LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
GOBIERNO
Me parece interesante comentar algo sobre el sistema de gobierno
que se emplea en la Obra, por lo que en ello va implícito.
Sé lo que es gobernar; sé lo que es estar al
timón. Lo sé en mi propia carne. Y no arriendo
las ganancias a nadie -bajo ningún concepto- a quien
le haya tocado en suerte. Sé bastante de todas las
limitaciones con las que uno se encuentra tanto hacia arriba
como hacia abajo. Conozco la falta de objetividad en la comprensión,
igual que conozco cuán difícil es que llueva
a gusto de todos. Sé lo malas que son las envidias.
Y el subjetivismo en el que tanto abundamos; la falta de amplitud
de miras de tantos. Sé lo que es poner toda la carne
en el asador y que se retuerzan las intenciones más
nobles. Como sé lo poco frecuente que es tener una
capacidad suficiente tanto para hacer entender como para saber
comprender. Por lo que comprendo y defiendo y sé disculpar
a los que se encuentran en tal situación. Comprendo
a unos y comprendo a otros. Y quizá por eso también
creo sólo en la verdad del justo medio.
Sin afanes peyorativos, sin que sean afirmaciones hechas
a voleo, ni por simple gusto, ante la evidencia de los hechos,
el gobierno de la Obra sólo puede ser calificado, en
honor de la verdad -vivida- de dictatorial, dogmatizante y
absolutista. Es duro, lo sé; no es nada agradable tener
que expresarse así; pero no creo que, sin exagerar,
haya otra manera de llamar a las cosas por su nombre.
Y entiendo que no es lo malo que las cosas pasen, que sucedan,
que se den... No es eso lo malo, no. Lo malo es que no se
vean, que no se acepten, que no se corrijan. Y mucho peor,
que no se admita, que no pueda existir sobre ellas una crítica
constructiva. En la Obra no cabe, no existe ninguna posibilidad
de crítica.
No es la Obra, como decía, "una organización
desorganizada", según afirma, por ejemplo, el
libro "Conversaciones con monseñor Escrivá
de Balaguer". Sería más exacto definirla
como "superorganizada" supercontrolada, superdirigida.
Praxis y más praxis; praxis para la atención
a las personas, praxis para la organización apostólica;
praxis para limpiar, para cocinar, praxis para todo y para
cada cosa. Contrariamente con su espíritu, todo está
previsto, todo está determinado, todo establecido.
Notas (de régimen interno), guiones, escritos; hasta
el rezo del Rosario tiene un guión expreso, y por motivos
de buen espíritu; siempre que se dirija, debe hacerse
con él en la mano, leyéndolo, para que siempre
se haga exactamente igual.
Cualquier cosa que pase a alguno de la Obra es experiencia
para todos los demás. Si a uno viajando de noche en
un tren le dan un susto, nadie más viajará de
esa manera. Y así cada caso, todos los casos de tantas
personas. Así cada cosa una nota, una experiencia.
Y de ahí... la abundancia de normas.
Todo viene de Roma -de la casa central-, todo emana del Padre
o lo supervisa él. Por lo que gobernar, lo que realmente
se considera gobernar, en la Obra, se reduce, podríamos
decir, al Presidente General.
Hay que ser fieles sin interpretar, y los directores los
primeros. ¿A qué se reduce el gobierno en la
Obra? Se reduce a ser más fieles que los demás;
más fieles transmisores; más exactos cumplidores;
más resonante eco de lo que el Padre dice y quiere.
Por eso, servir para gobernar las casas de la Obra es, o
estar en la primera juventud, entusiasta, ingenua, inconsciente
y dócil, "muy dócil"; no tener más
sentir ni más consentir que el del Padre; o puede ser
también una necesidad psicológica (ingenua inconsciente
incluso), que encuentra en el cargo la manera de disfrutar
dc cierta "categoría" que no se tendría
de otra manera. Sirven también los que han pasado la
frontera de la sensibilidad. "Cuesta, no se entiende,
pero acabas acostumbrándote", es todo lo que han
podido argumentarme cuando en situaciones incongruentes en
las propias consignas de gobierno, he acudido o pedido explicación,
comprensión a personas mayores y experimentadas en
el hacer de la Obra.
Por eso sirven mejor los muy jóvenes, los recién
llegados, los conformistas, los servilistas o los indiferentes.
Y algunos, decía, a los que compensa la distinción
que para ellos supone. He vivido con personas que han puesto
todos los medios para sustituirme, cuando me ha tocado a mí
estar de directora, con verdadero afán de serlo ellas.
"Gobiernan unos porque no hay otros", suelen decir,
mientras a esos "otros", conscientes y consecuentes,
capaces e inteligentes, se los retira a tareas secundarias,
escondidas e inadvertidas, porque resultan comprometedores,
"problemáticos". "Están ya cansados,
es mucho para ellos, y hay que dedicarles a tareas más
fáciles", argumentan como razonada sinrazón
a sus destituciones.
Directoras en la Obra son también esas personas que
saben mucho de grandes broncas del Padre, que quiere a sus
hijos muy libres, pero haciendo "exactamente, prontamente
y únicamente" lo que él quiere. Que le
han tenido cerca y han quedado impregnadas de ese sentir e
insistir suyo. Los que pasan por ello, los que saben identificarse
plenamente con tal sistema, son los que sirven.
En la Obra, a cuarenta y tantos años de su fundación,
como consecuencia de esa selección constante, de esa
criba especialmente cuidada para estos casos, toda persona
que está gobernando, o que rodea al Padre, es ya, ha
de ser, de una manera especial, de una clase muy concreta.
Gracias a lo cual, esa colegialidad con que Monseñor
Escrivá cuenta está compuesta sólo de
personas que pueden y saben gobernar como él ha previsto
que se haga, como él necesita y desea. Estilo y selección,
que crea una casta, y que muy bien puede ser la causa y la
razón de todo lo que pasa (de los que se van, de los
que se quedan, de la imposibilidad de tantas cosas...).
Gobernar, en la Obra, es estar más dispuestas que
nadie a comulgar con ruedas de molino.
Hay que crecer, hay que madurar, hay que ser mayores, para
que haya personas idóneas y capaces de gobernar bien
(dicen). Pero sin dejar por ello de sentirse neceitada o incapaz
por sí misma. "Niños pequeños",
manejables, dóciles, "siempre pequeños"
(como necesidad de buen espíritu) y los directores
también, los directores especialmente.
Tiendo a olvidar lo anecdótico con bastante facilidad,
y sin embargo aún recuerdo algunas frases de una entrevista
que me programaron un día, cuando ya tenían
decidido que me hiciera cargo de un centro de estudios como
directora. Mira, me decían, tienes que evitar toda
vanagloria, los cargos son cargas, y tienes que pensar que
nada de lo que afecta al cargo te corresponde a ti, que no
importa que no sepas, porque lo que has de hacer está
todo escrito, sólo se trata de hacerlo vivir, de secundar
al Padre. Me sorprendió, lo que no quiere decir que
me afectara. Y no me afectó porque ni yo había
deseado el cargo ni lo había pedido, ni aquello para
mí tenía más trascendencia que la de
seguir viviendo el espíritu de la Obra lo mejor posible
en bien de todos. Puedo asegurar que el nombre de directora
en ningún momento llegó a sonarme como propio.
Nunca me han importado los títulos, sólo me
importan los hechos. Pero sorprende la "innecesidad"
de saber, o hacer, en cuanto a las personas. Directora así
podía serlo igualmente un robot programado.
Libertad de opinión, comprensión, insinuaciones,
consejos; esto es lo que enseñan que debe ser el gobierno
y la dirección en la Obra. El Padre asegura que se
fía más de la palabra de una hija suya que de
la firma de cien notarios. A la vez de que no se fía
de que nadie haga nada bien como no sea aplicando al pie de
la letra lo que él escribe y manda.
"A nadar se aprende nadando", es otro de los slogans
(del Padre), llenando de patas y patos la decoración
de las casas de la Obra. Slogan decía, sí, ¡sólo
slogan! A nadar se aprende en la Obra sólo dejándose
aconsejar, indicar, pero entendiendo tales adjetivos según
el léxico específico, en el que lo que quieren
decir es ordenar. Cualquier insinuación, por leve que
sea, es materia de obediencia; es motivo de advertencia por
parte de cualquiera que haya observado menos prontitud en
captarla y seguirla. Todo es libre en la Obra, pero siempre
que libertad se le llame a hacer y elegir exactamente eso
que es el estilo, el querer y el sentir de su ley o su norma.
Una libertad que necesariamente queda reducida a toda su abundancia
(y valga la contradicción) de control y de normativa.
Dicen que la Obra no se mete en la profesión de los
suyos; pero siempre que esa profesión esté de
antemano al servicio y al estilo de la Obra en sí;
siempre que la Obra y sus sugerencias sean antes que la profesión
misma.
Insisten, por ejemplo (dentro de esta línea de lo
que se dice y lo que de hecho es), en que las revistas, editoriales,
etc., con que la Obra se maneja, son consecuencia del trabajo
profesional libre de sus socios. Con toda la libertad que
actuaciones como la que sigue puedan significar. Por indicación
de las propias directoras de la Obra, a la misma directora
que un día se le encargó lanzar una de esas
publicaciones, pasados unos años, por iniciativa de
las mismas directoras de la Asociación, se la sustituyó
por otra, que en ese momento resultaba más manejable
y más adecuada, según los criterios de gobierno
interno de la Obra. Sin más importancia al problema
de trabajo (de nuevo trabajo) nada despreciable que a la primera
le suponía, tenía que dejar aquello, sin más,
y buscarse otra cosa; otra cosa a una edad nada fácil,
otra cosa en medio de las dificultades profesionales de cambio
ordinarias de la vida. Sencillamente porque en la Obra se
cree necesario y conveniente actuar así. Es un ejemplo;
es una manera de explicar, de "entender" quizá,
la libertad profesional.
Libertad hay que considerar también la necesidad de
pedir permiso, permiso por escrito para todo tipo de lecturas
"sospechosas" (que son todas menos algunos libros
de Patmos, ni siquiera todos los de esta colección
están permitidos); ya sean lecturas por motivos profesionales,
de estudio, espiritual o recreativo. Permiso previo y cada
vez (ningún permiso debe servir para más de
una vez, ni pasar de un plazo determinado).
Cuando el Padre habla y predica y grita, abriendo sus brazos
en cruz y aclarando que no extiende ni sólo el derecho
ni sólo el izquierdo, sino los dos a la vez para que
quepan todos, para acoger a todos, para comprender a todos,
¿de qué clase de comprensión está
hablando? Cuando asegura que quiere a sus hijos "libérrimos",
¿a qué tipo de libertad se refiere? Más
de una vez, con pena y con sorpresa, he tenido que preguntarme
cómo es posible, qué puede significar predicar
así, definirse así, y actuar luego de manera
tan distinta.
En la Obra se encuentran bastante fácilmente actuaciones
manipuladas por otros, en otras muchas organizaciones; y sin
embargo ellos no se dan por aludidos, no se encuentran sino
todo lo contrario, a pesar y por encima de la evidencia de
los mismos hechos.
La desorganización, la amplitud, la confianza, que
por todas partes se teoriza, pero que luego es tan difícil
de encontrar, quizá pueda encontrarse en la peculiar
selección aplicada a los consejos locales (son los
órganos de gobierno de cada casa o centro compuesto
por directora, subdirectora, y secretaria). Se cuida la selección
de directora, algo la de subdirectora, y para secretaria sirve
cualquiera; lista o torpe, abierta o cerrada, mejor o peor,
cualquiera. Yo las he conocido neuróticas, pero neuróticas
clínicamente hablando; y no importa, no se tiene en
cuenta; unas que suplan a otras, y... a la vez que da igual
cómo afecta y cómo rompe a tantos. Pero da igual,
sí; eso sí que no cuenta, eso sí que
es amplio.., desorganizado y difícil. Porque es además,
en esa misma persona enferma, incapaz o tarada, en la que
hay que seguir confiando. Yo tuve una vez una secretaria en
uno de los consejos locales, que me iba a buscar a la habitación
a medianoche, y me decía: "Ya puedes despertar
y dedicarte a oír mis barbaridades, que para eso eres
mi directora y tienes obligación de hacerlo" (barbaridades,
insolencias, insultos, sin más interés y a medianoche);
la misma con la que durante el día tenía que
compartir el gobierno, compartir opiniones, etc. Dos años
me costó hacerlo entender a las directoras inmediatas
de la delegación (es el escalón siguiente hacia
arriba en la organización de gobierno de la Obra, una
por cada provincia o zona de una región), y cuando
me pareció que se habían hecho cargo del problema,
y vi que se decidían a cambiarla, fue para enterarme
a los pocos meses de que la habían mandado a otra casa,
de otra zona distinta, pero al mismo tipo de cargo. En otra
ocasión, las dos del consejo local que me tocaron,
se dedicaron a quitarme autoridad por detrás ante las
demás de la casa, para así ellas vivir más
a su aire. Son cosas de esas que aseguran que no pasan en
la Obra; y yo diría que más bien es que no pasan
poco, aunque no se las quiera afrontar y se pretenda con ello
aparentar lo contrario.
Importan las formas, importa que ese tipo de cosas (negativas)
no trasciendan; importa que esos problemas se disimulen al
máximo, porque pueden ser faltas de caridad con las
personas que quedarían desmerecidas; sin que la caridad,
al parecer, tenga que ser la misma con aquellos en quienes
repercute, desconcertando o sencillamente haciendo daño.
Importa la unidad (insisten), la discreción de tapar
y aparentar otra cosa, pero sin que importe la solución
y la verdad misma de todo ello.
Importa la cortesía extrema (formas y más formas),
el trato en la Obra es versallesco. Dicen que fraternal y
sencillo incluso con los directores. Pero a base de una obligada
naturalidad que se ha de componer de las más exquisitas
deferencias y de los más rebuscados respetos.
Cuando se es directora, se es esa persona que ha de cargar
con todas las responsabilidades, con todas las bregas de todo
lo que la rodea, que ha de dar la cara a cada cosa, y que
ha de darla además en nombre propio; pero sólo
aplicando las medidas que "aconsejan" lo escrito,
lo establecido, "lo que siempre se ha hecho en la Obra".
La Obra tiene unas costumbres, unos sistemas, que son los
únicos aplicables escrupulosamente en cada caso.
Una directora me contaba en una ocasión la historia,
por no decir la tragedia, de una de las numerarias que le
estaban encomendadas (era una de esas numerarias exóticas,
de las que convienen para el lucimiento de la Obra, extranjera),
rebotada y a disgusto, que se quería marchar, pero
que esa directora suya (que la comprendía) no debía
consentir (así le venía indicado desde asesoría,
órgano de gobierno regional, por encima de las delegaciones
y dependiente directamente de la asesoría central,
que está en Roma), y me contaba que un día le
llegó a tirar la maleta a la cabeza, se fue de casa,
y le costó muchas horas buscarla por toda la ciudad.
Podía haber dialogado su caso, podían incluso
haberse entendido; pero no, gobernar en la Obra es seguir
directrices, y nada de eso, nada fuera de ello, sirve para
nada.
Gobernar en la Obra es, sigue siendo, aceptar que ésta
se quede porque a la Obra le conviene; como lo es aceptar
y pasar por plantearle a tres o a diez que se vayan, por la
misma razón, y sin más explicación ni
sentido. Es admitir que sigan las que las directoras de gobiernos
superiores dicen que deben seguir, pase lo que pase, cueste
lo que cueste, se piense y vea y haya las razones inmediatas
que sean, por parte de la que directamente vive los casos;
a pesar de los pesares, es la que menos tiene que ver ni que
hacer en todo. Admitiendo que esa que quiere marcharse, pero
no "debe", rabie y sufra e incordie, pero que se
quede; que esa otra, que no entiende por qué tiene
que abandonar su vocación, se tenga que marchar porque
se lo dicen, aunque se encuentre, de la noche a la mañana,
en la más inaudita soledad. Las hay que, desconcertadas,
caen, ¿por qué no?, ¡es tan lógico!,
en aberraciones y locuras, que luego "habrá"
que achacar a las interesadas, y que... sin embargo... ¡Cuántas
responsabilidades que no podrán ser sino consecuencias
de las actuaciones que con ellas se han tenido!
El juicio personal en la Obra existe, debe existir, pero
sólo para "rendirlo". "Hay que rendir
el juicio", y hay que rendirlo constantemente; corno
prueba de docilidad, de entrega, de visión sobrenatural.
Rendirlo al Padre, lógicamente, por encima de todo;
o al criterio de los que en su nombre mandan. Creo que de
las cosas que ningún miembro de la Obra se negaría
a admitir, ni siquiera so pretexto de cuidado buen espíritu,
es precisamente esa de que la única razón, la
única explicación, que se utiliza generalmente
ante cualquier tipo de explicación inexplicable (y
valga la redundancia), actuación, etc., es la de que
"hay que mirar hacia arriba", "Dios, el Sagrario
y tú; lo demás no importa, no tiene por qué
importar; si no lo entiendes, si no te parece bien, si te
choca o lo encuentras extraño (te toque de cerca o
de lejos), no te pares en ello, mira hacia arriba, y deja
que las cosas sean como Dios permite", es todo el razonamiento
que en la Obra se admite en relación con las dificultades
de los demás. Y Dios, ante esta clase de docilidad,
ante este estilo de renuncia al ejercicio de facultades intelectuales,
racionales, me pregunto yo, ¿qué es lo que permite?
Renuncia además a título de un "estilo"
secular, que a tono con esto en riada desmerece frente a cualquier
otro estilo conventual, que tan ajeno debería resultarle.
Yo entiendo que ante una Revelación Divina, el juicio
humano se rinda, se rinda ante Dios, necesitando de su verdad
y de su luz, consciente de la pequeñez de la criatura
frente a su Creador, admitiendo y adorando la grandeza de
Su Gloria. Entiendo que se le rinda honor y veneración,
sumisión y acatamiento, a Dios y a su Iglesia (Cuerpo
Místico Suyo). Pero ¿rendirse a un criterio
personal de otro, hasta. en lo más opinable, hasta
en lo más corriente y diario?, ¿rendirse, renunciar
a toda una aportación individual propia, consentir
en una anulación de valores despersonalizantes y arrolladora,
a favor de Monseñor Escrivá, por muy fundador
que sea? ¿Qué puede eso tener de sobrenatural,
a diferencia por ejemplo del maoísmo, o de cualquiera
de esos sistemas avasallantes y dictatoriales, por muy distintos
que sean sus fines?
Bueno y santo, podría ser, ¿por qué
no?, todo ese afán de entrega y de renuncia que la
Obra inculca a los suyos, tan ejemplarmente aceptado y vivido
en la vida diaria de muchos de ellos, si no fuese por tantas
desproporciones como encierra su sistema.
Comentaba los distintos extremos del concepto "organización
desorganizada", que se usa en la Obra. Extremos como
el de imponer --junto a la desorganización comentada-
la organización de una clase de dirección, que
abarca desde dejar que lean las cartas (tanto las que se reciben
como las que se mandan) hasta contar --como ya apunté
anteriormente- lo que se piensa, lo que se siente, el desarrollo
de la propia oración, si se sale o se entra, con quién
y de qué manera, si han dicho a cualquier persona de
dentro o de fuera.., etc.
Con una espiritualidad que ha de mantener a una convencida
de que todo lo que de esa clase de dirección se salga
es diabólico, creando la necesidad, el escrúpulo
(a veces, y según para quién, atormentador)
de más decir, y más dejarse aconsejar, y más
y más, porque si no se encuentra una infiel y pecadora.
"De ciento no caben ciento", como Monseñor
asegura, no. Caben sólo los que son capaces de asimilar
todo eso. De ciento caben sólo los que son capaces
de ser más de piedra que de carne; las que son capaces
de permanecer impertérritas pase lo que pase alrededor
mientras de arriba no le digan que se altere; las que no ven
otra posibilidad de discernimiento que la del Padre; las duras,
frías o acolchadas. Las que no son así, sufren
demasiado. Las hay, sí, pero lo pasan muy mal. Y es
mejor -asentía una directora regional- que de no poder
ser de alguna de esas maneras, se marchen.
Crea todo esto un enorme caparazón, curte. Y así
como es cómodo para algunos vivir protegidos, asegurados,
así como la suficiencia de la Obra arropa y estimula
a tantos, de igual manera que la vida en sí (material
y espiritualmente hablando) es fácil para los que militan
en las filas de la Asociación de simples súbditos,
para los que les toca gobernar, el entrenamiento es tremendamente
duro; es toda una fragua donde a martillazo limpio y al rojo
vivo se forjan personalidades curadas de espanto para toda
la vida; personalidades a las que les costará mucho
volver a tener una sensibilidad corriente, una impresionabilidad
normal.
Las hay (directoras de la Obra) que hay que mantenerlas en
un puesto serio de gobierno, porque quitarlas es contribuir
a su derrumbamiento total (psicológico, moral e incluso
físico). Estar en cabeza es estar comprometida con
un "público" que se quiera o no se está
amparando en una. Si a veces hay algunas que se van cuando
les quitan el puesto de gobierno que tenían, no es
tanto porque les importe (como puede parecer), porque las
haya defraudado pasar a menos, como por el hecho de haber
quedado libres de afectar a las que les estaban encomendadas.
Es muy difícil -yo admiro a las que lo hacen-, es muy
difícil perseverar en la Obra viendo las cosas que
se ven cuando se ejerce un cargo importante. Por eso hay también
muchas directoras fuera. Y muchas directoras estropeadas,
enfermas, arrinconadas. A una, una vez (es sólo un
caso entre mil, ilustrativo) que le había tocado cuidar
a una numeraria mucho tiempo enferma, con encefalitis y hasta
que murió, a la vez que llevar toda la administración
(como directora) de una clínica, rodeada de numerarias
muy jóvenes, una cleptómana, otra neurótica,
y toda la brega que eso supone... a esa persona, cuando acudió
a sus directoras inmediatas de delegación para pedirles
ayuda, la cambiaron, reduciéndola a ayudar en la limpieza
de una de las casas de ejercicios, allá por la sierra
de Gredos. De un extremo a otro. O se aceptan las cosas sin
más, o no se sabe hacerlo. A mí, cuando otra
vez acudía a ese mismo tipo de directoras, pero en
zona distinta, para algo semejante; a mí, que estaba
acostumbrada a tareas de envergadura, me retiraron a una cocina
de un colegio mayor a hacer bollos de leche para los desayunos.
O todo, o nada. Porque la solución sólo podrá
seguir siendo la misma, la de que las cosas no cambien, y
la de que sean las personas las que nunca tengan por qué
objetar. Directoras de delegación que actúan
en uso únicamente de esa escalonada aplicación
de lo previsto y establecido desde arriba, para a su vez aportar
hacia arriba ese deber cumplido.
¿Confianza, cariño, comprensión? Se
predica, se escribe, se alardea; es mera teoría. Se
acaba creyendo, se cree que aquello que se vive se llama así,
porque así lo repiten y así mentalizan; se cree
hasta el punto de intentar darlo, crearlo para los que nos
rodean; para acabar desilusionada, atropellada, hundida, en
todas las contradicciones que en la práctica lo imposibilitan.
¿Familia la Obra? Ni siquiera milicia. Yo diría
más que legión. Viendo la película "Los
novios de la muerte" (versión moderna), me sonreía
sola recordando y pensando ¡qué corta se queda
la Legión, a pesar de todo lo que es, al lado de la
Obra!
Y a la Obra hemos llegado muchos que, aun respetando y venerando
el espíritu militar, no nos hemos sentido atraídos
nunca por él, sino por un espíritu cristiano
y secular, sencillo, de la vida, profundo, pero amplio y desarticulado.
Y somos nosotros los que no cabemos; somos nosotros los egoístas,
los pocos generosos, los equivocados. Porque en la Obra, como
en la Legión, no cabe pensar en la persona, importa
sólo la "orden", la Obra como tal; y nosotros..,
creíamos en todo lo demás.
"Aristócratas del amor" se han autollamado,
en frase de su fundador. Aristócratas, diría
yo, de la frialdad, de la dureza, de la impiedad. No creo
exagerar que es mucho lo que en la Obra hay que prescindir
de la persona. Personas fenomenales, personas estupendas,
personas a las que, valga el inciso, debo el maravilloso bagaje
de una convivencia que enriquece en tantas cosas buenas como
esas personas aportan. Personas a las que quiero de veras
y ante las que no me siento en la más mínima
oposición, sino todo lo contrario. Y lo siento, a pesar
del vacío y el desinterés con que abandonan.
Personas a las que porque las conozco, sé de lo que
serían capaces si pudieran ser ellas mismas. Sé,
y por eso lo sé, que ¿a quién sino a
la Obra puede ser achacable todo lo que pasa? No son las personas,
no. En la Obra hay de todo como en todas partes; pero hay
realmente gente selecta, gente muy cribada, acrisolada, experimentada.
Gente que, para mí, han sido compañeras de faena
en unos años clave, en la juventud, en la época
de las grandes energías y de las grandes ilusiones.
Pero personas que dejan de ser ellas para aparentar lo que
la Obra quiere y necesita ser a través de ellas. Ante
lo que lógicamente se entiende que se aparten y rehuyan,
te ignoren y desprecien. Dicen que rezan por uno, que te encomiendan.
Yo sólo sé que nunca encontré buena oración
la que separa alma y cuerpo, la santidad de la vida misma
y sus circunstancias.
Hablaba del gobierno en la Obra; mi experiencia, ante ese
tema, es que, con las mejores palabras y las más exquisitas
formas, en la Obra se cometen los mayores atropellos con las
personas, para sacar adelante las labores.
¿A quién, psicológicamente, le es posible
llevar bien, superar tantos vaivenes, de hoy todo, mañana
nada, hoy esto, mañana todo lo contrario, sin más
explicaciones ni razón, hoy aquí, mañana
allí? ¿A quién, sin un porqué,
sin una explicación, de preparación de edad,
o de ambiente? ¿A quién? Son muchas las personas
dedicadas en la Obra sólo a gobernar, sólo a
esa labor interna de gobierno. Personas psicólogas,
experimentadas, trabajadoras, buenas ¿qué hacen?,
¿a qué se dedican?, ¿por qué lo
admiten?, ¿24 horas del día dedicadas sólo
a esto, para que las cosas tengan que resultar y ser así?
¿Cómo es posible que no salgan al paso de dificultades
serias, que no cuenten para ellas experiencias y descalabros
tan fuertes como los que objetivamente existen, que no se
den por enteradas, que sigan y sigan organizando, y controlando,
sin pararse ni responder a nada que no sean necesidades de
la misma Obra (del Padre)? ¿Cómo es posible
que tenga que ser así, cómo únicamente
quepa actuar?
Y es posible quizá porque transmitir exactamente una
cosa, estar pendiente de no dejarse ni un ápice, tener
la necesidad, la obligación de que nada cambie, sentir
el enfado o el disgusto que eso produce a esa persona que
es a la que hay que seguir (el Padre), tener que reaccionar
exactamente como esa persona quiere que se reaccione, realmente
lleva muchas energías, y mucho tiempo; una enorme tensión,
y lógicamente lo explica todo.
La Obra, esa Obra que de hecho se proclama una cosa y dentro
se vive otra, se impone otra, DE LEJOS ATRAE, DE CERCA DECEPCIONA.
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