LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
SECULARIDAD
¿Se puede decir con verdad que la Obra no saca a nadie
de su sitio? ¿Dónde está esa realidad
suya, que tanto pregonan, de que no se compone sino de cristianos
corrientes, que siguen siendo los mismos que antes, y viviendo
los mismos problemas y realidades de la gente de la calle?
¿Dónde está?
Cargados de reservas. Cargados de vigilancias. Cargados de
dogmatismos internos. Cargados de prejuicios y de necesidades
especiales y de prevenciones. Cargados de todo ello para los
de dentro. Y cargados, mucho más cargados, aislados,
para los de fuera.
Toda una carga, una enorme carga de prescripciones, de normas,
de praxis, de obligados consejos. La más enclaustrada
monja no tiene tantas. Una monja, por ejemplo, tiene libre
opción a su propia vida interior; en la Obra, no. Una
monja utiliza su cabeza, su pensar, su sentir, sin tenerlo
que condicionar a nadie; en la Obra, todo eso hay que contarlo
cada semana y adaptarlo a lo que a esa persona le parezca
más apropiado, y más de acuerdo con el Padre.
Se puede ser contemplativo en el mundo y fuera del mundo.
De ahí las distintas maneras de serlo. Se puede, pero
cada una de esas maneras tiene sus propias características.
Si una monja se seculariza, su contemplación, su santidad,
pasará a ser secular. Si una persona corriente se deseculariza,
deja de ser un cristiano corriente, una más de la calle;
o lo uno, o lo otro. No sé qué explicación
tendrá esa expresión tan usada ahora (la he
leído en la prensa) de monja seglar. Para mí
son términos contradictorios. O se es monja, o se es
seglar... o se es seglar, o se es monja.
Una monja es una persona cualquiera, claro que sí.
Y cada persona puede ser o no ser monja muy libremente. Pero
la que lo es sólo puede serlo en tanto en cuanto su
vida asuma unas condiciones, unos requisitos. Un hábito
(todo lo renovable que se quiera) que no es sino un medio
para que el cuidado de su peinado, de su vestido, de tantas
cosas derivadas de la situación secular, no les exija
ni atención ni tiempo, que han decidido entregar por
vocación al servicio de Dios. A mi entender los intermedios
sólo producen monjas secularizadas, fachosas y extrañas,
o seglares mojigatas.
Se puede ser carmelita, jerónima o del Opus Dei, si
queremos, por la misma razón, con un mismo "fin",
pero de maneras y con estilos, por constitución, muy
distintos. Es una maravilla contar con esos núcleos
de personas retiradas del mundo, que por su propia consagración
se erigen en sus mayores protectoras, en defensoras de sus
más altos valores. Como es maravilloso que gente corriente,
cristianos de la calle, se comprometan con una santidad seria
y profunda en lo diario, llena de afanes apostólicos.
Confundirlo, tergiversarlo, mezclarlo, es tanto como quitar
a cada cosa su específica instrumentalidad. Es muy
necesaria la autenticidad de cada uno en lo suyo. No hay que
ser ni de Apolo ni de Pablo. Pero cada uno debe elegir lo
que más le ayude, cada uno puede escoger entre el estilo
del Carmelo o el de la Asociación que sea, para ser
en ello auténticos, coherentes y consecuentes.
"El cielo está empeñado en que se realice",
asegura Monseñor refiriéndose a la Obra. Una
Obra de Dios, que fue aprobada como Sociedad Sacerdotal de
la Santa Cruz y Opus Dei. Una institución de sacerdotes
alrededor de la cual un grupo de seglares, primero sólo
hombres y luego mujeres también, se asocian, sin más
necesidad (intrínseca) ni de votos ni de obligaciones,
sin más que encontrar en ella (en la Sociedad Sacerdotal)
el amparo necesario para así dedicarse a un apostolado
intenso, dirigido y ayudado, enraizado en la necesidad principal
de buscar la santidad personalmente. En eso sí -planteamiento
inicial de ella-, en eso sí creo que es en lo que el
cielo está empeñado cara al Opus Dei. Que empieza,
sin embargo, a diferir en seguida de su propia teoría
y amplitud, para encasillar-se en una compleja y cambiante
organización. Primero con votos, dicen que de paso,
por necesidad de trámites jurídicos. Luego con
unos compromisos a los que no se les llama votos, pero que
versan sobre su misma materia. Y así sigue y sigue
su evolución.
Primero Instituto, luego Asociación, ahora "cualificada";
y todo ello por las buenas, sin que la Iglesia haya intervenido
ni cambiado para nada su aprobación. Queriendo formas
todavía distintas (que incluso las conciben como si
las tuviesen), de diócesis sin territorio, con un obispo
que sea el propio presidente general, según deseos
expresos de su propio fundador, comentado en párrafos
anteriores.
Todo un complicado y rebuscado proceso jurídico de
secularización, que sin embargo en la práctica
se deseculariza en los detalles más elementales, más
diarios y más asequibles.
Primero una Constitución Apostólica, la próvida
Mater Eclessia, que hay que hacer aprobar a toda marcha, precisamente
para introducir un estilo secular (no sin ceder en muchas
dependencias del derecho para religiosos, pero afanados en
superarlos), y luego, a pesar de toda su pretendida evolución
jurídica, se encasilla y se reduce (cada día
más) a medidas y normas conventuales.
¿Quedaría aprobado en la próvida Mater
Eclessia el estilo de pedir permiso a la directora cada vez
que se necesita beber agua entre comidas?, ¿o acudir
a ella para pedirle una penitencia (rezar algo) cuando se
rompe un objeto sin querer? ¿Estaría incluida
en tal constitución la costumbre de acusarse públicamente,
en el círculo semanal, de alguna falta personal? ¿O
el someter a la obediencia el ejercicio de la propia profesión?
¿Dónde está la raíz de la secularidad
de la Obra? En ella, hasta el año 62 o 63 se rezaba
en común maitines y completas. Al principio el Padre
incluso llegó a pensar en la posibilidad de poner a
los socios unas capas especiales para los actos litúrgicos.
¿Cuál es, entonces, realmente, la secularidad
que concibe la mente del Padre? ¿Cómo es esa
secularidad de que el Padre tanto habla? "¿Quiere
o ha querido alguna vez el Padre realmente la secularidad
para sus hijos? ¿Será su manera de entenderla,
peculiar y distinta, o fuimos nosotros los que nos hicimos
a una idea que nunca debió de ser la propia de los
socios de la Obra?
La secularidad de una entrega a Dios en medio del mundo,
que se centra en un sencillo afán de normalidad y de
vida ordinaria, para ir luego encasillándose en las
codificaciones más exhaustivas, en el más complejo
y cuadriculado reglamento. Es como si esa organización
inicial, familiar y amplia (que debió de ser la Obra
al principio), empezara a írsele de las manos a Monseñor
Escrivá y surgiera, ante ello, la necesidad de una
normativa controladora.
Y en ese control, en esa sistematización de espiritualidad,
en ese acaparamiento de actuaciones metodificadas, es donde
yo me pregunto: ¿es todo esto coherente, adecuado a
un estilo secular como el que de la Obra se asegura? ¿O
será más bien la necesidad de dominio de su
propio fundador lo único que importa?
Yo me imagino una Obra de Dios, con toda su misma espiritualidad,
lo que la Obra es en teoría, con un fundador respetado
y admirado, presidente general, pero sin mitos, sin absolutismos,
con un mismo despliegue de labores y de apostolados, pero
todo ello orientado y dirigido, pero no controlado, unipolarizado.
¡Cómo sería la Obra así! Sería..,
entre otras cosas, lo que muchos imaginamos, lo que nos contaron
y nos propusieron. Algo, quizá, menos lucido, menos
figurativo y menos fácil, pero ¿no sería
mucho más coherente?
"Si alguna vez hay alguien que obligue a alguno de mis
hijos a no ser secular, si algún director incluso de
la Obra llegase a actuar así, yo entendería
que ese hijo mío lo dejara todo y se fuera." Todo
un consejo del propio Padre. Un consejo que, a pesar de los
pesares, ahí está. ¿Acaso no habrá
llegado la hora? Acaso no estemos bajo esa necesidad de actuación;
de actuar defendiendo una secularidad que nos corresponde,
y que no puede ser compatible, no se la puede confundir, con
actuaciones que le son ajenas, con cosas que no le van. Doctores
tiene la Iglesia. Y cada uno nuestra responsabilidad personal.
Responsabilidad que en la Obra, en cada uno de sus socios,
al tener que estar tan delegada en los directores, necesariamente
se anquilosa, y es muy difícil ejercitarla. Pero, si
no, ¿a qué tenemos que dejar reducida la secularidad?
Una Obra de Dios, que cuando ve acercarse a otros movidos
por la idea de Instituto Secular, no quiere llamarse de esa
manera, no quiere asimilaciones con nadie, para ser (dicen)
de esa forma más seculares.
Y que, sin embargo, es sólo un detalle, no tiene inconveniente
en obligar a sus asociadas a ir con velo a la Iglesia. Obligar,
sí, a pesar de que luego "el buen espíritu"
les haga decir que personalmente lo creen más delicado.
"Por delicadeza", "porque quieren", "como
señal de respeto": ésas son las razones
que les han dicho que al Padre le gusta que se diga, aunque
la mayoría de las que lo tienen que llevar, ni lo entiendan,
ni lo hagan a gusto. Antes, un montón de personas se
las han visto y se las han deseado para que no se supiera
que pertenecían a la Asociación, entre otras
cosas, decían, para no dar a nadie motivos de distinción
ni de prevención ante el hecho de una vinculación
a la Obra, ahora... ahora no importa que se las distinga a
la legua.
Cuando salió esta norma del velo, yo estaba fuera
ya. Y desde fuera, recogía la razón de la "delicadeza",
que me dejó pensativa, atónita. ¿Cómo
es posible? Una vez más la consabida pregunta: ¿A
qué llamarán delicadeza? Junto a todo lo que
había visto vivir conmigo, junto a toda esa experiencia
de cómo se trata y reaccionan ante las personas...
¿Cómo es posible que se cifre sólo en
esto (en cosas de éstas) la delicadeza? Una delicadeza
que, parece ser, los demás no viven, no saben tenerla.
¿Que a esto se le dé importancia, y no se le
dé, por ejemplo, a lo que se hace con los que se van?
En la Obra hay que tener un estilo, un estilo que se nota
en el vestir, en el trato, en las exigencias de vida. Es,
dicen, la dignidad de la Obra, "el aire de familia",
un tono que sea el que la Obra (sigue enseñando) se
merece. Creando la digna postura de sentirse muy por encima
de cualquiera de la calle.
Vestir, decía, como todos... Yo diría bastante
mejor que muchos (por el mayor desahogo, entre otras cosas).
Vivir en casas como cualesquiera, pero adecuadas y mejor "cuidadas",
reservadas... Ir a la Universidad, caminar por las mismas
calles... vivir en las mismas ciudades. Y a esto es a lo que
hay que llamar secularidad.
Los motivos de diversión, sin embargo, deben ser especiales,
exclusivos, los mismos pero distintos, más cómodos
y exquisitos: piscinas y campos de deporte privados y propios.
Prevenciones y reservas, consignas y controles para asistir
a la Universidad. Por el hecho de ser, de pertenecer a la
Obra, las amistades de siempre no sirven, tienen que ser otras,
tienen que serlo sólo por motivos apostólicos,
quizá sin que eso propiamente sea lo que se aconseja,
pero sí sobre lo que se insiste, porque con ellas,
si no es para conseguir algo para la Obra, se pierde el tiempo
y ese tiempo ya no es tuyo -te dicen-. Con la familia se debe
derrochar cariño, pero siempre que sea para que entiendan
y ayuden a la Obra, no para que cuenten con uno, sino para
que lo hagan lo menos posible, para que regalen... y den,
y paguen cosas de la Obra, regalos para todas -con los regalos
de las familias no se quedan las interesadas-. Por el contrario,
salvo muy contadas y consultadas excepciones, nunca los miembros
de la Obra harán regalos a los demás, ni a su
familia, ni a nadie. Y a todo esto hay que seguir llamando
secularidad.
En la Obra no se asiste a diversiones públicas. Nadie
asistirá normalmente a un tentadero ordinario, por
ejemplo, pero si admitirán encantados que se organice
alguno sólo para ellos. No se va al cine, pero se tiene
en casa todo lo necesario para proyectar películas,
salón adecuado, cámara, pantalla, etc. En cada
ciudad hay alguno especialmente acondicionado, para que puedan
ir de todas las casas. Se organizan fiestas, teatros (simplones
y pueriles) en los que no cooperar, no actuar, o no asistir
"ilusionada", deberá entenderse como una
falta de espíritu. Se hacen excursiones, pero se hacen
en grupos expresamente determinados por las directoras; ellas
dirán con quién hay que agruparse.
Así es como la Obra vive en el mundo. Un mundo del
que prácticamente no se participa. Se ve, se oye, se
utiliza, pero hay que dejarlo lejos... La problemática
de la Obra es siempre una problemática distinta, específica
y propia. Se busca, se desea ese mundo real, porque en el
fondo se tiene esa necesidad de secularidad que llevó
a hacerse de la Obra, pero lo va reduciendo... (son muchas
las limitaciones, las prevenciones), se va quedando lejos,
etéreo, mundo al fin y al cabo, pero un mundo enormemente
condicionado y particular.
¡Qué pobre concepto de la secularidad encuentro
yo eso de radicarla en vestir bien, vivir en casas bien decoradas!
Otra secularidad, la de una vida conectada y compartida con
los demás, con un ejercicio normal de las facultades
morales, intelectuales, sensibles y racionales, en una convivencia
sin prejuicios (con los de fuera y con los de dentro). Esa
clase de secularidad ¿dónde está en la
Obra?
Por secularidad, sin embargo, a todo en la Obra hay que buscarle
nombre secular, aunque luego hacia dentro el nombre nada tenga
que ver con su significado real. Las casas de formación
(en terminología interna Centros de Estudios) las llaman
Colegios Mayores.
Se adquieren casas espléndidas, asegurando que las
exige la labor con una clase social alta, aunque luego esa
clase alta (que se conformaría con mucho menos) prácticamente
no use las casas excepto el oratorio y sala de recibir, zona
de la cual no se les deja pasar.
Se organizan cursos que dicen internacionales, a los que
cabe que asista algún extranjero socio de la Obra.
Como tales se anuncian, y si alguien que no sea de la Obra
solicita plaza, basta con decirle que no quedan. Dicen que
por motivos de secularidad (porque los socios de la Obra son
seculares, podría ser) pero incluyendo en esa clase
de secularidad el que no se sepa que son cursos internos sólo
para los socios.
Las casas de retiros y de ejercicios, con sus grandes zonas
de jardín, los mejores medios, explican que son para
hacer un apostolado en el que dando lo mejor se pida lo mejor.
Las casas a que me estoy refiriendo, las de la Obra propiamente,
las mejores puestas (puedo asegurar que el 75 % de los días
del año están ocupadas por socios de la Obra),
son esencialmente para ellos (convivencia, cursos anuales,
retiros). No importa que lo sean, pero ¿por qué
dicen otra cosa? Los que no son de la Asociación, a
los que se invita y se trata para hacer apostolado con ellos,
ésos pueden ir, y de hecho van, la mayoría de
las veces, a hoteles alquilados, o casas prestadas. ¿A
quién pretenden engañar? ¿Qué
sacan diciendo una cosa por otra? ¿Acaso no saben bien
lo que de hecho lleva consigo su realidad? ¿Es posible
que se conciba que se es más secular por .esto?
A los de fuera podrán convencerlos de lo que quieran,
pero ¿y a los de dentro?, para sí mismos ¿qué
interés, qué sentido, qué explicación,
cabe que pueda tener? Y si es así ¿a qué
engañar a nadie?
Otra nota de secularidad es la de que en la Obra se es según
lo que la Obra sea en uno. Me explico. Han de tratarte, trabajos
de administración de las casas. Dicen que las numerarias
se han de dedicar a dirigir y a formar. Y lo dicen a la vez
que insisten en que la vocación es la misma para todos:
numerarias, supernumerarias y agregadas.
La numeraria es, sin embargo, esa persona que debe recortar
cualquier horario que tenga fuera de la Obra, para ayudar
más en "casa", para asistir a las tertulias,
para llegar a cenar a punto, de manera que todo ello la lleve
a sentirse más integrada en la vida de familia. Aun
a costa de recortar y de renunciar a las propias actividades
profesionales. Dice el Padre que "el Opus Dei no actúa
en grupo, sino individualmente, trabajando y mezclados con
todos, en el ejercicio de la profesión precisamente,
con el ejemplo y el testimonio". Aunque esto no quite
que el "encargo" que deben tener los socios en la
casa en que vivan (de la Obra), deba estar antes y muy por
encima de ello. Una cosa es la teoría; otra, como siempre,
la práctica. Muy explicable, entiendo yo, si se tratara
de cualquier tipo de congregación conventual, menos
explicable cara a una Asociación que se jacta de secular,
y que dice que no saca a nadie de su sitio. Que no se para
a considerar, sin embargo, que a otros profesionales ajenos
a la Obra, en las familias normales, eso no les pasa.
La vida de la agregada, teóricamente, es muy semejante
a la de la numeraria. No debe ir a espectáculos públicos,
salvo muy contadas excepciones; no debe salir y entrar sino
por motivos apostólicos. Sus relaciones, su vida, sus
intereses, quedan lógicamente reducidos a la Obra y
a las cosas de la Obra.
He hablado de numerarias y he hablado de agregadas, quizá
sin explicar exactamente quiénes son. Las numerarias
son asociadas que tienen dedicación plena a la Obra
y que viven en casas específicas para ellas. Las agregadas
son las que con las mismas exigencias de entrega personal
no viven en las casas de la Obra, viven con sus familias,
pero viven para la Obra. Es complejo, es difícil, pero
es así.
Las supernumerarias (o supernumerarios, existen las mismas
clases de socios en masculino que en femenino) son otra clase
más de asociadas, vinculadas a la Obra bajo las propias
condicionantes de su vida familiar, social, etc. Pueden ser
casadas; las numerarias y las agregadas, no. Y son, yo diría,
el sector más propiamente secular de la Asociación.
Sus circunstancias -sus mismas exigencias sociales y familiares-
les permiten, les imponen, una más amplia y ordinaria
comunicación con los demás, mayor libertad de
acción, menos complicada manera incluso de llevar a
la práctica su propia vida interior (la que la Obra
enseña). Son las que menos saben de praxis. Las hay
que se "fanatizan", se dejan absorber, y entonces
forman una mezcla difícil y muy compleja. Son, precisamente,
socios o asociadas que -como otros que se acercan a la Obra,
pero que no se sectarizan, no es fácil, pero hay algunos-,
son personas, socios, que pueden coger de ella lo mejor de
su teoría, y llevárselo a casa... y actuar por
su cuenta. Así sí, así sí que
se puede hacer efectiva, positiva, la teoría de la
Obra.
El Padre dice que vocación en la Obra hay sólo
una, la misma para todos. Vivida por cada uno según
las personales circunstancias, estado de ánimo, y la
disponibilidad de su tiempo, aclara el catecismo. La misma,
pero con posibilidades bastante distintas, añadiría
yo.
En mis comentarios, en todo esto que vengo escribiendo, me
estoy refiriendo especialmente a las numerarias; es mi caso,
y por lo tanto mi mayor experiencia.
Asociadas condicionadas a una vida de familia específica
e intensa, a la vez que en constantes trasiegos internos.
Un trasiego continuo que al parecer no tiene por qué
reparar ni en idoneidad, ni en salud, ni en repercusiones
psíquicas. Hoy aquí, mañana allí.
Cambios de casa, de encargo apostólico, de ciudad,
de ambiente, de persona (si una no cambia cambian las que
la rodean). ¿Quién es la valiente que, ante
todo esto, no acaba sintiéndose sin ciudad, sin ambiente,
sin casa, sin familia, sin nada?
Una religiosa, un fraile van y vienen, y cambian, pero lo
hacen sin atravesar las propias fronteras de su estilo religioso,
de su clase de entrega. Hay también matrimonios que
van y vienen constantemente por motivos profesionales, pero
lo hacen acompañados de sus familias (las mismas personas).
Que es muy distinto a tenerlo que vivir constantemente, impuesto
y a solas. Errante soledad a la que semejante clase de secularidad
aboca. Ávida de compañía, rodeada...
pero enormemente sola. Fomentando con todo esto, diría
yo, un estilo más anacoreta que secular. Entiendo que
existan los cambios; lo que no creo es que cuando son tan
excesivos y sin motivos como en la Obra, a nada positivo favorezcan.
¿Habrá llegado la hora? La hora de dar la cara,
de llamar a las cosas por su nombre, de no aceptar quedarnos
sin secularidad, como el mismo Padre nos alienta. A pesar
de que su decir y su hacer, el del Padre, no deje de ser la
eterna contradicción de la Obra. Para algunos, la fe
ciega que a él le deben es suficiente para consentir
en lo que sea, siempre que se trate de acceder a sus deseos.
Para otros, admitir que la secularidad se tergiverse es atentar
contra nuestra propia vocación.
Me hice de la Obra porque creía en su secularidad.
Y me he encontrado con una secularidad representativa, confusa
e inconsecuente.
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