MENTIRAS
BAJO LA PIADOSA 'CARIDAD CRISTIANA'
MIGUEL FISAC*
POLÉMICA BEATIFICACIÓN DEL FUNDADOR DEL OPUS
*Miguel Fisac es doctor arquitecto. Permaneció 20 años
en el Opus Dei.
EL PAÍS - Sociedad - 20-04-1992
El autor de este artículo, un conocido arquitecto
que permaneció 20 años en el Opus Dei, califica
de mentiras algunas declaraciones que han hecho sobre su persona
directivos del Opus Dei en el proceso de beatificación
de Josemaría Escrivá de Balaguer y desvela datos
de la personalidad del fundador del Opus.
Al conocer algunos de los escritos sobre el proceso de beatificación
del señor Escrivá me he quedado sorprendido
ante las mentiras que sobre mi vida y persona pronuncian,
con la más piadosa "caridad cristiana", unos
sacerdotes que saben que están mintiendo.Yo pretendería
algo más importante que defenderme; pretendería
ayudar a descubrir la falta de veracidad de esas declaraciones
que han servido de base a unas conclusiones que pueden acarrear
una gran responsabilidad a la Iglesia.
Los ataques a mi persona que propagan, ellos saben que son
falsos. Algunos miembros del Opus Dei que aún viven
lo saben muy bien, y ellos pueden y tienen la obligación
de confirmarlo.
Estos testigos son, en primer lugar, Álvaro Portillo.
Yo le tengo afecto a Álvaro. Él ha conocido
toda mi trayectoria espiritual, desde antes de la guerra civil
española hasta el día que me marché de
la Obra. Él recordará muy bien que ese día
me dijo: "Miguel, quiero pedirte perdón por las
coacciones a que te hemos sometido para que no te fueras,
pero has actuado durante todos estos años de forma
tan generosa que, por eso, hemos creído que tenías
vocación". Otras personas que me conocen bien
son Antonio Fontán, Pedro Casciaro y Antonio Pérez.
Éste último ya no pertenece a la Obra.
Los cimientos sobre los que está fundada toda la estructura
espiritual del Opus Dei se basan en la percepción,
no aclarada nunca, del señor Escrivá, de que
un día y en un lugar determinado, Dios le había
dado a conocer la labor que tenía que realizar: la
santificación del trabajo ordinario, poner a Jesucristo
en la cúspide de las actividades humanas, etcétera.
Esto se lo oí referir al señor Escrivá
muchas veces. Todo lo que dice y lo que hace el Padre, aunque
este decir y hacer esté en contradicción, será
recibido por sus hijos como palabra de Dios.
Desgracias
Y cuando un infeliz como yo se empeñó en irse
de la Obra, como el Padre no quería que me fuera, le
escribió una carta a mi confesor, Francisco Botella,
para que él me la leyera, en la que decía: "Siento
mucho que Miguel quiera marcharse porque va a sufrir mucho
y va a ser un desgraciado".
El camino estaba inexorablemente trazado: Miguel sufriría
mucho y sería un desgraciado. Y aunque la realidad
de los hechos haya dicho lo contrario, porque a mí,
además de casarme un año y medio después
de mi salida, y tener una mujer y unos hijos estupendos (a
ella me la presentaron tres meses después de estar
yo fuera de la Obra), todo me fue perfectamente y mi trabajo
profesional se desenvolvió con gran éxito. Pero
el señor Escrivá nunca quiso darse por enterado
de mi felicidad y, aunque me escribía cartas muy amables,
nunca quiso enterarse de mi matrimonio ni de que existían
mis hijos. Porque yo, según sus predicciones, no podía
ser más que un desgraciado. Y los seguidores de Escrivá,
como buenos seguidores, eso sí, hicieron todo lo posible
para que la profecía se cumpliera; como luego diré.
Pero a pesar de todo no lo consiguieron. Ni tampoco pudieron
borrar mi nombre de entre los vivos, como los biógrafos
de Escrivá han pretendido hacer.
Todo hombre tiene en esta vida horas de dolor. Yo las tuve
también al morir mi hija de seis años y medio.
Esta desgracia sirvió para que el día de su
entierro aparecieran por mi casa dos sacerdotes del Opus Dei,
que, en lugar de rezar algún responso y decirme unas
palabras de consuelo, hicieron unos aspavientos extraños
y en voz baja me dieron a entender que aquella muerte era
un castigo de Dios. De Roma, donde estaban entonces el señor
Escrivá y Álvaro Portillo, no me llegó
nada; ni una carta ni un recuerdo.
Ciñéndome ya a los escritos que se han dado
a conocer. El promotor de justicia del tribunal de Madrid
pone de manifiesto, para excluirme del proceso, mi conducta
contradictoria, propia de mi inestabilidad emocional y temperamento
desequilibrado, con ideas obsesivas y manía persecutoria,
etcétera. Un individuo de esta catadura claro que no
debe declarar. Pero mucho menos debe de figurar como socio
numerario elector: el máximo grado en la categoría
de socios del Opus Dei.
Pues bien, yo, Miguel Fisac Serna, ese personaje tarado al
que hace referencia el señor promotor de justicia del
tribunal de Madrid, recibió un día una carta
de cuatro páginas escritas a mano por el señor
Escrivá, en la que, después de elogiar mi labor
dentro de la Obra, me nombraba socio elector, categoría
que tenían muy pocos y que obligaba, una vez conocido
el fallecimiento del presidente, a ir a Roma y votar al nuevo
presidente vitalicio.
Por supuesto, cuando yo salí del Opus Dei, Antonio
Pérez me dijo que el Padre quería que le devolviera
la carta, cosa que hice en el acto, como él puede confirmar.
De las alusiones explícitamente dirigidas contra mí
que monseñor Echevarría (autoridad muy relevante
ahora del Opus Dei) hace en el proceso, hay dos redactadas
con una ambigüedad oscura y mal intencionada. Una dice:
"Cometía grandes imprudencias"; la otra:
"Empezó a dar a entender que había más
problemas de costumbres que de cabeza". ¿Cuáles
son esas grandes imprudencias? ¿Cuáles son esos
problemas de costumbres?
Yo exijo, si este señor es una persona seria, que
diga con toda claridad qué quiere dar a entender con
esas ambiguas alusiones que tienden a que se piense en auténticas
aberraciones. De no hacerlo así, demostrará
que es un vulgar mentiroso y habrá que, pedirle responsabilidades
por vía judicial.
Persecución
Monseñor Echevarría dice, por último,
"se obstina en ver una persecución donde no ha
habido, ni hay, más que caridad". En mi ya larga
vida profesional¡ me fui tropezando con actitudes que
no comprendía. Siempre, al indagar a fondo, me encontraba
con algo o alguien que estaba relacionado con el Opus Dei.
Ante esa molestísima situación, pensé
que la más correcta posición de un católico
era la de decirlo a la Iglesia. En 1977 me puse en comunicación
con el obispo don Maximino Romero de Lema, y le fui a visitar
a Roma. Él me dijo que llamara a Álvaro del
Portillo.
Entonces le telefoneé a Álvaro, que me dijo:
"Por Dios, Miguel, para hablar conmigo no necesitas a
nadie que te recomiende, ven a verme inmediatamente".
Aquella misma tarde estuve con él y le expliqué
que el Opus Dei me estaba persiguiendo, y le di una serie
de pruebas. Como él necesitaba hablar de este asunto
con don Florencio Sánchez Bella, consiliario entonces
de España, y le iba a ordenar que fuera inmediatamente
a Roma, me pidió que volviera a la mañana siguiente,
y así lo hice. Al otro día seguimos hablando
y, al despedirme, me dijo: "Miguel, vete tranquilo, que
yo daré la orden de que no se te persiga". O sea,
que no era manía persecutoria.
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