Claustrofobia,
mantillas y olor a colonia
entre 284 columnas de piedra
El Mundo
7-10-2002
La ceremonia de la canonización de Escrivá,
oficiada por el Papa, abarrotó la plaza de San Pedro
de fieles del Opus, de políticos italianos y españoles
como Ana Palacio y José María Michavila «Si
a Teresa de Jesús se le ganaba con una sardina, a mí
me compran con la raspa de una sardina», había
dicho Josemaría Escrivá de Balaguer. Ayer, como
un torero en punta, llenó la plaza de San Pedro con
un público de banqueros, ministros, cardenales, «hidalgos
de las colonias españolas» (La Repubblica), señoras
elegantísimas con mantillas y perlas, universitarios
y profesores.
«Yo soy anticlerical. Yo ahorcaría al último
obispo con las tripas del último cura», gritaba
el padre a sus primeros seguidores. Ayer, fueron extras de
su canonización hasta 500 cardenales, y los 440.000
metros cuadrados del Estado Vaticano resultaron insuficientes
para albergar la estampida humana que se congregó en
la placenta de piedra de la cristiandad.
En los recovecos del sínodo se dice que Josemaría
será uno de los que llevará la cerilla para
encender la fumata blanca del próximo cónclave.
La fortaleza elíptica de las 284 columnas era insuficiente
para sostener tanta avalancha. Sentí agorafobia, claustrofobia
y pánico. Hubo momentos en que blasfemé porque
creía encontrarme en la explanada de La Meca; aunque
olía muy bien, a Heno de Pravia, como quería
Monseñor, que según sus contemporáneos
era aficionado a la colonia.
Han invadido Roma señoras españolas que llevan
fulares de seda y hombres peinados como Mario Conde, distinguidas
damas de la alta burguesía que no se parecen en nada
a los chicos con mochila de las jornadas de la juventud. Los
periódicos se quedan asombrados de las perlas de Ana
Palacio y las limusinas de los banqueros. «Vienen a
canonizar al santo de los ricos y de las finanzas»,
insiste La Repubblica.
No creo que el círculo de Calígula fuera más
peligroso para los movimientos del monstruo sonrosado que
es la humanidad que la plaza de San Pedro, ayer a las 10 de
la mañana, bajo un sol augusto, que se doraba en las
colinas de Horacio. Iban a hacer santo a un español
con empaque de párroco, que daba caramelos a los niños,
que se machacaba con el cilicio, y que escribió Camino,
del cual dijo Pablo VI que estaba escrito con la maturitá
de la gioventú (la madurez de la juventud).
La Piedad de Miguel Angel, San Pedro con corona bizantina,
la Virgen del Juicio Universal no se asomaron el domingo para
oír al Papa decir: «En honor de la Santísima
Trinidad, para la exaltación de la fe católica
y crecimiento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro
Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro
y Pablo, y la Nuestra, después de haber reflexionado
largamente, invocando muchas veces la ayuda divina y oído
el parecer de muchos hermanos, declaramos y definimos Santo
al beato Josemaría Escrivá de Balaguer y lo
inscribimos en el Catálogo de los Santos, y establecemos
que en toda la Iglesia sea devotamente honrado entre los santos».
El Papa avanzó por la plaza de San Pedro en un carrito
blanco, poco más grande que un coche de golf, acompañado
del cardenal polaco Estanislao Dwisz, con dos chóferes.
Hizo el paseíllo con la plaza llena. Se decía
que la máxima afluencia de fieles había sucedido
durante la canonización de san Pío, pero la
de ayer supera todas las aglomeraciones, incluida la de la
beatificación en el año 1992.
Me encontré entre la fila de los paralíticos
con Gaspart, el del Barça, que me dijo que estaba emocionado,
y más cuando después el Papa le preguntó
por Saviola; vi a Del Burgo con chaqué, al presidente
de Navarra, al de Aragón, con sus distinguidas esposas;
la mayoría de las españolas casadas con altos
cargos iban de mantilla.
El espectáculo no se parecía nada a Fátima
o Lourdes, había pocos paralíticos, pocas sillas
de ruedas, aunque Luis Gordon, jefe de prensa del Opus, me
recuerda que monseñor Escrivá empezó
asistiendo a los enfermos y limpiando la caca de los moribundos.
Gente acomodada, de corbata y de vaquero, pero todos con
facha de clase dirigente; políticos duros como Juan
Francisco Reyes, vicepresidente de Guatemala; tres ministros
de El Salvador, uno de Andorra, uno de Angola, uno de la República
Dominicana; altos cargos de Honduras, Filipinas, Nicaragua,
Ecuador, Panamá, Bolivia, Perú y Kenya (Ngina
Kenyatta, consorte del ex presidente de la República).
Escrivá de Balaguer de Barbastro unió los nombres
de José y María por amor a la Virgen y a San
José. Y se propuso que la santidad, como el NODO, estuviera
al alcance de todo el mundo; «pero sin abaratamiento».
«Todos podemos ser santos», le contestó
ayer desde la tierra el Papa. «Hay que elevar la realidad
de Cristo sobre toda la realidad humana».
Entre los que no aspiran a ser santos estaba Giulio Andreotti,
con chepa y leyenda negra, senatore a vita que declaró
: «Josemaría tenía una mirada eléctrica.
Si ha tenido tantas incomprensiones, ha sido por la novedad
de la fórmula. La Obra acepta también gente
que no es católica. Una de las cosas que me gustaban
de Escrivá es que decía que a Dios no hay que
servirle como mendigos sino con decoro, dignamente; si hubiera
prevalecido el concepto de la Iglesia de los pobres en Italia,
no tendríamos ni la tercera parte del tesoro del arte
religioso».
Los enemigos de la Obra dicen que tal es el secretismo con
respecto a la custodia de documentos, que se guardan las fichas
de los numerarios, supernumerarios, oblatas y sirvientas y,
junto al papeleo, y en lugar secreto, debe haber siempre una
botella de gasolina para, en caso de emergencia, quemar los
papeles.
Pero desde ayer el Opus es la Iglesia, y sobre esa nueva
realidad se montará el cónclave porque el polaco
está para el tinte. El Papa elevó la fórmula
del Opus a canon al decir: «La vida habitual de un cristiano
que tiene fe, solía decir Escrivá, cuando trabaja
o descansa, cuando reza o cuando duerme, en todo momento,
es una vida en la que Dios siempre está presente».
Según Juan Pablo II, ante cardenales de alto standing,
con los colores púrpura, morado, esta visión
tan original abre un horizonte extraordinariamente rico de
perspectivas sálvicas. «Dios se hace cercano
a nosotros y todos podemos cooperar en el plan de salvación».Desde
ayer, podemos asegurarnos el cielo con paciencia y ahorro
como si tuviéramos un plan de pensiones.
Monseñor Escrivá, según Pilar Urbano,
llegó por vez primera a Roma en un destartalado coche
de alquiler y se quedó acojonado cuando descubrió
las 284 columnas, los santos y apóstoles de piedra,
la obra maestra de Bernini, los cuadros de Rafael. Rompió
a rezar en voz alta y gritó con acento aragonés:
«Creo en Dios Todopoderoso». Y luego dijo: «Conozco
muy bien a los españoles. Como me han maltratado y
me maltratan tanto, después de muerto querrán
llevar mi cadáver a hombros de un lado a otro de la
Península, pero no, reposaré aquí, en
Roma, en un rinconcito de esta casa».
Ser mujer en
el Opus Dei, de Isabel de Armas, antigua numeraria
de la Obra, dice que Monseñor estaba dispuesto a llenar
el mundo con letra impresa, pero la Galaxia Gutenberg se ha
quedado pequeña para el Opus.
Ayer, la santificación llegó a todo el universo
por Internet y televisión. Hasta 1940, su familia era
Escrivá y Albás, y a partir del 40, exigió
que se le conociera como Escrivá de Albás y
que le fuera concedido el título de Marqués
de Peralta. No le gustaba su origen humilde de cura de pueblo,
y aunque él era humilde en sus declaraciones, era más
bien nietzschiano en su concepto aristocrático de la
Iglesia.
Según Isabel de Armas, le gustaba vestirse
con los capisayos de prelado.
La delegación oficial española era exigua -Ana
Palacio, José María Michavila- si se la compara
con la italiana; no sólo asistió Gianfranco
Fini, antiguo neofascista, vicepresidente del Consejo de Ministros;
sino Casini, líder de El Olivo, el primer alcalde que
ha dedicado una plaza a Escrivá de Balaguer; Pisanu,
ministro de Interior; La Logia, ministro de Asuntos Regionales;
Alemano, ministro de Agricultura; Marzano, de la Actividad
Productiva; Sirchia, ministro de Sanidad; Gasparri, de Comunicaciones;
hasta cuatro presidentes regionales y Massimo D Alema, presidente
de la DS, además de jefes de policía, comandantes
de carabineros y del Ejército. Amén
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