HIJOS EN EL OPUS DEI
Javier Ropero
10. LA CARIDAD BIEN
ENTENDIDA...
-Dime -dijo Lao Tsé-. ¿En qué consisten
la caridad y el deber hacia nuestro prójimo?
-Consisten -respondió Confucio- en la capacidad de
regocijarse con todas las cosas; en el amor universal, sin
el elemento del yo...
-¡Qué morralla! -gritó Lao Tsé-.
¿No se contradice a sí mismo, acaso, el amor
universal? ¿Tu eliminación del yo no es una
positiva manifestación del yo?
-¡Cielos! Amigo -replicó Confucio-, has traído
gran confusión a la mente del hombre. (Chuang-Tzu)
Ama al prójimo como a ti mismo (Mt., 22, 40).
Éste es el mandamiento central de la doctrina cristiana.
Sin embargo no parece que haya sido comprendido cabalmente
por el Opus Dei. Por eso vamos a intentar profundizar juntos
en el significado de una afirmación tan breve como
enjundiosa. Para ello voy a requerir la ayuda del lector:
en primer lugar, le ruego que intente escribir en el siguiente
espacio en blanco una o dos frases que signifiquen lo mismo
que la anterior invitación de Jesucristo, la cual constituye
el pilar de toda la doctrina cristiana.
Es posible que la respuesta sea parecida a alguna de las
siguientes:
"He de amar al prójimo como yo me amo a mí
mismo."
"En la medida que yo me ame, amaré al prójimo."
Si ha sido así, el lector se habrá percatado
de que un primer significado de esta enseñanza de Jesús
puede ser que el amarse a uno mismo es condición necesaria
para amar a los demás, y que si uno no se ama a sí
mismo tampoco estará en condiciones de amar al prójimo.
Vamos a tratar de sintetizar este último párrafo
utilizando la lógica proposicional y así de
paso adelantaré algunos conceptos que utilizaremos
más adelante.
Llamemos "p" a la proposición "amar
al prójimo" y "q" a la proposición
"amarse a uno mismo". El símbolo p =>
q ha de leerse como: "q es condición necesaria
para p" que traducido a nuestro caso viene a decir que
amarse a uno mismo (q) es condición necesaria ( =>
) para amar al prójimo (p). Otra manera de leer p =>
q es "si p, entonces q", que nuevamente aplicado
a nuestro caso significa: si amo al prójimo (p) entonces
(=> ) es que me amo a mí mismo (q).
Utilizando las reglas de la lógica proposicional se
puede demostrar cómo p => q es equivalente a nq
=> np, siendo "n" el símbolo de la negación.
De esta manera nq => np querría decir que si no
me amo a mí mismo (nq) entonces (=> ) no amo al
prójimo (np).
En efecto, si una persona no sabe amarse a sí misma,
cuando intente amar al prójimo no sabrá cómo
hacerlo, pues habrá perdido su más inmediata
referencia, que es él. Si yo ignoro lo que es bueno
para mí y, de hecho, no quiero saberlo porque me rechazo
a mí mismo, ¿cómo voy a saber lo que
es bueno para el prójimo? Si yo, por ejemplo, permitiese,
supuesto que continuase siendo numerario del Opus Dei, que
diariamente mi "jefe" o director espiritual invadiese
impunemente mi intimidad y coartase mi libertad, como de hecho
sucede, ¿no me ocurriría que terminaría
acostumbrándome a esta situación y que, de hecho,
yo empezaría a entrometerme en la vida de mis subordinados?
Como vemos, la agresión propia permite y justifica,
como por una regla de tres, la agresión ajena. En palabras
de san Agustín:
Mira a ver primero si sabes amarte a ti mismo; después
te recomiendo que ames al prójimo como te amas a
ti. Si no sabes amarte a ti, engañarás al
prójimo como te has engañado a ti. (San Agustín,
Sermón 128, 5.)
O como diría Meister Eckhart:
Si te amas a ti mismo, amas a todos los demás como
a ti mismo. Mientras ames a otra persona menos que a ti
mismo, no lograrás realmente amarte, pero si amas
a todos por igual, incluyéndote a ti, los amarás
como una sola persona y esa persona es a la vez Dios y hombre.
Así pues, es una persona grande y virtuosa la que,
amándose a sí misma, ama igualmente a todos
los demás.
(Meister Eckhart, Harper & Brothers, Nueva York, 1941,
pág. 204.)
¡Cómo contrastan estas ideas con las del fundador
del Opus Dei!:
Agradece, como un favor muy especial, ese santo aborrecimiento
que sientes de ti mismo (Camino, punto 207). Tu mayor enemigo
eres tú mismo (punto 225). No olvides que eres...
el depósito de la basura. Por eso, si el Jardinero
divino echa mano de ti, y te friega y te limpia.., y te
llena de magníficas flores..., ni el aroma ni el
color que embellecen tu fealdad han de ponerte orgulloso.
Humíllate: ¿No sabes que eres el cacharro
de los desperdicios? (punto 592). Cuando te veas cómo
eres ha de parecerte natural que te desprecien (punto 593).
¿Qué le parece todo esto, inmundo cubo de basura...?
Perdone, era una broma. Continuemos con una cita de Waine
W. Dyer:
Si tu ser no vale nada, o no es amado por ti, entonces
es imposible dar. ¿Cómo puedes dar amor si
no vales nada? ¿Qué valor tendría tu
amor? Y si no puedes dar amor, tampoco puedes recibirlo.
Después de todo, ¿qué valor puede tener
el amor que se le da a una persona que no vale nada? El
estar enamorado, el poder dar y recibir, todas esas cosas,
empiezan con un ser que es capaz de amarse totalmente a
sí mismo. (Waine W. Dyer: "Tus zonas erróneas",
Grijalbo, 1° edición, Barcelona, pág.
47.)
Y es que cuando pretendemos amar a los demás con una
dedicación exclusiva y sacrificada, aun a costa del
amor que uno se debe a sí mismo, estamos ante el caso
de una "generosidad neurótica", de la que
habla Erich Fromm en su libro "El arte de amar":
Es verdad que las personas egoístas son incapaces
de amar a los demás, pero tampoco pueden amarse a
sí mismas... Esta teoría de la naturaleza
del egoísmo surge con la experiencia psicoanalítica
de la "generosidad neurótica", un síntoma
de neurosis observado en no pocas personas, que habitualmente
no están perturbadas por ese síntoma, sino
por otros relacionados con él como depresión,
fatiga, incapacidad de trabajar, fracaso en las relaciones
amorosas, etc. No sólo ocurre que no consideran esa
generosidad como un "síntoma"; frecuentemente
es el único rasgo caracterológico redentor
del que esas personas se enorgullecen. La persona "generosa"
"no quiere nada para sí misma"; "sólo
vive para los demás", está orgullosa
de no considerarse importante. Le intriga descubrir que
a pesar de su generosidad no es feliz, y que sus relaciones
con los más íntimos allegados son insatisfactorias.
La labor analítica demuestra que esa generosidad
no es algo aparte de los otros síntomas, sino uno
de ellos -de hecho, muchas veces el más importante-;
que la capacidad de amar o de disfrutar de esa persona está
paralizada; que está llena de hostilidad hacia la
vida y que, detrás de la fachada de generosidad,
se oculta un intenso egocentrismo, sutil, pero no menos
intenso. (Erich Fromm: "El arte de amar", Editorial
Paidos, 1986, pág. 66.)
El lector ha de juzgar personalmente si algunos de estos
rasgos de "generosidad neurótica" y de menoscabo
de la propia valía se podrían apreciar en muchas
de las afirmaciones del fundador del Opus Dei acerca de sí
mismo:
"Soy un pobre hombre"; "Soy un instrumento
inepto y sórdido"; "Ese soy yo: un borriquillo";
"Soy un trapo sucio, soy basura"; "No valgo
nada, no tengo nada"; "Josemaría, tantos
años, tantos rebuznos"; "Vosotros y yo
somos capaces de todas las miserias del mundo"; "No
valgo para dirigirles." (Andrés Vázquez
de Prada: "El fundador del Opus Dei", Rialp.)
Humillaciones privadas y públicas cuyos resultados
podrían haber sido la conmiseración enfermiza
y la humillación de sus seguidores, que posiblemente
pensarían: Si él, siendo el fundador, es tan
pobre hombre... ¡cómo seremos todos los demás!
Confrontemos las anteriores afirmaciones con las palabras
del doctor de la Iglesia Agustín de Tagaste:
¿Me preguntas cómo debes amar al prójimo?
Mírate a ti mismo y, según te ames a ti, así
debes amar al prójimo. No te puedes equivocar. (San
Agustín: "Sermón sobre la disciplina
cristiana", 3.)
Como vemos, parece ser que Escrivá de Balaguer no
se miraba a sí mismo con muy buenos ojos...
La incongruencia de los planteamientos del fundador de la
Obra con los de la doctrina cristiana se hará, si cabe,
más patente al enfrentar, mediante dos sencillos silogismos,
sus afirmaciones con las del propio Jesucristo. Para ello
utilizaré la lógica proposicional presentada
unas páginas antes, aunque el lector no familiarizado
con la misma puede omitir el entender las expresiones de la
lógica proposicional sin que por ello se afecte la
comprensión global del texto:
Primer silogismo:
Premisa Mayor: "Ama al prójimo como a ti mismo."
(Mt. 22, 40.)
p => q
Premisa Menor: "Agradece ese santo aborrecimiento que
tienes de ti mismo." (Escrivá: Camino, punto 207.)
nq
Conclusión: "No amo al prójimo pues no
me amo a mí mismo."
nq => np
Segundo silogismo:
Premisa Mayor: "No amo al prójimo." (Conclusión
del primer silogismo.)
np
Premisa Menor: "Quien dice amar a Dios y no ama a su
hermano es un mentiroso." (Jn., 4, 20.)
np => ns
Donde hemos llamado "s" a la proposición
"amar a Dios"
Conclusión: "No amo a Dios."
ns
En definitiva, resulta que, si confrontamos única
y exclusivamente la doctrina de Jesucristo con las enseñanzas
del fundador del Opus Dei, resulta que si Escrivá fuese
consecuente con su doctrina de menosprecio hacia uno mismo
tampoco podría amar a Dios.
nq => np => ns
luego:
nq => ns
Es decir, dentro del marco de las enseñanzas de Jesús,
si uno no se amase a sí mismo entonces no podría
amar a Dios.
Recordemos aquí cómo Josemaría Escrivá
distinguía en la propia grafía el Amor a Dios,
Amor que escribía con "A" mayúscula,
del amor humano, que lo escribía con "a"
minúscula; así, en el punto 417 de Camino se
dice:
¡No hay más amor que el Amor!
Si tenemos en cuenta esta distinción y la conclusión
a la que llegamos anteriormente (nq => ns), entonces afirmaciones
del fundador como: Jesús, que sea yo el último
en todo... y el primero en el Amor" (Camino, punto 430),
que viene a decir que puedo amar a Dios sin amarme a mí
mismo, en definitiva: nq => s, no deja de ser, al menos,
una aberración lógica en el contexto de las
enseñanzas de Jesucristo.
Resumiendo: hemos llegado a la conclusión, que por
otra parte fue nuestro punto de partida, de que para amar
a Dios y al prójimo es requisito indispensable saber
amarse plenamente a uno mismo.
Es llamativo, sin embargo, que, junto con esta idea de amor
a uno mismo y a los demás, la mayoría de los
grandes líderes religiosos y sociales hayan hablado
acerca de la liberación del propio ego, lo cual para
algunos, a primera vista, parece que se contrapone con la
caridad que uno se debe a sí mismo.
Por ejemplo el gran físico pero también humanista
Albert Einstein dice en "Mi visión del mundo":
El verdadero valor de un hombre se determina según
una sola norma: en qué grado y con qué objetivo
se ha liberado de su yo.
¿Acaso significa estar liberado del propio ego que
una persona deba odiarse o despreciarse a sí misma?
¿Acaso significa esta liberación que han propugnado
la mayoría de los líderes religiosos desde Buda
hasta Jesucristo que debamos despreciarnos, insultarnos, castigarnos
e incluso herirnos o flagelarnos?
Nada más lejos de la realidad. De hecho, una positiva
manifestación de que un ser humano se ama plenamente
a sí mismo lo constituye el hecho de que esa persona
esté liberada de su propio ego. Einstein y la mayoria
de las religiones entienden el ego como las ilusorias categorías
y condicionamientos socioculturales con que el ser humano
se suele identificar.
Wayne W. Dyer definía el amor como:
La capacidad y la buena disposición para permitir
que los seres queridos sean lo que ellos elijan para sí
mismos, sin insistir en que hagan lo que a ti te satisficiera
o te gustase. (Waine W. Dyer: "Tus zonas erróneas",
Grijalbo, l a edición, Barcelona.)
Esta definición se puede aplicar tanto a las relaciones
de esposa y marido, padres e hijos, educador y alumno como
a la de director espiritual y dirigido. En este último
sentido el enfoque que el Opus Dei da a la dirección
espiritual (que yo preferiría llamar orientación
espiritual) dista mucho de la anterior definición del
amor. Todavía, en esta institución, prevalece
la visión dicotómica de director-dirigido en
un sentido de superioridad a inferioridad que se transluce
en muchas afirmaciones del fundador:
Director. Lo necesitas. Para entregarte, para darte...,
obedeciendo. Y Director que conozca tu apostolado, que sepa
lo que Dios quiere: así secundará, con eficacia,
la labor del Espíritu Santo en tu alma, sin sacarte
de tu sitio..., llenándote de paz, y enseñándote
el modo de que tu trabajo sea fecundo. (Camino, punto 61.)
Cuando un seglar se erige en maestro de moral se equivoca
frecuentemente: los seglares sólo pueden ser discípulos.
(Camino, punto 62.)
Madera de santo. Eso dicen de algunas gentes, que tienen
madera de santo. Aparte de que los santos no han sido de
madera, tener madera no basta. Se precisa mucha obediencia
al director y mucha docilidad a la gracia. Porque si no
se deja a la gracia de Dios y al director que hagan su obra,
jamás aparecerá la escultura, imagen de Jesús,
en que se convierte el hombre santo. Y la madera de santo
de que venimos hablando no pasará de ser un leño
informe, sin labrar, para el fuego... ¡Para un buen
fuego si era buena madera! (Punto 56).
Castigar por amor: éste es el secreto para elevar
a un plano sobrenatural la pena impuesta a quienes la merezcan.
Por amor de Dios, a quien se ofende, sirva la pena de expiación:
por amor al prójimo por Dios, sirva la pena, jamás
de venganza, sino de medicina saludable. (Punto 424.)
Castigar por amor... la nota más discordante de la
dirección espiritual en el Opus Dei. El que la dirección
espiritual ha de ser una orientación más que
una imposición, un trasvase mutuo de experiencias más
que una enseñanza unilateral, un dar alas en vez de
cercenarlas es algo que ya está bastante asumido en
la Iglesia actual... menos en el Opus Dei, que, preocupado
tanto del proselitismo, se ha olvidado del amor.
Volvamos a retomar nuestra reflexión acerca del amor
y la liberación del ego, que muchas veces no es más
que el conjunto de imágenes y categorías con
que nos hemos adornado. Cuando un ser humano es consciente
de la evanescencia e inutilidad de tantos roles y etiquetas
autoimpuestas, cuando se da cuenta de que éstas le
impiden contemplar su ser verdadero y son un obstáculo
hacia la propia felicidad, entonces surge en él, de
manera espontánea, el desapego de cuantas cosas materiales
sólo han servido para inflar su ilusorio ego; es decir,
la virtud cristiana de la pobreza deviene de una forma natural,
automática y fácil y no hace falta que por un
contrato, como ocurre en el Opus Dei, uno se tenga que comprometer
a vivirla.
A pesar de mis divergencias hacia muchas de las ideas y modos
de actuación de la Obra he de reconocer que la idea
fundamental en que se basa es excepcionalmente valiosa: la
de que una persona, sin necesidad de etiquetarse haciéndose
monja o sacerdote, puede y debe ser santo en medio del mundo.
La pena es que para el Opus Dei la santidad consiste en secundar
ciegamente farisaicas directrices espirituales y proselitistas.
Si la santidad en medio del mundo se entendiera como la disposición
habitual de una persona que busca día a día
un nuevo compromiso social y humanitario y se dedica a él
respetando la libertad ajena, como exige que respeten la suya
propia, todo sería fabuloso. Cuando una persona está
seriamente involucrada en el servicio a los demás es
posible que necesite mayor libertad de movimientos que un
ser humano normal. En este sentido, junto con la liberación
de su propio ego, quizá tenga que desprenderse de muchas
otras limitaciones: geográficas, familiares, económicas
etc. Este, y no otro, es el sentido de la verdadera castidad
cristiana.
Arriba
Anterior
- Siguiente
Volver
a Libros silenciados
Ir a la página
principal
|