HIJOS EN EL OPUS DEI
Javier Ropero
17. EL DULCE INGREDIENTE
DE LA MORTIFICACIÓN
¿Cómo puede llegar un joven adolescente a ducharse
en invierno y verano con agua fría, flagelar su cuerpo
con una disciplina, dormir en el suelo, poner piedras en sus
zapatos, anudar en su muslo un cinturón de púas
de alambre (cilicio), tener por almohada una guía de
teléfono, hacer ayunos rigurosos, abstenerse de beber
agua, dormir un insuficiente número de horas, etc.?
A pesar de la aparente complejidad de la pregunta, la respuesta
es lacónica: poco a poco...
Inicialmente se habla al joven de hombría, de reciedumbre,
de los sacrificios que conlleva el tratar de conseguir cualquier
objetivo humano.
Sé recio. Sé viril. Sé hombre. Y después...
sé ángel. (Camino, punto 22.)
No me seas flojo, blando. Ya es hora de que rechaces esa
extraña compasión que sientes de ti mismo.
(Punto 193.)
En esta primera etapa el sacrificio representa un estímulo
hacia la superación personal del muchacho. Así,
éste tratará de ser más puntual al levantarse
de la cama, ponerse a estudiar, ayudar en las tareas domésticas,
etc.
Posteriormente se le argumentará que, puesto que Jesucristo
redimió a los hombres mediante el sacrificio de la
cruz, los cristianos han de continuar la redención
de la humanidad aceptando con gozo los sacrificios que necesariamente
conlleva la vida:
Cuando veas una pobre cruz de palo, sola, despreciable
y sin valor... y sin crucifijo, no olvides que esa cruz
es tu cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo
y sin consuelo... que está esperando el crucifijo
que le falta: y ese crucifijo has de ser tú. (Camino,
punto 178.)
A continuación se le razonará que, puesto que
el cuerpo es el vehículo de todas las pasiones e instintos,
hay que doblegarlo mediante la continua mortificación
y penitencia:
Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo
(Camino, punto 214); trata a tu cuerpo con caridad, pero
no con más caridad de la que se emplea con un enemigo
traidor (punto 226); si sabes que tu cuerpo es tu enemigo
y enemigo de la gloria de Dios, al serlo de tu santificación,
¿por qué le tratas con tanta blandura? (punto
227).
De esta manera, en un último estadio, el neófito
podrá afirmar:
Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea
el dolor... ¡Glorificado sea el dolor! (punto 208).
Cuando el joven ya se haya incorporado al Opus Dei habiendo
abandonado para ello a su familia, sus bienes, su libre albedrío
y la posibilidad de contraer matrimonio, no tendrá
más remedio que aceptar cada nueva mortificación
que sus directores le propongan por no desertar de su primitiva
e incondicional entrega. De esta manera, el nuevo adepto se
duchará todos los días, nada más despertar,
con agua fría:
Todo aquello -sigue Fisac- se hacía con espíritu
deportivo y el buen humor propio de la juventud, sobre todo
cuando en invierno nos helábamos en la ducha fría
matutina. (Alberto Moncada: Historia
oral del Opus Dei, Plaza & Janés, 1987, pág.
147.)
La razón de estas diarias lustraciones de agua fría
es la de preservar la castidad de los socios, como ya apuntaba
el escritor latino Flavio Josefo acerca de la secta judía
de los esenios a la que perteneció, como vimos en un
capítulo anterior:
juntanse todos y, cubiertos con unas toallas blancas de
lino, lávense con agua fría sus cuerpos. (Flavio
Josefo: "La guerra de los judíos", Libro
II, cap. VII); ... bañándose, por conservar
la castidad, muy a menudo de noche y de día en agua
fría... ("Vida de Flavio Josefo.")
Sin embargo, a los nuevos numerarios no se les explica que
la finalidad de esta costumbre sea la de preservar la castidad.
Se les insta a ofrecer este sacrificio por las intenciones
del presidente general de la institución.
El neófito también anudará en su muslo
un cinturón de alambre con púas hacia adentro,
llamado cilicio:
A partir de entonces me dieron mi cilicio y me lo ponía
dos horas cada día. Un día en una pierna,
el siguiente en la otra. Cuando me lo quitaba notaba cómo
los pinchos iban arrancándose de la carne, dejándomela
llena de pequeñas heridas sangrantes, una por cada
pincho. Al día siguiente usaba el cilicio en la otra
ingle, y así dejaba un día por medio para
que se me cicatrizara. (Marie Claire, n.° 2. "La
historia amarga de una numeraria del Opus Dei.")
Y, como inicialmente comentaba, continuará flagelando
su cuerpo con disciplinas, durmiendo en el suelo o sobre una
tabla, etc...
El primer día que dormí en una tabla, pasé
la noche en vela... (Marie Claire,); la noche de guardia,
la numeraria usa como almohada las guías de teléfono.
La combinación tabla-guía de teléfono
es una experiencia difícil de explicar (...); lo
de las disciplinas se trata de otra mortificación
corporal: un látigo de cuerdas que termina en varias
puntas... Entras en el cuarto de baño, te bajas la
ropa interior y, de rodillas, te azotas las nalgas durante
el tiempo que tardas en rezar una salve. (....)
Me enseñaron ulteriores "costumbres familiares"
como el usar las disciplinas semanalmente, lo cual consiste
en una autoflagelación privada de cuarenta latigazos
con un azote de cuerda encerada. Se nos animaba a "derramar
un poco de sangre" y frecuentemente se nos decía
cómo el "Padre" derramaba tanta que salpicaba
las paredes y el techo con ella. Me daba escalofríos
oír cómo otros se disciplinaban. Iba a la cama
deprimido ante la perspectiva de tener que usar las disciplinas
a la mañana siguiente. Me carcomía la conciencia
el hecho de tener que disciplinarme más a menudo y
por ello me acerqué a mi director con la esperanza
de que limitase el que yo siguiera adelante con esta práctica.
Durante los trece años siguientes usé las disciplinas
tres veces a la semana. Era una fuente de depresión
constante aunque en los últimos años me afectó
menos. (Fergal Bowers: The Work. "An investigation into
the History of Opus Dei and how it operates in Ireland today",
Poolberg Press Ltd., 1989, pág. 58.)
Para ocultar el patente masoquismo que representa el realizar
estas prácticas, se insta al adolescente a que ofrezca
sus dolores para que un amigo suyo sea más cristiano,
para que su familia se aproxime más a la institución,
por las ánimas del purgatorio, etc. Por eso, todo numerario
cuestionado en este sentido argumentará que sus mortificaciones
no son realizadas por masoquismo, sino por amor a los demás.
¿Motivos para la penitencia?: desagravio, reparación,
petición; gracias: medio para ir adelante.., por
ti, por mí, por los demás, por tu familia,
por tu país, por la Iglesia... y mil motivos más.
(Camino, punto 232.)
Inicialmente estas prácticas pueden resultar extremadamente
penosas pero el neófito llega a acostumbrarse a ellas,
como apuntábamos en una cita previa:
Era una fuente de depresión constante aunque en
los últimos años me afectó menos. (Fergal
Bowers.)
En primer lugar apuntaré cómo, tras una flagelación
o dos horas de cilicio, el neófito puede llegar a sentir
un placentero sentimiento de éxtasis espiritual:
Contigo, Jesús, ¡qué placentero es
el dolor y qué luminosa la oscuridad! (Camino, punto
229.)
Según Aldous Huxley:
...el hábito de austeridad, de castigos autoimpuestos
de la Edad Media, era probablemente también un modo
extremadamente efectivo de producir visiones. La autoflagelación,
por ejemplo; si se analizan los efectos de este tipo de
procedimiento, resulta muy claro que provocaban experiencias
visionarias. Para empezar, liberaban gran cantidad de adrenalina
y gran cantidad de histamina, y ambas tienen efectos muy
extraños sobre la mente; en el Medievo, cuando no
se conocía el jabón ni los antisépticos,
cualquier herida que pudiese infectarse lo hacía
y los productos proteínicos de emergencia entraban
en la sangre. También sabemos que estas cosas tienen
efectos psicológicos muy interesantes y extraños.
A manera de confirmación de lo anterior, resulta
muy curioso leer la observación del gran cura D'Ars,
francés del siglo XIX (y ahora, canonizado, san Jean
Vianney), a quien un obispo había prohibido practicar
austeridades extremadamente severas, entre ellas las autoflagelaciones
que había realizado durante su juventud. Decía
él, nostálgicamente: "Cuando se me permitía
hacer lo que quería con mi cuerpo, Dios no me negaba
nada." Esta es una declaración psicológica
muy interesante, que confirma que existen reacciones psicológicas
a nivel bioquímico que, en conexión con este
tipo de autotortura, tienden a la producción de visiones.
(Extraído de una conferencia dada por Aldous Huxley
en el XIV Congreso Internacional de Psicología Aplicada,
celebrado en Copenhague, Dinamarca, en1961.)
En su libro "Cielo e infierno" señala también
Huxley que existe una estrecha semejanza en composición
química entre la adrenalina (que se produce durante
la mortificación) y la mescalina, que es una droga
alucinógena.
Por otra parte, C. U. M Smith, en su obra "El cerebro",
especula acerca de por qué tanto la adrenalina como
la mescalina pueden tener repercusiones tan extrañas
sobre el sistema nervioso:
la noradrenalina podría muy bien acumularse en el
espacio sináptico. Esto a su vez podría conducir
a un aumento de los disparos neuronales. Esta excitabilidad
anormal podría experimentarse en forma de alucinaciones.
(C. U. M. Smith: "El cerebro", Alianza Editorial,
Colección "Alianza Universidad".)
Además de la noradrenalina, durante la mortificación
se libera otra molécula, la serotonina, que es por
antonomasia el "neurotransmisor del estrés".
Resulta curioso encontrar que ciertas características
estructurales de esta molécula aparecen en varias drogas
psicoactivas como la bufotenina, la psilocina y la etilendiamida
del ácido lisérgico (LSD).
Tanto la adrenalina como la serotonina tienen la misión
específica de permitir al organismo afrontar eficazmente
una situación de tensión o peligro. Ello lo
consiguen estimulando el sistema nervioso autónomo,
elevando los niveles de glucemia en la sangre, aumentando
el ritmo cardíaco y la presión sanguínea,
etc. Estas hormonas son inmediatamente metabolizadas durante
la realización del esfuerzo. Sin embargo, si este esfuerzo
no se lleva a cabo, la acumulación de estas sustancias
en el organismo puede dar lugar a los efectos antes descritos.
Es posible además que la adrenalina y la serotonina
creen una cierta dependencia en el individuo habituado a tener
altos niveles de estas sustancias en su organismo. Es sintomático
el caso de muchos deportistas profesionales que, al tener
que abandonar temporalmente su actividad por causas de fuerza
mayor, sufren una imprecisa sensación de malestar de
características semejantes al síndrome de abstinencia
de los sujetos drogodependientes. Extrapolando este ejemplo
al tema de la mortificación corporal, podremos comprender
cómo un sujeto habituado a estas prácticas puede
hacerse un auténtico adicto a las mismas.
Otro hábito que produce análogas repercusiones
orgánicas es el del ayuno.
Según el fundador de la Obra:
El ayuno riguroso es penitencia gratísima a Dios.
Pero entre unos y otros, hemos abierto la mano. No importa
-al contrario- que tú, con la aprobación de
tu director, lo practiques frecuentemente. (Camino, punto
231.)
Sin embargo la ciencia actual contradice las anteriores consideraciones:
La persona desnutrida tiende a sentir angustias, depresiones,
hipocondria y sentimientos de ansiedad. También es
propensa a tener visiones porque, cuando la válvula
reductora del cerebro tiene mermada su eficiencia, penetra
en la conciencia mucho material inútil... (Véase
"The Biology of Human Starvation", de A. Keys,
University of Minnesotta Press, 1950. Véanse también
los informes de 1955 sobre los trabajos realizados por el
doctor George Watson y sus colaboradores en California del
Sur sobre el papel de las deficiencias vitamínicas
en las enfermedades mentales.)
Por otra parte, el dos veces premio Nobel Linus Pauling señala
en "Orthomolecular Psychiatry" (Science , n0 160,
1968, págs. 265-271) cómo ciertas insuficiencias
vitamínicas pueden ser la causa de muchos disturbios
mentales y en particular de la esquizofrenia, una de cuyas
modalidades es el delirio místico. En este sentido
es significativo el bien documentado caso de Mary Barnes (M.
Barnes/J. Berke: "Two accounts of a journey through madness),
cuya esquizofrenia le sirvió para desarrollar una labor
de proselitismo en un movimiento de concomitancias místicas.
El debilitamiento mental producido por la mortificación
continua evita por otra parte que el numerario pueda evadirse
de la institución, puesto que carece de las fuerzas
y las ganas necesarias para tomar una decisión que
inexorablemente le llevará a replantearse toda su vida
y su futuro.
Como ocurre en numerosas sectas:
Dentro del proceso de adoctrinamiento tiene gran importancia
el debilitamiento físico del organismo. Esto se consigue
con un descanso insuficiente, se duermen pocas horas y habitualmente
se hace en situaciones harto incómodas (dormir en
el suelo, pasando frío en invierno, en habitaciones
hacinadas de adeptos, etc.). La actividad es desmesurada;
en muchas sectas se trabaja un promedio de dieciséis
horas diarias, y se está siempre en una continua
tensión. A mayor estrés hay menor control
de la actividad sensorial y ello conduce a un deterioro
del intelecto. (Pepe Rodríguez: "Las sectas
hoy y aquí", Editorial Tibidabo, pág.
30.)
Todas las anteriores circunstancias mencionadas por Pepe
Rodríguez concurren en los miembros adolescentes del
Opus Dei. Aparte de sus duchas de agua fría, de dormir
en el suelo o sobre una tabla, de sus flagelaciones, ayunos
y otros sacrificios han de compaginar sus estudios escolares
o universitarios con el cumplimiento estricto de quince normas
de piedad, durante más de tres horas cada día;
han de repartir sus desvelos y su tiempo entre la casa de
sus padres y su nuevo hogar (el centro de la Obra) y, por
otra parte, si sus familiares no están de acuerdo con
el Opus optarán, en muchas ocasiones, por la tensa
situación de desarrollar su supuesta vocación
en la clandestinidad.
Creo que es evidente para la mayoría de los lectores
que todo lo anterior tiene muy poco o nada que ver con la
doctrina predicada por Jesucristo. Tres evangelistas (Mateo,
Marcos y Lucas) recogen el mismo pasaje en que el Mesías
critica las prácticas ascéticas que los fariseos
pretendían imponer a los apóstoles:
Ellos le dijeron: Los discípulos de Juan ayunan
con frecuencia y hacen oraciones, y asimismo los de los
fariseos; pero tus discípulos comen y beben. Respondióles
Jesús: ¿Queréis vosotros hacer ayunar
a los convidados a la boda mientras con ellos está
el esposo? Días vendrán en que les será
arrebatado el esposo; entonces en aquellos días ayunarán.
(Lucas, 5, 33-35.)
Por otra parte el Evangelio de Tomás confirma el pasaje
anterior:
Sus discípulos le preguntaron; le dijeron: ¿Quieres
que ayunemos? ¿Cómo hemos de rezar y dar limosna?
¿Y qué prescripciones alimenticias hemos de
observar? Jesús dijo: No mintáis y no hagáis
lo que detestáis, porque todo está desvelado
a la faz del cielo. En efecto, no hay nada oculto que no
sea manifestado y nada cubierto que quede sin ser revelado.
(Evangelio de Tomás, sentencia sexta.)
Es posible que el lector se pregunte cómo pueden existir
en la propia Iglesia unas prácticas tan contrarias
a la predicación de Jesús. La razón estriba
en que el cristianismo, en los primeros tiempos, fue especialmente
sincretista, asimilando las costumbres y tradiciones de los
pueblos a donde se extendía. Así, por ejemplo,
el 25 de diciembre se conmemoraba en el mundo romano el nacimiento
de Mitra, el dios de la luz, y fue esa misma fecha la que
eligieron los primitivos cristianos para el nacimiento de
Jesucristo. La asimilación de elementos de origen no
cristiano se hizo especialmente importante en el tema de la
liturgia, donde los actos de culto paganos aventajaban en
solemnidad y esplendor a las "poco refinadas" celebraciones
de la joven religión. De esta forma, a la primitiva
"cena del Señor" se incorporaron elementos
ornamentales como el incienso, las velas, las vestiduras y
ademanes del oficiante, las letanías, los cánticos
etc. En cuanto al tema de la mortificación, estas prácticas
del mundo pagano también encontraron resonancia en
el incipiente cristianismo:
algunas sectas judías también utilizaban
los vapuleos rituales para obtener experiencias de éxtasis;
tal era una de las grandes ceremonias del Día del
Perdón. La flagelación voluntaria tuvo lugar
como devoción extática o exaltada en casi
todas las religiones. Los egipcios se azotaban a sí
mismos durante los festivales anuales en honor de su diosa
Isis; en Esparta, los niños eran flagelados ante
el altar de Artemisa Ortia hasta hacerlos sangrar. En Alea,
en el Peloponeso, se azotaba a las mujeres en el templo
de Dionisios; y en el festival romano de las lupercalias
se azotaba a las mujeres en una ceremonia purificadora.
(Stanley Krippner: "La experiencia mística y
los estados de conciencia", recopilación de
textos de Aldous Huxley, A. H. Maslow, R. Bucke y otros,
Editorial Kairós, 1979.)
Continuemos estudiando otros métodos de sugestión
que sitúan al neófito en un ámbito, según
una expresión casi acuñada por el Opus, de "tejas
arriba".
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