de heroísmo y de aventura, que le permitiera
desembarazarse del fardo de dudas y trabas del pasado.
Desde Barcelona, formando grupo con miembros de la Obra entre
los que se encontraban dos estudiantes que ya habían
pasado a ser declarados desertores del Ejército republicano,
Escrivá intenta llegar a Andorra haciendo una parte
del camino en autocar y otra a pie, de noche, por las rutas
del contrabando. El grupo estaba compuesto por Josemaría
Escrivá, cinco estudiantes miembros de la Obra, más
dos "amigos". No resulta aventurado en tales circunstancias
comparar a Escrivá con una especie de mago Merlín,
encargado de la tutela y guía del pequeño Opus
Dei a lo largo de la peligrosa ascensión que había
de llevarle desde la penumbra del Bosque Encantado hasta la
misma cima de Camelot, para que la Obra de Dios pudiera elevar
después el Grial luminoso de una nueva Edad de Oro
de la Iglesia.
Escrivá marchaba disfrazado de montañero con
una bota de vino que compraron en Barcelona cruzando su pecho
en bandolera, oteando las altas cimas del Pirineo, con sus
ansias incontenibles de grandeza. Aquellas alturas y horizontes
le inspiraron algunos pensamientos que luego quedarían
reflejados como máximas en Camino, su mejor librito,
que sería publicado después de la guerra, en
1939:
"Crécete ante los obstáculos. -La gracia
del Señor no te ha de faltar: Inter medium montium
pertransibut aquae!- ¡Pasarás a través
de los montes! ¿Qué importa que de momento hayas
de recordar tu actividad si luego, como muelle que fue comprimido,
llegarás sin comparación más lejos que
nunca soñaste?" (Camino, máxima 12).
"¡La guerra! -La guerra tiene una finalidad
sobrenatural-me dicesdesconocida para el mundo: La guerra
ha sido para nosotros... -La guerra es el obstáculo
máximo del camino fácil -Pero tendremos, al
final, que amada, como el religioso debe amar sus disciplinas."(Camino,
máxima 311).
"Tienes razón. -Desde la cumbre -me escribes-
en todo lo que se divisa -y es un radio de muchos kilómetros-,
no se percibe ni una llanura: tras de cada montaña,
otra. Si en algún sitio parece suavizarse el paisaje,
al levantarse la niebla, aparece una sierra que estaba oculta.
Así es, así tiene que ser el horizonte de tu
apostolado: es preciso atravesar el mundo. Pero no hay caminos
hechos para vosotros... Los haréis, a través
de las montañas, al golpe de vuestras pisadas."
(Camino, máxima 928).
Sin embargo, hubo otros pensamientos anotados durante el
viaje iniciático que no fueron incluidos en Camino
y que aparecieron luego en otros escritos. Uno de sus hagiógrafos
cita una metáfora atribuida a Escrivá durante
el viaje por los Pirineos, en clara alusión al momento
que vivía entonces la Obra: "Pero no importa:
también el agua, al estrellarse contra las rocas, se
arremolina o se remansa antes de seguir adelante con renovado
ímpetu". [Archivo del Opus Dei: Registro Histórico
del Fundador 4152. Roma (Italia). También en Gondrand,
Francois, ob. cit., p. 129].
Antes de iniciar el ascenso de los Pirineos se refugiaron
en una cabaña de pastores en los montes de Rialp que
Escrivá bautizó como "la cabaña
de san Rafael", por ser el arcángel protector
de los viajeros y que luego utilizaría para designar
el apostolado de la Obra entre los más jóvenes.
Como guía en el camino de la ascensión, Rafael
figuraría en tríada de arcángeles protectores
del Opus Dei, junto con Miguel y Gabriel. Allí, en
los montes de Rialp, le ocurriría a Escrivá
un suceso extraordinario. Una mañana, cuando estaban
vagando por la espesura del bosque pirenaico, los refugiados
en la cabaña donde pernoctaban le proponen que celebre
la misa. Escrivá, no se sabe si con algunas de sus
bruscas y violentas cóleras, sale de la cabaña
sin decir palabra. Sus compañeros quedan sorprendidos
con aquella reacción inhabitual en un sacerdote y más
en Escrivá, muy amante de la misa. La desolación
entre ellos es completa. Al cabo de un rato vuelve Escrivá
con una rosa de madera en la mano que afirma haber encontrado
entre los escombros de una iglesia abandonada. Más
fervoroso, Escrivá celebró ese día la
misa con especial recogimiento. Algunos de los del grupo afirman
que durante el paseo tuvo una visión del cielo y el
simbolismo de la rosa hallada en el suelo de una iglesia en
ruinas no se le escapó a ninguno de los presentes.
Escrivá lo interpretó luego cuando, vacilando
en seguir adelante con el plan de huida, tuvo la tentación
fortísima de volverse atrás, a Madrid, con su
madre y sus hermanos, en lo que pidió una señal
extraordinaria del cielo y entonces encontró tirada
en el suelo la rosa de madera que pasó a engrosar la
abundante colección de símbolos del Opus Dei
y con esa significación especialísima se encuentra
en la sede central en Roma. Los objetos que Escrivá
guardó como recuerdos del viaje de iniciación,
muy venerados posteriormente por los miembros del Opus Dei,
fueron una bota de vino, la patena y un vaso pequeño
de cristal, que sirvió como Santo Grial, además
de la esotérica rosa de madera, que llaman "rosa
de Rialp" o también "rosa de Pallerols",
según las preferencias. La rosa es la flor simbólica
más utilizada en Occidente y como símbolo del
amor puro representa en unos casos un simbolismo de regeneración
y en otros la perfección suprema, además de
un renacimiento místico por su relación con
la sangre [Chevalier,Jean y Gheerbrandt, Alain, "Dictionnaire
des symbols", Robert Laffont, París, 1990, p.
822]. El hallazgo de Escrivá de la rosa de madera,
en unas condiciones extremas dentro de una iglesia en ruinas,
puede representar también la búsqueda de una
interpretación secreta y diferente del cristianismo.
Así, la rosa, símbolo esotérico utilizado
profusamente tanto por los rosacruces como por otras órdenes
masónicas, iba a tener en adelante, al estar recogida
por las manos sacerdotales de Escrivá, una dimensión
cristiana.
En diciembre de 1937 el grupo, con Escrivá a la cabeza,
después de haber recorrido parte del sur de Francia
casi sin detenerse, llega a San Sebastián, ciudad ya
liberada por los cruzados de Franco, luego se dirige a Pamplona
y por fin a Burgos, donde se había instalado el cuartel
general de las tropas franquistas. Sus primeros valedores
políticos después de atravesar la frontera fueron
un cura salesiano que era el secretario particular del obispo
de Pamplona y un hermano de Albareda que utilizaba el título
de marqués consorte y estaba casado con la descendiente
de una acaudalada familia aragonesa. [En la familia de Albareda,
el padre que era farmacéutico fue fusilado junto con
otro hermano en Caspe, su pueblo natal de Zaragoza]. Desgraciadamente,
cuando se encontraban todavía en Andorra, a Escrivá
y sus acompañantes no se les ocurrió seguir
viaje a París como hicieron cuatro siglos antes Ignacio
de Loyola y sus compañeros de aventura. Escrivá
y los primeros miembros de la Obra regresaron inmediatamente
a la Península para participar como voluntarios franquistas
en la guerra civil, dirigiéndose primero a Pamplona,
sede ideológica del carlismo, y más tarde a
Burgos, capital de la cruzada..
Por su parte, a Escrivá, después de la aventura
de llegar a la zona franquista, buscando alojamiento en Pamplona,
le instalan un catre de campaña en el palacio episcopal
de la capital del requeté y comienza a ayudar en todo
tipo de tareas eclesiásticas, mientras se dedica a
hacer propaganda sobre la naciente Obra entre curas colegas
suyos y algunos militares del tremebundo Cuerpo de Ejército
de Navarra. Éste solía desfilar al son de dulzainas
tocando una jota, precedidos por cuatro enormes crucifijos,
amén de los tradicionales gastadores con boina roja
y palas, hachas y picos en las espaldas.
En cuanto a los miembros de la Obra que se incorporaron a
filas en el bando de Franco, dos de ellos lograron ser destinados
a Burgos en las oficinas del general Orgaz. Otros fueron enviados
al frente y para permanecer unidos se desplazaban a Burgos
cuando conseguían permiso en sus destinos militares.
Escrivá no pudo mantenerse en Pamplona y decidió
instalarse en Burgos. Aunque no hay testimonios directos que
lo confirmen, debió tener roces y encontronazos con
otros colegas del clero ultramontano, no por discordias religiosas
con el requeté, sino porque ante la gran oferta existente
se suprimieron del mercado de asistencia espiritual las tasas
pecuniarias. Ante el exceso de oferta -más la competencia
desleal entre colegas eclesiásticos-, Escrivá
decidió no cobrar en adelante estipendios en las misas
encargadas para rogar por determinadas intenciones ni en las
tandas de ejercicios espirituales que celebraba, suprimiendo
de este modo su única fuente de ingresos. El acitivismo
con los requetés de Pamplona en la defensa a ultranza
de la tradición religiosa y monárquica le había
dejado exhausto. Además, su sitio estaba en Burgos
por ser capital de la cruzada, donde ya se habían instalado
algunos de los primeros miembros de la Obra.
Cuando llegó a Burgos, Escrivá se fue a la
pensión en donde se hospedaba Albareda, quien había
comenzado a trabajar en la secretaría de Cultura de
la Junta de Defensa, el organismo que asumía provisionalmente
los servicios administrativos del nuevo Estado. "Sin
embargo, para el pensamiento del Padre -cuenta uno de sus
primeros seguidores y testigo de la época- José
María Albareda tenía un talante liberal y, por
ello, nunca lo consideró como uno de sus más
íntimos colaboradores. No hay que olvidar que Albareda
fue becario de la Junta de Ampliación de Estudios y
siempre hablaba con respeto y admiración de las gentes
de la Institución Libre de Enseñanza (...) que
había conocido personalmente" [Moncada, Alberto,
ob. cit., p. 61]. El retiro estratégico de Escrivá
en la capital de la cruzada estaba asegurado. En Burgos vivió
quince meses, desde los comienzos de 1938, y en aquella época
se apoyó mucho en Albareda.
En Burgos Escrivá re encontró a dos jóvenes
estudiantes de los primeros miembros de la Obra que le acompañaron
en el viaje iniciático por el Pirineo. Declarados desertores
del ejército republicano, se habían enrolado
como voluntarios en el ejército de Franco y fueron
destinados, por ser universitarios y estar recomendados, a
las oficinas que tenía en Burgos el general Orgaz,
jefe supremo de las tropas franquistas que asediaban Madrid.
El grupo dirigido por Josemaría Escrivá se trasladó
luego a una habitación que alquilaron en el hotel Sabadell,
con mayor confort, para que Escrivá pudiera "trabajar
mejor", ya que estuvo enfermo de una faringitis grave
en febrero de 1938. Los otros miembros de la Obra que se habían
incorporado a filas volvieron a reanudar el contacto con Escrivá.
Sin embargo, los que permanecieron en Burgos tuvieron que
abandonar posteriormente el hotel por falta de pago y se fueron
a vivir a una humilde casa de huéspedes. Albareda se
había ido a vivir a Vitoria desde hacía algún
tiempo, por encontrarse allí instalada la sede del
nuevo ministerio de Educación Nacional, aunque hacía
también frecuentes viajes a Burgos. Su ausencia había
agravado la precaria situación económica de
Escrivá. Los otros dos jóvenes miembros de la
Obra que convivían con él intentaban sacar dinero
de donde podían, las más de las veces por medio
de sablazos, pero con resultados desalentadores.
Escrivá, por su parte, se pasaba el día trabajando
sentado, escribiendo notas y reflexiones espirituales para
una edición ampliada del librito "Consideraciones
Espirituales" que titularía "Camino".
Recibía alguna visita en la habitación que compartía
con el grupo o iba a oficiar la misa en el altar con retablo
barroco de la iglesia de San Cosme y San Damián, que
hizo copiar milimétricamente en los años sesenta
por devotos seguidores para poder celebrar sus misas, como
recuerdo de Burgos, en Roma. Alejado de su madre y de sus
dos hermanos, consideraba la estancia en Burgos como una etapa
de cimentación en la que se recuperaban contactos y
se empezaba a preparar el futuro, además de la preparación
de otras medidas sobre el futuro inmediato de la Obra. Hasta
tal punto estaba obsesionado por ello que encargó cálices,
albas, ornamentos y otros objetos litúrgicos "para
nuestro oratorio", solía repetir pensando en la
vuelta a Madrid.
Para mantener los contactos anteriores al estallido de la
guerra civil Escrivá volvió a la idea de editar
el boletín confidencial de media docena de ejemplares
titulado "Noticias". Constaba de dos páginas
ciclostiladas cuyas noticias estaban redactadas por el propio
Escrivá que firmaba con el seudónimo de "Mariano",
imitando a san Bernardo. El texto se refería a las
informaciones que llegaban a Burgos sobre los amigos y conocidos
que ayudaron a formar el primer núcleo fundacional
de la Obra antes de la guerra. En aquella época Escrivá
encabezaba toda su correspondencia personal con un "II
Año Triunfal", de acuerdo con la cronología
de la cruzada franquista. Burgos es la ciudad castellana mencionada
por el fundador del Opus Dei en el punto 811 del librito de
máximas espirituales que luego llamó Camino:
"¿Te acuerdas? -Hacíamos tú y yo
nuestra oración, cuando caía la tarde. Cerca
se escuchaba el rumor del agua. -Y, en la quietud de la ciudad
castellana, oíamos también voces distintas que
hablaban en cien lenguas, gritándonos angustiosamente
que aún no conocen a Cristo").
Durante el verano Escrivá se ofreció como capellán
voluntario en el vicariato castrense y, cuando había
ocasión, se ausentaba temporalmente de Burgos para
dar tandas de ejercicios espirituales en la retaguardia de
las tropas de Franco, aprovechando en algunas ocasiones estos
viajes para visitar a los miembros de la Obra que estaban
diseminados por los diversos frentes de guerra de la geografía
española. Cuando permanecía en Burgos, Escrivá
salía a dar un paseo siempre acompañado al monasterio
de las Huelgas, a Fuentes Blancas y a la cartuja de Miraflores.
En uno de sus paseos por el monasterio de Santa María
de las Huelgas -el lugar escogido para celebrar la dictadura
de Franco su primer consejo de ministros, que guardaba entre
otras reliquias medievales el estandarte almohade cobrado
por los cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa- llamó
la atención de Escrivá un curioso anacronismo
jurídico que quedaba de la Edad Media, cuando abades
poderosos controlaban el territorio alrededor de sus abadías
y tenían sus propios tribunales. Así, abades
o prelados podían tener enclaves territoriales, más
o menos importantes, lo que les permitía disfrutar
de un estatuto más o menos equivalente al de un obispo.
Podían además vincularse jurídicamente
al enclave los sacerdotes y ser gobernados de acuerdo con
sus leyes particulares, aunque trabajasen en otra parte.
Comenzó a estudiar Escrivá el modelo y desenterró
la idea de escribir la aplazada tesis doctoral en derecho
sobre doña Jacinta del Navarral, abadesa de las Huelgas,
en lugar de la ordenación al sacerdocio de mestizos
y cuarterones en los siglos XVI y XVII. La jurisdicción
de la abadesa llegó a extenderse durante los siglos
XII Y XIII con dominio y superioridad sobre doce monasterios
de monjas de la orden de san Bernardo diseminados por Castilla
y León. Más que el lugar, un evocador monasterio
situado fuera de la ciudad de Burgos con un convento de arquitectura
románica, a Escrivá le interesaba la dignidad,
es decir, el cargo o empleo honorífico y de autoridad.
Lo importante para él era saber por quién estuvo
regido el monasterio, cuál era su territorio, la jurisdicción
y bienes o rentas pertenecientes a la abadesa. Escrivá
se interesó también especialmente en el hecho
de que la abadesa llegara a acceder a una jurisdicción
cuasiepiscopal fuera de las normas eclesiásticas; el
excepcional modelo jurídico de la "prelatura nullius"
le sedujo de tal manera que intentaría aplicarlo durante
la posguerra para su proyecto.
Escrivá tuvo cautivado el ánimo con el caso
una gran parte de su vida por el enorme poder a la vez político
y religioso que mostró la famosa abadesa de las Huelgas.
Lo que le atrajo más fuertemente de doña Jacinta
del Navarral era, según Escrivá, "verla
gobernar, como lo hiciera una reina, a los numerosos vasallos
de su extenso señorío, con alcaldes y merino
s que administraban justicia en su nombre; cuando no lo hacía
por sí, sentada en su tribunal... Y si todo esto no
te moviera a tener admiración, recalcaba Escrivá,
espero que abras mucho tus ojos cuando la sorprendas dando
licencias para celebrar el Santo Sacrificio... Espero que
llegues a sentir admiración por una de las mayores
glorias de nuestra historia" insistía Escrivá
en el prólogo del librito que publicó más
tarde, dedicado íntegramente al estudio del caso de
la abadesa de las Huelgas. [Escrivá, José
María, "La abadesa de Las Huelgas, estudio teológico
y jurídico", Luz, Madrid, 1944. También
en Rialp, Madrid, 1974 y 1981].
Si la situación de Escrivá en Burgos, dada
su proximidad al poder, parecía ser estratégica
para sus ambiciones, el descubrimiento del monasterio feudal
representaba una doble revelación, en primer lugar,
la abadesa como modelo de vida para él y, en segundo
lugar, la prelatura como proyecto jurídico para su
Obra. Pero el monasterio ofrecía aún una tercera
dimensión donde las ambiciones de Escrivá se
entrecruzaban por primera vez con la alta política
franquista, ya que los ministros de Franco se reunían
regularmente dentro de sus fríos muros de piedra, desde
que el lugar fue elegido expresamente por Franco para las
reuniones del consejo de ministros y para la ceremonia de
su ungimiento dos años antes como caudillo. Teniendo
el fascismo clerical como sustrato en Burgos, Escrivá
pudo moverse intelectualmente a sus anchas con sus manifestaciones
de admiración hacia los cristianos y el feudalismo
del . monasterio de las Huelgas.
El nuevo Estado franquista, a través de un camino
de tensiones y resistencias, fue empapándose de un
clericalismo de nuevo cuño que sería denunciado
hasta por fascistas, principalmente por alemanes, italianos
y algunos españoles falangistas, "que se mostraban
inquietos de la preponderancia que la Iglesia estaba adquiriendo
en el nuevo régimen. [García de Cortázar,
Fernando," La Iglesia y la guerra", en El País:"
La guerra de España" 1936-1939, p. 269]. El
fascismo clerical estaba consiguiendo más poder y fuerza
política que el fascismo auténtico en España.
En aquella ola de clericalismo que lo anegaba todo, la atmósfera
en Burgos y en Salamanca, como han escrito con detalle los
propios fascistas, estaba cargada de odios y recelos. [McCullogh,
Francis, In Franco Spain; Brenan, Gerald, El laberinto español,
Ruedo Ibérico, París, 1962, pp. 246-247.]
Uno de sus primeros seguidores reconoce en el caso de Escrivá
que "las ideas patrióticas y religiosas surgidas
en la guerra civil española las aceptaba en tanto en
cuanto se orientaran en su misma dirección, pero las
consideraba muy alicortas, y mientras escribía Camino
en Burgos, y nos comentaba sus puntos se llenaba de esperanza
en un futuro universal que nos describía como algo
así como lo que luego se ha dado en llamar la reserva
espiritual de Occidente". [Fisac, Miguel, Testimonio,
en Moncada, Alberto, ob. cit., pp. 91-92].Identificado
totalmente con la doctrina del caudillaje para llevar rectamente
el país o a un grupo hacia el término señalado,
Escrivá representaba el tipo de cura imbuido de aspiraciones
totalitarias y su caso era grave por el hecho de considerar,
según este testimonio de uno de sus primeros seguidores,
con escasa imaginación o de modestas aspiraciones el
fascismo clerical entonces imperante en Burgos.
Si en el caso de Franco se recurrió a la noción
de carisma con la simple finalidad de legitimar temporalmente
al jefe de una insurrección militar, el mito del caudillaje
era de más fácil aplicación en el caso
de un sacerdote como Escrivá por el claro componente
religioso que tenía el carisma, al ser considerado
como don gratuito de Dios y por ser impuesto además
más fácilmente al primer grupo de militantes
de lo que luego se llamaría Opus Dei. Dentro del Opus
no había división de poderes porque sólo
iba a mandar el Padre en "una unidad de mando y dirección"
y bajo ella, únicamente orden y jerarquía, como
si fuera un calco del Estado totalitario de Franco. La teoría
del caudillaje ayuda también a explicar cómo
Escrivá se preocupó conscientemente a lo largo
de toda su vida de montar el mito del fundador, léase
caudillo, creado en torno a su Obra y a su persona. Así,
inspirado sin duda en el mito del caudillaje, Escrivá
iba a encontrar el fundamento carismático para ejercer
un poder omnímodo en el seno del Opus Dei. Sería
un hombre de poder absoluto que gobernaría "con
mano de hierro en guante de seda", como un padre solícito
con sus hijos que se ocupa de todo, junto con su familia.
Mientras escribía Camino, Escrivá estaba empapado
de esta atmósfera, pues algunas de su máximas
se refieren explícitamente a ello:
"¿Adocenarte? ¿¡Tú...del
montón! ¡Si has nacido para caudillo! ".
(Camino, máxima 16)
"Fortalecerás, virilizarás, con la
gracia de Dios, tu voluntad, para ser muy señor de
ti mismo, en primer lugar. Y después, guía,
jefe, ¡caudillo! ... que obligues, que empujes, que
arrastres, con tu ejemplo y con tu palabra y con tu ciencia
y con tu imperio". (Camino, máxima 19)
"Tienes ambiciones:... de saber..., de acaudillar...,
de ser audaz...". (Camino, máxima 24)
"Tú no serás caudillo si en la masa
sólo ves el escabel para alcanzar altura. Tú
serás caudillo si tienes ambición de salvar
todas las almas. No puedes vivir de espaldas a la muchedumbre:
es menester que tengas ansias de hacerla feliz". (Camino,
máxima 32)
"Si sientes impulsos de ser caudillo, tu aspiración
será: con tus hermanos, el último; con los demás,
el primero". (Camino, máxima 365)
"(...) Pero no se compensa, con este bien, el mal
enorme y efectivo que producen matando almas de caudillos,
de apóstoles (...)". (Camino, máxima 411)
"¡Caudillos!... Viriliza tu voluntad para que
Dios te haga caudillo (...)". (Camino, máxima
833)
"Me dijiste que querías ser caudillo: y..
¿para qué sirve un caudillo aherrojado?".
(Camino, máxima 931)
En la expresión "caudillo aherrojado" aparecen
las intenciones retorcidas y sinuosas de Escrivá, al
referirse con el significado de la palabra aherrojado a la
gente que llevaba puestos unos grilletes, cadenas y otros
instrumentos de hierro con que en las cárceles se aseguraba
a los delincuentes en la Edad Media. Escrivá, como
sacerdote ideológicamente formado a sus treinta y seis
años, se dedicó con integridad a su proyecto
de Obra apostólica, al mantenimiento de una obediencia
ciega al fundador y a su carisma, y en esa mitología
persistió sin quebranto hasta su muerte. Sin embargo,
un detalle importante a señalar es la publicación
de algunas de las máximas citadas sobre el mito del
caudillo en su librito "Consideraciones Espirituales"
de 1934, lo cual prueba que Escrivá ya se había
formado ideológicamente en el fascismo clerical durante
la Segunda República española y que desde antes
de la guerra civil llevaba el "alma de caudillo"
metida en su corazón.
Durante la cruzada de Franco no se trataba solamente de ganar
la guerra, sino de emprender la conquista de un imperio que
se extendía hacia los cinco continentes y de modo especialísimo
hacia África occidental. La palabra imperio vibraba
a través de los páramos en el aire seco de Castilla
y el futuro imperio español con el que soñaban
los franquistas respondía a vastas ambiciones también
orientadas hacia América Latina y Filipinas. [Southworth,
H. R., "Antifalange", Ruedo Ibérico, París,
1967, pp. 91-92]. Uno de los hagiógrafos de Escrivá
lo llega a reconocer cuando escribe: "El lema de Carlos
V, el "emperador universal" no envejece: Plus Ultra:
¡Siempre más allá! Desde el punto de vista
político es un lema temerario, pero desde el punto
de vista apostólico es un lema profundamente cristiano".
[Berglar, Peter, ob. cit., p. 288].
Entre los innumerables curas que pululaban en Burgos alrededor
del cuartel general de Franco durante la guerra, que se presentaban
como auténticos representantes del polo profético
de la Iglesia católica en la búsqueda de alguna
capellanía o prebenda, sobresalió el sacerdote
navarro Fermín Yzurdiaga, que logró alcanzar
el puesto de jefe nacional de Prensa y Propaganda de Falange.
En su delirio fascista llegó hasta soñar con
los mercenarios árabes que se trajo Franco desde Marruecos:
"Volveremos con ellos hermanados en la gloria de la victoria,
y saltaremos el Estrecho y bajaremos imperialmente hacia el
sur, para buscar entre las arenas ardientes de aquella ciudad
de Dios que talló san Agustín, para levantar,
a su sombra, nuestra ciudad del César. Y entonces,
en el cántico emocionado de dos razas cristianas se
habrá cumplido la realidad gozosa del Imperio Azul
de la Falange." [Yzurdiaga, Fermín, "Discurso
al silencio y la voz de la Falange", en Southworth, H.
R, ob. cit., p. 168].
Sin dejarse arrebatar por la pasión militar hacia
Franco, ni perdiendo circunstancialmente la moderación
y la calma, Escrivá, en máximas de Camino, explicaría
a su modo las ansias imperiales del apostolado militante:
"Misionero. -Sueñas con ser misionero (...)
quieres conquistar para Cristo un imperio". (Camino,
máxima 315)
"Me explico que quieras tanto a tu Patria y a los
tuyos y que, a pesar de estas ataduras, aguarde con impaciencia
el momento de cruzar tierras y mares. -¡ir lejos!- porque
te desvela el afán de mies". (Camino, máxima
812)
"(...) Así es, así tiene que ser el
horizonte de tu apostolado: es preciso atravesar el mundo.
Pero no hay caminos hechos para nosotros (...)" (Camino,
máxima 928)
En 1938, cuando se redactaban estas notas en Burgos, nadie
podía predecir que iban a cumplirse en parte las ambiciones
de Escrivá, aunque de forma rocambolesca por medio
de una serie de hechos exagerados e inverosímiles,
y que algunos de los sueños de conquistas imperiales
del régimen de Franco por obra y gracia del Opus Dei
llegarían a hacerse realidad, aunque en circunstancias
diferentes de la guerra.
En el ambiente medieval de cruzada en Burgos parece que Escrivá
conoció y trató a muchos de los personajes civiles
y militares que tendrían luego importancia en el régimen
de Franco. Logró ampliar su círculo de relaciones
políticas eclesiásticas, pero no obtuvo frutos
tangibles aunque realizó una intensa campaña
de propaganda en los aledaños del poder. Incluso puede
decirse que fracasó en su apostolado entre los intelectuales,
entonces el objetivo principal de la Obra.
Entre los militares que simpatizaron con Escrivá figuraban
algunos miembros de familias de marinos, quienes más
tarde, finalizada la guerra, le presentarían al entonces
teniente de navío Luís Carrero Blanco, un personaje
político clave dentro del régimen de Franco.
También la presencia de Albareda, ya miembro de la
Obra, impulsó a Escrivá a tener un trato más
directo con Ibáñez Martín, que iba a
controlar como ministro durante trece años el mundo
de la educación y la cultura. Entre el clero parece
que trabó amistad con vicarios de diócesis importantes
como Madrid y Valencia, más algunos otros curas que
alcanzaron en la posguerra relevantes cargos eclesiásticos.
Por su parte, los dos jóvenes seguidores de Escrivá
consiguieron algunas adhesiones entre sus compañeros
cuando se encontraban destinados en oficinas militares de
Burgos.
Como quería captar adeptos brillantes, Escrivá
merodeaba en Burgas una famosa tertulia con la crema de la
intelectualidad falangista que se reunía en un café
del paseo burgalés de El Espolón. La atmósfera
en Burgos era de frialdad entre las fracciones de Falange
y los curas de la Iglesia enfervorizados por las victorias
de Franco, sin embargo los intentos de aproximación
eran constantes. Por ejemplo, Escrivá se fue a vivir
al hotel Sabadell e iba a comer cuando podía al mismo
restaurante que frecuentaba Laín Entralgo, conocido
intelectual de Falange, pero éste nunca le dirigió
la palabra, pese a vivir en el mismo hotel y situarse en una
mesa contigua del restaurante. La esposa de Laín Entralgo
puntualiza sobre Escrivá que "era un arribista
tremendo en aquella época (...). Recuerdo verle con
sotana y otros curas acudir al restaurante donde mi marido
y yo almorzábamos. Era un local que estaba frente a
nuestro hotel, en la otra orilla del río. Es cierto
que quiso acercarse a Pedro. Lo intentó incluso a través
de otro cura, Antonio Portillo, de Palma de Mallorca, amigo
suyo a quien nosotros también conocíamos".
Finalmente el encuentro se produjo. "Fue en Fuentes Blancas
-según cuenta la esposa de Laín Entralgo-, ambos
charlaron durante un paseo. No olvido nunca lo que dijo mi
marido: "siento mucho rechazar su invitación a
formar parte de su grupo, pero no admito que nadie me dirija"."
[Moreno, Sebastián, "Las oscuras conexiones
fascistas del "Santo" del Opus Dei, Revista Tiempo,
Madrid, 20 enero de 1992.]. Otro intelectual de la misma
tertulia falangista, el luego escritor Gonzalo Torrente Ballester,
recuerda también que Escrivá "estaba intrigando
allí, aunque entonces no tenía mucho relieve:
era "un curilla amariconado que daba mucho la lata buscando
adeptos". [Moreno, Sebastián, arto cit.].
Escrivá utilizaba las relaciones amistosas en Burgos
para introducirse en los círculos influyentes del régimen.
"Buscaba lo que él llamaba apostolado en el mundo
intelectual, una de las razones fundacionales del grupo -ha
señalado Ricardo de la Cierva, biógrafo de Franco-.
Era lógico que se moviera en Burgos porque allí
estaban los primeros intelectuales franquistas y, sobre todo,
estaba el poder. " [Moreno, Sebastián, arto
cit].
En Burgos ocurrió un suceso que revela la atmósfera
enconada que rebosaba de rencores políticos, pero que
permitió a Escrivá mostrar poderes sobrenaturales
que consistían en adivinar en parte el futuro por medio
de un presagio, es decir, de una especie de adivinación
o conocimiento de las cosas futuras a través de señales
que se han visto o de intuiciones y sensaciones. Se enteró
Escrivá de que un alto funcionario de Hacienda, Jorge
Bermúdez, se disponía a denunciar a Pedro Casciaro,
estudiante de arquitectura y miembro de la Obra, "y una
mañana -según el relato de uno de los hagiógrafos
de Escrivá-, acompañado de José María
Albareda, se personó en el despacho de Bermúdez,
para convencerle de que Pedro no era un agente venido de la
zona roja para espiar secretos militares en el cuartel general
de Orgaz, en Burgos. Le demostró la gravedad de las
calumnias, imposibles de rebatir por falta de testigos, y
las consecuencias morales de semejante delación. Apeló
a sus sentimientos cristianos: ¿Era justo dejarse cegar
por una sospecha? Además, como sacerdote que conocía
bien a Pedro, le suplicaba misericordia. Todo fue en balde.
Bermúdez insistía con terquedad en que Pedro,
aún suponiendo que fuera inocente, tendría que
pagar con la vida los crímenes de su padre, a quien
también acusaba como responsable político de
asesinatos cometidos en Albacete por los milicianos rojos".
[Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., pp.
190-191] Ante la inutilidad de los ruegos y de las peticiones,
Escrivá tuvo un mal presagio cuando quiso fulminarle
con la oración y rezaba para conseguir neutralizar
aquel momento considerado peligrosísimo para el estudiante
Pedro Casciaro. Cuando salió por la tarde a dar una
vuelta por las calles de Burgos y estaba con otro estudiante
de arquitectura, Miguel Fisac, refiriéndole lo ocurrido,
vieron una esquela de defunción anunciando en la puerta
de una iglesia que Bermúdez había fallecido
repentinamente horas después de la visita.
Miguel Fisac, testigo presencial y miembro entonces de la
Obra, corrobora lo sucedido: "Un día al llegar
a Burgos me contaron que un señor importante de allí
se había dado cuenta de que el padre de Pedro Casciaro,
uno de los primeros socios de la Obra, era uno de los jefes
socialistas de Albacete y a pesar de ello tenía un
buen enchufe en la oficina de reclutamiento del general Orgaz,
mientras su hijo estaba en la primera línea del frente.
Había que ir a visitarlo y tranquilizarle para que
no hiciese ninguna denuncia. Como yo iba de uniforme oficial
recién estrenado, me pidieron que fuera a hablar con
su mujer y Escrivá iría a ver a este señor
y convencerle de que no denunciara a Pedro. Cuando llegué
a ver a aquella señora, ella se puso histérica,
dijo que Pedro era su hijo y que lo iban a pagar y nos echó
de mala manera. Cuando nos encontrábamos de nuevo en
el hotel Sabadell con el Padre, y yo le comenté que
lo había hecho muy mal, él nos comentó:
"Pues si os sirve de consuelo, yo lo he hecho peor. Este
señor se ha puesto como un basilisco y hemos terminado
a farolazos". Fisac cuenta que cuando se quedó
a solas con Escrivá, éste le dijo: "Mañana
morirá el hijo de este señor". Por la tarde,
dando un paseo por la catedral, vieron la esquela del señor
con el que Escrivá había estado discutiendo
por la mañana. Más tarde, Escrivá le
explicaría a Fisac la confusión en la premonición.
Había entendido "mañana entierro"
y por eso se había figurado que iba a morir el hijo
que estaba en el frente. [Fisac, Miguel, "Nunca
le oí hablar bien de nadie", en Varios
Autores, "Escrivá de Balaguer ¿Mito o Santo?"
Libertarias - Prodhufi, Madrid, 1992, pp. 62-63].
Dejemos a los teólogos o exorcistas de la Iglesia
que estudien o intenten adivinar si el mal presagio de Escrivá
era o no de inspiración divina. Lo que interesa destacar
en su biografía es esta faceta de Escrivá, ya
que nos encontramos con un practicante de la parapsicología
que quiere transmitir la imagen de que anuncia o presiente
algo. El suceso, digno de figurar en cualquier antología
de malos presagios, hizo aumentar la admiración que
habían profesado a Escrivá los jóvenes
seguidores de la Obra y creció también su confianza
para sentirse protegidos de las persecuciones en un ambiente
"milagrero", propio del incipiente Opus Dei.
Para sus seguidores, aquel suceso demostraba una vez más
que el fundador poseía capacidades y poderes sobrenaturales,
aunque también probaba que Escrivá pertenecía
a la especie muy extendida de fundamentalistas cristianos
que, como los fundamentalistas árabes y de otras religiones,
rezan abiertamente para que Dios aniquile a aquellos con los
cuales se está en desacuerdo. De las calculadas exageraciones
que abundan sobre la vida del fundador entre los miembros
del Opus Dei, cabe señalar por último que incluso
se atreven a afirmar en público que Escrivá
gozaba de una percepción extrasensorial y que era un
ser tan extraordinario que había descendido a la tierra
directamente desde los cielos.
El 28 de marzo de 1939 Escrivá se incorporó
a la primera columna de tropas de intendencia que iba a entrar
en Madrid. A partir del 1 de abril, día de la Victoria,
iban a aumentar los arreglos de cuentas y denuncias mutuas
dentro del bando de los vencedores de la guerra civil que
se mantenía fundamentalmente por la cohesión
del ejército de Franco.
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