RECUERDOS DEL CAMINO
Autora: Carmen Charo Pérez de San Román
Numeraria del Opus Dei de 1972 a 1990
LA ADMINISTRACIÓN
Al terminar la carrera, te piden que hagas una propuesta
profesional. Yo, como he dicho, no sabía si había
cursado Pedagogía o Peritaje Mercantil. No tenía
ilusiones profesionales. Creo que propuse dar clase en el
colegio Guadalaviar, obra corporativa. También planteé
preparar oposiciones
No sé.
Entre las propuestas, está bien visto, y por si no
se te ocurre, te lo aconsejan
, es bueno decir que una
está dispuesta a dedicarse a la administración
de los centros de la obra. Yo también lo dije, y realmente
con ilusión. Quería estar completamente disponible,
y me apetecía. Tengo que decir que me gustaba y me
gusta mucho el trabajo de la administración.
Por otra parte quería descargar económicamente
a mis padres. Les había supuesto una carga costosa
darnos a todos mis hermanos una carrera. Yo durante los cinco
años de mi carrera, tuve que dar clases particulares
para contribuir a mi sostenimiento económico. Me sentía
incapaz de pedirles que siguieran manteniéndome mientras
preparaba oposiciones o algo similar, por un tiempo indefinido.
El hecho de que todos en la Obra, fuéramos responsables
de nuestro mantenimiento económico, es algo que he
agradecido muchas veces, porque se aprende a ser responsable
y a mi me produce gran satisfacción poder decir que
no les debo nada. Mucha gente tiene la idea de que nos han
pagado la carrera, como pasa en las congregaciones religiosas.
Aunque no creo que se nos exigiera el mantenimiento personal
a cada uno como algo que favoreciese nuestro crecimiento personal,
sino por puro interés pesetero. Siempre he comprobado
cómo en la obra el dinero importa mucho. Todo era pedir
y pedir y nunca dar. Pedir a las supernumerarias, cooperadoras,
las propias familias... y todo era poco.
He conocido varias campañas de pedir dinero. Por otra
parte, escatimar con los propios hijos de Dios en la obra,
en su salud (conmigo sí que se gastaron un buen dinero
cuando ya no tenía remedio y me aconsejaron ingresar
en la clínica universitaria dos meses), en el tema
laboral. Esto, además de tacañería, supone
delito.
En la obra ha habido muchísimos años en los
que no se hacía contrato laboral ni se pagaba el seguro
social a ninguna numeraria ni auxiliar que trabajaran en la
administración. A las auxiliares, no sé si actualmente
también, se les asegura como empleadas de hogar, trabajadoras
de una unidad familiar, de forma que el seguro salga más
barato, y no tengan derecho a paro. Realmente, los centros
no son unidades familiares sino empresas y tendrían
que estar aseguradas en el régimen general, que es
más caro y sí da derecho a cobrar el paro en
caso de baja laboral o rescisión de contrato, por ejemplo,
cuando una decide irse.
Me salgo completamente de mi historia, pero sí quiero
aprovechar para comentar, sobre este tema, el caso de una
auxiliar que acudió a mí queriendo abandonar
la obra y le sucedió lo siguiente: ella estaba contratada
como empleada de hogar en un centro. Tuvieron que operarla,
y, antes de la operación la despidieron de ese trabajo
y le dieron de alta en el régimen general, con el fin
de que mientras estuviera de baja pudieran cobrar por ella
la baja. Hay que añadirle el agravante de que estando
de baja, a los diez días de la operación, le
obligaron a levantarse a las seis de la mañana, como
a todas, para hacer todas las limpiezas, como si estuviera
bien. Más adelante quisieron que fueran sus padres
los que corrieran con los gastos de su rehabilitación.
¡Si esto es una familia que baje Dios y lo vea! Una
vez más se vuelve a repetir mi teoría de que
la obra ve lo que quiere, y siempre actúa en beneficio
propio y perjudicando a los que son sus hijos. Una vez más
me resulta patente la malicia.
En cuanto al tema del dinero, a mí también
me dijeron el año 79 que fuera al UNIV, y quisieron
que les pidiera el costo del viaje, a mis padres. Me sentí
incapaz de hacer semejante cosa, con el sacrificio que ya
les costaba mantenerme. Esta, por cierto, fue una experiencia
espantosa, en gran medida por lo que tiene de agresividad
proselitista esta convivencia, cosa que yo no me sentía
capaz de ejercer. Entonces, esta incapacidad la interpretaba
como inutilidad y no como inmoralidad o incapacidad moral.
Las visitas a Villa Tevere y Villa delle Rose, me dejaron
una profunda sensación de miedo y desazón interior,
siempre con la sensación de tener que estar a la altura,
comportándote de una forma rígida, y yo, con
la certeza de que antes o después metería la
pata. Todo estaba controlado, guiado
No me sentí
para nada en casa, no ví ningún calor humano,
descomplicación, acogida sincera
Yo me sentía
permanentemente como amenazada y vigilada.
No pitó ninguna de las que iba conmigo, y me vieron
tan descolgada que me mandaron a dar paseos por Roma con las
descolgadas como yo, en vez de ir a más tertulias con
el Padre. Yo, interiormente, sentía que algo iba mal
en mí, no que no era mi sitio. Recuerdo que me asignaron
una numeraria para que recibiera mi charla en la convivencia.
Ni que decir tiene que me tuvo que perseguir porque yo no
quería tener que comentar semejante tapón interior
a una persona a la que no iba a volver a ver, y era absurdo
decir que todo iba bien, cuando era evidente que no era así.
No tuve más escapatoria y me agarró por las
bravas en el autobús ya de vuelta para España.
Ahí no había posibilidad de escapatoria.
Por otra parte, podría decir que he recibido una formación
humana, doctrinal
Francamente, lo humano, creo que cada
uno lo llevamos dentro y en la obra se puede dar el ambiente
adecuado para practicar ciertas virtudes, como por ejemplo,
la austeridad, la responsabilidad, el espíritu de trabajo
Yo crecí humanamente, pero porque la exigencia era
mía, surgía de mi interior. Sólo cuando
se asume este crecimiento de forma libre y personal, se crece
humanamente. La imposición supone una atrofia en la
persona y antes o después ésta salta.
En cuanto a lo doctrinal, puedo decir que no me caló
realmente en mi interior nada. No eran conocimientos que dieran
otra visión a mi fe, a mi vida espiritual. Era más
bien, como una peluca, un postizo que te colocas, pero que
no forma parte de ti. La formación doctrinal y espiritual
que recibí no contribuyó para nada a tener una
experiencia profunda de Dios. Eso lo he conocido después,
a mi salida del Opus Dei.
Lo que sí creo que he aprendido en la Obra es a trabajar
bien cuando viví en la administración. Me gustaba
la forma ordenada y responsable de trabajar, y el hecho de
que cada una escribiera la praxis del servicio por el que
pasaba con el fin de facilitar el trabajo de quien continuase
con el mismo.
Siguiendo con la formación doctrinal, sí que
recibí de la Asesoría, cuando lo pedí,
el certificado con las calificaciones de todo el bachiller
teológico. Me quedé de piedra, porque figuraban
unas notas estupendas, que jamás conseguí ni
en la carrera ni en el bachiller. Puedo decir al día
de hoy que no me queda nada, absolutamente nada de dicha formación.
Con mi estancia de tres años en Tetuán, y hasta
que acabé la carrera, se terminaba otra etapa en mi
vida.
Volví a sentir el alivio de cuando dejé el
centro de estudios. Cambiaba de casa y de tarea. Seguro, que
estaría mejor. Ahora me doy cuenta de que mi estado
interior iba permanentemente a peor con el paso del tiempo,
pero parecía que mejoraba algo al cambiar de ciudad,
situación, centro, personas
Al poco tiempo volvían
a aparecer los síntomas, cada vez más agudos,
de que algo no iba bien en mi vida.
Así pase a vivir en la administración de Albalat,
del centro de estudios de los chicos.
Ese año fue fantástico. Lo recuerdo como un
vivir para dentro, con un trato con el Señor más
íntimo o más dulce, más sereno. Me entusiasmaba
la rutina de las tardes enteras planchando camisas, en silencio
o en conversación con las auxiliares.
Mi cuerpo agradeció un trabajo físico duro,
movimiento, cansancio
porque luego descansaba mejor.
Desapareció la tensión constante de buscar
pitables debajo de las piedras. Si embargo, a lo largo de
ese año tuve bastante relación con una antigua
compañera de curso y salía solo el hablar de
lo entusiasmada que estaba con mi vocación, con mi
tarea: encontrar a Dios en las tareas sencillas, humildes,
escondidas. Buscar sólo Su contento y aprobación
Fue una especie de experiencia mística. Creo que este
fue el único verdadero apostolado que hice en todos
mis años en la obra.
Por otra parte, ya había aprendido a vivir en un centro.
Ya no chocaban tantas cosas que he comentado anteriormente.
Las asumía con más naturalidad.
Conocer a las numerarias auxiliares fue también algo
fantástico. He conocido personas de una talla humana
y espiritual tremenda, y me gustaría nombrarlas para
rendirles un pequeñísimo homenaje. Entre ellas,
y posiblemente me olvide de muchas, están María
del Moral, Charo Pascual, Marian Andrés, Rosario Lázaro,
Lute, Mari Pernía, Isatxu Abin, Nati Pagés,
Charo y Toñi Piñeiro, Sinda Vazquez, Deme San
Andrés, Carmina Calvelo, Salomé, Conchin Moliner,
Basi Díaz, Lola Fernandez, Mª Carmen Castro, Mercedes
Sales, Maru Sala,
Hay muchas de las que me acuerdo y
he olvidado sus nombres. En los últimos años
tomé tanta droga que tengo verdaderas lagunas de memoria.
De todas estas personas recibí mucho cariño.
Por ellas sí que me sentí verdaderamente acogida.
Con ellas sí que tuve la experiencia de familia.
Quizá también me hacían sentir importante.
Era la primera vez que me sentía presente y valiosa.
Cualquier numeraria era un poco la referencia para ellas.
Aunque no tuvieras ni idea de nada, la delicadeza era exquisita
para enseñarte sin que te sintieras humillada o ignorante.
Te consultaban cualquier modo de hacer, aún a sabiendas
de que no tenías ni idea. Hace falta auténtica
categoría humana para vivir así. A mí,
esa sencillez, y ese cariño me facilitaron mucho la
vida. No me costó quererlas mucho y creo que puedo
decir que las quise mucho a todas las que conocí.
Sí que había numerarias auxiliares con espíritu
infantil, por otra parte, necesario muchas veces, para ser
grata a algunas directoras.
Yo, el primer año, sólo me dediqué a
disfrutar, disfrutar de la rutina del horario, del cansancio
del trabajo físico, de la sencillez de las auxiliares,
de la tranquilidad en la vida de piedad
Ese año hice la fidelidad en el colmo del fervor por
mi entrega al Señor.
La fidelidad iba precedida del testamento manuscrito, en
el que se dejaba a disposición, no de la Obra, no,
sino de una serie de personas o entidades, todos tus bienes.
Te daban un modelo que se debía copiar sin ninguna
equivocación, con letra meridianamente clara. Yo lo
tuve que repetir como 6 ó 7 veces. Estaba ya aburrida.
A pesar de eso, como nadie me explicó, (reconozco que
yo tampoco lo pedí. Simplemente me fié) no me
acuerdo de nada, ni de las personas a las que yo dejaba mis
bienes, ni qué significaban muchas expresiones que
para una persona de a pié no son habituales. Yo entonces
tenía 24 años. Ni que decir tiene que no me
quedé con ninguna copia del mismo. A mi salida de la
Obra, lo pedí varias veces y ni siquiera me respondieron,
simplemente no me lo dieron. Tuve que volver a un notario
para hacer uno nuevo e invalidar el anterior.
Este es otro detalle en el que se puede valorar la confianza
que yo y muchos pusimos en la Obra como verdadera familia.
Nos saltamos todas las medidas de prudencia que se deben tomar
a la hora de una decisión importante, como conocer
perfectamente a qué nos comprometemos y leer de forma
exhaustiva el documento que vamos a firmar.
Yo actué como lo hice porque me fié absolutamente,
como lo hubiese hecho si mi padre me hubiese pedido que firmara
aquel testamento. Porque sé que me quiere, a su modo,
pero me quiere. De las personas que representaban al Opus
Dei en ese momento, pensé lo mismo. Años más
tarde comprobé que no había cariño, ni
familia, ni nada.
De ese año 1980, recuerdo bien el curso de retiro.
En general tengo gratísimo recuerdo de los cursos de
retiro. Muchos los hice en Torreciudad, en los meses de invierno,
cuando no había un alma por allí, corría
un aire helador que te cortaba la cara, y se disfrutaba de
una vista fantástica de los Pirineos nevados al fondo
del pantano. Cinco días de absoluto silencio, para
mí eran una delicia.
Poder disfrutar de una casa tan bonita, decorada con un gusto
exquisito, aquel olor a madera y a cera, los detalles de la
administración cuidados al máximo, todo en orden,
perfecto, la comida caliente y en su punto, cosa no habitual
en los centros de la sección femenina. Yo puedo decir
que sólo he comido bien en los centros en los que había
numerarias auxiliares.
Ese año, 1980, el curso de retiro fue especialmente
fuerte para mí, y creo que el momento supremo de mi
holocausto. Nunca más volví a tener tentaciones
de abandonar la obra, mi vocación. Aquello sí
que fue una entrega total, anulando mi persona de forma radical,
exigiéndome una entrega absoluta. Allí enterré
mi ser personal para disolverme en la masa del Opus Dei.
Aun conservo algunas notas que tomé y en las que decía
cosas como: "He descubierto que mi vida no es mía,
mi vida no es para mi. Le debo una lealtad absoluta a la Obra".
"El Señor me ha pedido la vida, el corazón
entero. Tengo que renunciar a todo lo mío, que no sirve.
Tengo que tener menos compasión conmigo, poner todo
lo que soy, tengo y hago, al servicio del Señor"
"No tengo derechos. Le he dado al Señor mi forma
de pensar y mi forma de ser" "Tengo que salir de
mi, olvidarme de mí, por los demás. Lucha decidida
contra mis defectos" "Los demás siempre tienen
derecho a enriquecerse de mi"
Hago referencia al Señor, pero luego todos los propósitos
se traducían en una entrega ciega y rendida a la obra
a través de sus directores. Me planteé la vida
como una negación de todo lo mío, una renuncia
a todo, un sacrificio absoluto por la obra
Crecer en el amor de Dios suponía pisar todo lo que
fuera personal (todo era soberbia, egoísmo
),
dudar del propio juicio, obedecer todas las indicaciones de
las directoras. Era una negación y una imposición
más que una descomplicación del alma y un crecer
en libertad interior. La vida interior se reducía a
cumplir las normas y costumbres conforme se indicaba por el
Padre y los directores
Era más una contabilidad
que un crecer en la infancia espiritual de que hablaba Santa
Teresa del Niño Jesús.
Yo creo que poco a poco, a partir de este momento, me fui
complicando interiormente, haciéndome rara, cuadriculada,
maniática de las "cosas pequeñas".
Me debieron ver en disposición excepcional, y me nombraron
subdirectora del centro, cargo en el que permanecí
los dos años siguientes.
Aquí comenzó nuevamente mi calvario. Puse los
pies en la tierra, y llegaron los desencuentros. Choqué
con la directora, a la que no veía coherente ni entregada.
Este era un tema personal suyo, por lo que no voy a abundar
en él.
Las reuniones del consejo local muchas veces consistían
en cotillear y hablar con poca caridad sobre las personas.
Reconozco que me chocaba, pero también pensaba que
si la directora llevaba tantos años en consejos locales
y era muy bien considerada por la delegación, a mi
me faltaría algún dato.
Recuerdo que una auxiliar, que estaba pasándolo fatal,
le escribió por su cuenta al Padre, sin entregar la
carta para que se mandara a través de la delegación,
y la bronca que le cayó por parte de la directora fue
monumental. Había gran preocupación por el qué
dirían en la delegación y la asesoría,
más que por la situación de la persona.
Nuevamente al contar esto, veo que los fallos con los que
topé se debían en gran parte a las personas
más que a la Obra como institución, sin embargo,
no eximo a la Obra de su responsabilidad, porque nunca vi
que se actuara con claridad, transparencia y verdadera fraternidad
cristiana. Todo eran dimes y diretes por aquí, consultas
a la delegación
Ellas actuaban por su cuenta
sin que tú te enteraras
¡Un lío!
Lo que sí puedo decir es que no se vive como en una
familia, en la que se puede hablar abiertamente y a la cara,
con cariño, en la que se pueda dar una reconciliación
clara y sincera.
Yo, hice saber en delegación lo que me pasaba con
la directora. Siempre se me recomendaba que rezara, tuviera
paciencia
El sacerdote del centro, un recién ordenado
con exceso de celo, me molía tachándome de soberbia.
Ahora veo que se debiera haber actuado con más transparencia.
Como yo no llevaba su charla personal, no tenía libertad
para decirle abiertamente lo que pensaba de ella, lo que creía
que estaba mal
En la Obra no se vive un cariño abierto y transparente.
Siempre tiene que haber alguien haciendo de árbitro,
quizá para controlar y estar al tanto de lo que pasa
en cada casa. Eso hace que la convivencia sea retorcida y
difícil.
Dos recuerdos que uno a este tema son, por una parte la complicación
del correo interno que los centros tienen con la delegación.
Ya no recuerdo cosas concretas, pero sí que me chocó
que hubiera claves para hacer distintas cosas, creo que con
el fin de que si aquello caía en manos de una persona
ajena, no se enterara de lo que ponía. Por ejemplo,
si se nos hablaba de un tema de una persona, el nombre de
la misma iba en otra hoja separada. Quizá todo esto
se pueda ver como medida de prudencia. Yo más bien
pensé en retorcimiento y complicación, excesivo
misterio, manía persecutoria. Por otra parte, el correo
siempre se lleva en mano ya sea al centro o a la delegación,
incluso cuando los centros están en una ciudad distinta
a la delegación.
Aquel año tuvimos una comisión de servicio,
o una visita de una directora de la Asesoría Central,
para comprobar cómo se vivía el espíritu.
No conocí ninguna antes, ni después. Tengo un
recuerdo penoso. Aquello no fue una visita de familia. Se
creó un ambiente tensísimo en la casa. Todo
debía estar perfecto, la casa, los uniformes de las
auxiliares, las sonrisas bien colocadas. Había que
tratarla de usted
A mí, con semejante ambiente
ni se me ocurrió plantearle mis problemas con la directora.
Más valía malo conocido, que bueno por conocer.
Entre los recuerdos personales, me vienen a la memoria dos
que hacen referencia, al cariño por la propia familia
y el desapego.
Mi hermana vivió en Valencia, con una beca de investigación,
los dos últimos años que estuve en este centro.
Reconozco que yo, en mi éxtasis, no le hice ni caso.
Entonces no compartíamos nada. Ella se alejó
completamente de la iglesia y de la fe, tras su experiencia
como numeraria. Yo, las pocas veces que estuve con ella, me
dediqué bien a examinarla y recriminarla por su vida
descarriada. Es cierto que nadie me dio el encargo expreso,
pero todo, los medios de formación, los estudios doctrinales
nos hacían ver que la verdad era una, y nosotros estábamos
en posesión de ella. Reconozco, y pido perdón
por ello, que fui despiadada y dura. Pero, creo que lo peor
fue el dejarla absolutamente sola, e ir yo a lo mío.
Ella se sentía muy sola y mi madre vino algunas temporadas
a pasarlas con ella. Una de estas veces, coincidió
que era el cumpleaños de mi madre. Quise comer con
ella, ya que mi hermana no iba a poder por su trabajo, y no
me lo permitieron. Me dolió infinitamente. Sólo
pude estar con ella un ratito por la tarde. No había
razones reales, así que tuve que mentir, fingir mi
grandísima ocupación, y además estar
animosa y alegre para que mi madre no se preocupara por mí.
Me pareció cruel y absurdo.
Aquel año, mis padres cumplían sus bodas de
plata. Volví a pedir permiso, prueba patente de la
madurez y libertad con la que las personas actúan en
la Obra. Estaba mal visto decir esto: "que se pedía
permiso", porque en realidad, según decían,
no se pide permiso, "se consulta, se comenta lo que se
piensa sobre un asunto"
, pero luego, debes hacer
lo que se te dice, y no en virtud de la obediencia, sino porque
eres libre de elegir, y eliges lo que Dios quiere, que es
lo que se te dice. Total una complicación, que esconde
un retorcimiento absoluto de conciencia.
Bueno, pues tras mi consulta, me dijeron que se debía
consultar, a su vez, a la delegación. Después
de varios días, la directora me comentó que
lo normal en estos casos era no ir a esta celebración,
pero que como yo no tenía problemas de apego a la familia,
sí podría pasar el día con mis padres.
Así que, en virtud de la pobreza, me pusieron en un
avión la víspera de la celebración por
la noche, con el cometido de volver al día siguiente
del aniversario por la mañana.
Ni que decir tiene que lo pasé fatal y hubiese sido
mejor ni aparecer. Nadie en mi familia entendió mi
forma de actuar. Les parecí absurda y provocadora.
Me comentaron si era ministra y no disponía de más
tiempo
Mis hermanos no me dirigieron la palabra, ni para
saludarme, ni al estar, ni para despedirme. Yo había
hecho méritos para ganarme la fama de fanática
impertinente, y acabé de colocar la guinda.
En cuanto a la vida de las auxiliares, creo que el trato
que se les daba, dependía en gran parte del modo de
ser y ver la vida de la directora.
Chocaban cosas, como el tener que tratarnos de usted, pero
como era algo establecido por el Padre, pasaba a formar parte
de lo que en algún momento tendría su explicación.
Comían en distinto comedor, con vajilla distinta
pero
estos detalles tampoco los viví como algo humillante,
ya que las vajillas eran de la misma calidad, y lo del comedor
podía resultar algo puramente organizativo. En ese
centro las que no teníamos comedor propio éramos
las numerarias.
Una cosa que no entendí nunca era el hecho de que
las auxiliares normalmente no hacían nada solas. En
las compras, paseos, encargos apostólicos
siempre
estaba la escopeta de turno, que era una numeraria.
Yo tuve que acompañar a una auxiliar a ver a sus padres,
unos días a Cataluña. Ella acababa de salir
del centro de estudios, pero era de más edad que yo.
Lo pasé fatal porque realmente no pintaba nada allí.
Tuve que mentir y decir que estaba allí por otros asuntos.
Se trataba de controlar que la auxiliar no se descaminara.
Una vez más la constatación de la falta de convencimiento
personal. Esto se hacía con todas las auxiliares.
Si uno está en la Obra porque quiere ¿a qué
viene ese control? Esta auxiliar tenía 28 años,
creo que edad suficiente para saber lo que quería.
Sin embargo, eran las "hijas pequeñas del Padre".
Se les fomentaba ese infantilismo, llevando hasta el extremo
la desconfianza por el propio criterio, haciendo que se consultase
absolutamente todo y cultivando la reverencia excesiva hacia
las numerarias.
La administración es verdaderamente la antítesis
de la vida normal de una persona de la calle. Si una numeraria,
como me había pasado a mí, no tiene vida propia,
ni aficiones personales, ni tiempo libre
, esto se lleva
al extremo cuando hablamos de las numerarias auxiliares.
Para mí el primer año en la administración
fue terapéutico por mi situación anterior, pero
cuando uno es consciente de que ésta es la vida, año
tras año, de todas las auxiliares
resulta verdaderamente
heroico, (eso, si aporta algo a la persona como tal), y creo
que también inhumano.
Para ellas jamás había descanso. Toda la casa
llevaba un ritmo. Había un horario para todas y no
había forma de escaparse de él. Las numerarias,
sobretodo si formábamos parte del consejo local, podíamos
tener algún escape, algún tiempo en el que desaparecer,
una excusa para romper la rutina.
El horario consistía en: levantarse, pasar a la limpieza
de las zonas comunes de la residencia, oración, Santa
Misa, desayuno, cambiarse a todo correr para pasar nuevamente
a la limpieza del oratorio de la residencia o preparar los
desayunos, seguir con la limpieza de habitaciones, a la vuelta,
cada quien a su servicio (office, cocina, planchero,,,), o
lectura espiritual, comer, de nuevo cada quien a su servicio,
cambiarse para la tertulia, normas de piedad (oración,
rosario, charla personal, confesión
), de nuevo
al servicio de cada una, cena, turno de office o cocina, o
servicio propio, tertulia, examen y a dormir (por suerte,
ellas sí en colchón). Así se sucedían
los días.
Los sábados y domingos eran más descansados,
y por la tarde atendían la cocina dos auxiliares y
una numeraria, que se quedaban de turno. El resto atendían
una labor apostólica. Para nada cada una descansaba
su aire. Verdaderamente, para las auxiliares no había
vida personal. No se concebía que nadie se diera un
paseo, sola. Todo era guiado y acompañado.
En otro centro en el que viví, recuerdo que el médico
aconsejó a una auxiliar que hiciera deporte por un
problema de columna. A la auxiliar se le puso una cesta de
baloncesto en la azotea de la casa para que practicase un
rato los domingos por la tarde ella sola. Entre semana era
inconcebible ningún descanso, ninguna práctica
deportiva. No había tiempo ni para leer el periódico,
como no fuera que se llegara un minuto antes a la tertulia
y se aprovechara para ello.
Al llegar la directora a la tertulia, todo el mundo se pone
de pié y no se sienta hasta que ella lo hace (verdaderamente,
detalle de familia normal).
Dependían del centro nuestro, las administraciones
de las dos delegaciones y de un centro de supernumerarios.
En estas administraciones no había ningún cuarto
de estar propiamente dicho, con un sofá cómodo,
luz agradable (en todos los que yo conocí, sólo
disponían de luces fluorescentes). El lugar donde se
hacían habitualmente las tertulias, donde se hacía
la vida de familia, era el planchero, que no era precisamente
un cuarto de estar agradable y cómodo. Las auxiliares
cuando eran más mayores, tenían que seguir el
mismo ritmo. Por las tardes, fuera del tiempo de tertulia,
no había lugar para el descanso, algo habitual para
cualquier mujer de su edad.
No soy consciente, por ejemplo, que a nadie se le planteara
leer un libro o practicar cualquier afición, como pintar,
oír música
Ahora lo pienso, y veo que era inhumano, pero entonces, yo
tampoco caí en la cuenta.
Viene a mi recuerdo una corrección fraterna que me
hicieron en una ocasión en la que no estaba la directora
y yo "hacía cabeza".
Iba a venir la directora de la delegación a una tertulia
a nuestro centro. Llovía bastante y no había
nadie en la casa que condujera. Nuestra casa estaba como a
cinco minutos de la delegación. A mi, ni se me ocurrió
que había que ir a buscarla en coche, por la distancia
ridícula que nos separaba, a pesar de que lloviese.
Me dijeron que debíamos haber ido a buscar a la directora
en coche, porque se la debía de haber tratado como
si fuera el Padre.
Me ponía bastante nerviosa ese trato tenso, lleno
de una cortesía impropia de una familia, sobretodo
porque yo no acertaba nunca. No sabía cómo compaginar
el trato distendido y normal con los detalles corteses y estirados,
con tanta diplomacia y protocolo. Sí que me parecía
que la directora de la delegación se merecía
un respeto, pero no me parecía tan grave que viniera
andando y se mojara un poco los zapatos, como todo hijo de
vecino. De hecho, fui yo personalmente a buscarla y me mojé
igualmente.
Quizá estoy equivocada, pero traigo a colación
este detalle porque creo que eran más las ocasiones
en las que el trato era tenso, de excesiva cortesía
y servilismo, que un trato lleno de normalidad, de dar ejemplo
de entrega, de ir por delante en el servicio
En cuanto a mi situación personal, ya comencé
a pasarlo mal. Mi cuerpo empezó a gritar, pero yo no
le entendía. Empecé a tener pesadillas por la
noche y en dos ocasiones, me levanté sonámbula.
Una de ellas, me caí de bruces de la cama, despertándome
angustiada sin saber dónde estaba. Lo conté
pero nadie le dio importancia, y yo tampoco. Era incapaz de
analizar lo que pasaba en mi interior.
Así pasaron los dos años de subdirectora, y
me propusieron ser directora de la administración del
centro de estudios de chicas. Allí no había
numerarias auxiliares, sino niñas, auténticas
niñas de 13 y 14 años, estudiantes de la escuela
hogar. A mi me dio pavor la idea y así lo hice saber,
pero no me tomaron en serio. Debieron pensar que se trataba
de falsa humildad, y nada más lejos de la realidad.
Realmente no recuerdo nada de su condición laboral.
No sé si cobraban algo o con su trabajo en la administración,
se pagaban sus estudios y su manutención. Creo que
estaba verdaderamente aturdida y me sobraba con mi tarea de
contribuir a que se viviera el espíritu de la Obra
en el centro y que pitaran las chicas. Por cierto, pitaron
dos y despitaron a los pocos meses. Yo era un desastre para
presionar y engatusar.
Yo no sabía mandar, me sentía incomodísima
sintiéndome el centro de nada, siendo quien diera criterio,
marcando la norma
Por otra parte, creo que tampoco tenía
claro cómo se debían hacer las cosas, ya que
en muchas ocasiones nada tenía que ver lo que yo pensaba
con el criterio de la Obra. ¿Cuándo llegaría
a entender en virtud de qué criterio, unas veces se
decía una cosa y se hacía otra?
Yo, seguía teniéndome en muy baja estima y
consideración. Pensaba que cualquiera era mejor que
yo y no me sentía cómoda teniendo que decir
a nadie qué debía hacer...
Con verdadera angustia me incorporé a mi nueva casa,
después de atender un curso anual de auxiliares adscritas.
Era el verano de 1982. Vivíamos cinco numerarias y
las estudiantes de la escuela hogar.
Recibimos en noviembre la noticia de la aprobación
de la Obra como Prelatura Personal, y la multitud de escritos
explicándonos en qué consistía, a los
que yo era ajena completamente. Realmente, estaba fuera de
mi sitio. Sentía que no estaba a la altura del momento,
que parecía crucial para la Obra. Sí tenía
claro que aquello suponía el fin de los votos, el dejar
de depender de la Sagrada Congregación para los Religiosos
pero bueno
Mi cuerpo seguía gritando. En Navidad tuve un acceso
brusco de fiebre sin ninguna explicación, que remitió
enseguida. En enero fui a mi curso anual y allí se
rompió definitivamente la cuerda.
Aquí hago un inciso para hablar de los cursos anuales.
Yo, por mi talante era de las numerarias de tropa, es decir
que nunca me tocó hacer un curso anual en casas paradisíacas,
lejos del lugar donde se vivía o en el extranjero y
en los cálidos meses de verano. Esto se comentaba alguna
vez entre las numerarias y en tono de broma. Parecía
que a estos cursos anuales acudían las numerarias ilustres,
las que se merecían un premio o las que había
que conquistar de nuevo tras algún tortazo de la vida.
Normalmente, era del dominio público esta interpretación.
Recuerdo que una amiga ex numeraria, me contó cómo
le ofrecieron ir de curso anual a Perú cuando estaba
en plena crisis.
Yo tengo que agradecer que nunca me mandaran a estos cursos.
Casi siempre me tocó hacerlos en casas sencillas, y
en los fríos meses de invierno. La gente que asistía
solía ser más normalita y para mí más
fácil de tratar. Nunca coincidí con estrellas
de la cultura, de los primeros tiempos en la Obra, de la alta
sociedad
Esto me da pié para hacer ver cómo en la Obra
se trata distinto a según quien. Esto, en realidad
pasa en todas las familias, pero en la Obra, el motivo para
tratar de forma distinta a unas u otras, no era precisamente
el cariño o el facilitar el camino de santidad, sino
los intereses de reconducir al camino con paños calientes,
aún favoreciendo manías y rarezas, premiar a
las numerarias inmaduras y raras pero de familias ilustres
o importantes para la Obra
.
Hay muchos criterios para todo y también, todas las
excepciones que haga falta, para justificar su incumplimiento
cuando conviene. Conmigo no convino nunca nada. Tengo la sensación
de haber sido un verdadero burro de carga. Yo me dejaba poner
encima peso y peso
y como nunca protesté, pues
me cargaron hasta que me rompí.
Lo cierto es que soy una persona muy activa y con gran capacidad
de trabajo. Me gusta la actividad. Pero, también pensé
que tenía unas hermanas que me querían, que
se adelantarían a mi cansancio, que velarían
por mi salud, que no dejarían que me rompiera
y no fue así. A veces, fallaron las personas por incapacidad,
sin malicia. Pero, siempre, año tras año, falló
el Opus Dei, que jamás vio en mí a una persona,
menos a un alma, a una hija de Dios. Abusó de mí
y me tiró como a un desperdicio. Ese es para mí
el gran escándalo del Opus Dei.
Dentro de estas excepciones, de las que hablaba, están
también las numerarias a las que se les permite llevar
una vida sin ningún control, inmersas por completo
en banalidades, ocupaciones absurdas y frívolas, con
el pretexto de influir en un tipo concreto de personas, que
también son hijos de Dios, y, yo añadiría
que tienen buenos talonarios en los bolsillos y un dedo que
todo lo que toca lo convierte en poder.
He conocido numerarias a las que se les "invitó"
a dejar su carrera de cantante lírica, o azafata de
vuelo, porque no era compatible con su vocación. Sin
embargo, hay otras, por todos conocidas, para las que todo
vale. Eso sí, una de ellas, es heroica. Hace poco comentaba
en una revista que "desayuna el pan duro del día
anterior". ¡Es todo un mérito!.
Jamás he conocido que se hayan dado estas excepciones
para trabajar por los pobres y los desheredados de la tierra.
Sigo con el curso anual
La casa donde nos alojábamos creo que pertenecía
a la diócesis. El pueblo era Calamocha, un helador,
pero agradable pueblo de Teruel. Administraba una señora.
Lo hacía muy bien pero, lógicamente aquello
no tenía nada que ver con Torreciudad, Castelldaura,
Pozoalbero... La casa era muy sencilla y la cocina casera.
A mí me encantaba. Me encontraba muy a gusto.
Una mañana, me desperté angustiada por una pesadilla,
pero la sorpresa fue mayúscula cuando, en la vida real
me seguía persiguiendo el terror de la pesadilla. Era
algo que no podía quitarme de encima por más
que razonara. Enseguida lo comenté con la directora
del curso, que en principio, no le dio importancia.
Viendo que seguía verdaderamente angustiada, me comenzó
a preguntar si realmente era sincera, si abría mi alma
con total sinceridad o me reservaba algo, si había
algo en lo referente a la pureza
.
Ahora mismo, a este detalle no le veo malicia, pero esta
fue la tónica siempre en la Obra. Ante cualquier problema,
siempre es uno quien tiene la culpa. Eres tú quien
fallas en algo y además escondes perversiones ocultas.
En todos mis años posteriores hasta mi salida de la
Obra, me quedó claro que yo era la responsable de todo
lo que me pasaba. Siempre se trataba de falta de entrega personal,
de soberbia
Nunca falla el sistema.
Por otra parte, nadie analizó mi vida, mi situación.
En ese momento, me echaron encima la carga de vicios o perversiones
ocultas, que me atormentaron aún más. Luego,
más adelante se trató de pensar que lo que me
pasaba era una enfermedad que me había tocado por la
gracia de Dios, algo ajeno a todo. Era más o menos
como si me hubiese caído, sin que nadie lo provocase,
un rayo del cielo y me hubiese cortado un brazo. A partir
de aquel momento, tendría que vivir con aquello porque
era designio de Dios.
Esto, ahora me parece una aberración, y hoy, culpo
a la Obra y sobretodo, a los profesionales médicos
que me trataron, por su ceguera, creo que maliciosa y perversa.
El resto del curso anual fue de terror. No dormía
nada por el miedo. Comencé a temblar sin poderlo controlar,
se me tensaban todos los músculos del cuerpo, me seguía
persiguiendo la sensación de miedo atroz. Creí
que me iba a volver loca, que iba a perder el control de un
momento a otro.
La vida de familia, en el curso, era un puro fingir, lo que
aumentaba mi tensión. Me ayudó mucho la numeraria
que llevaba mi charla fraterna, que era especialmente maternal
y descomplicada. Acudía en su busca cada cuarto de
hora para que me ayudara a serenarme. Le estoy muy agradecida.
A pesar de todo, la directora del curso, había infundido
en mí escrúpulos, de falta de sinceridad, de
vicios ocultos contra la pureza
y yo me rompía
la cabeza buscando una explicación.
En esta situación volví a mi casa y aguanté
cuatro meses, interpretando el papel de directora normal.
También tengo que agradecer a la que entonces fue
la subdirectora, por las noches que durmió en el suelo
de mi habitación, debido al terror que yo sentía
sola por las noches. Creía que me iba a morir al cerrar
los ojos para dormir.¡Fue terrible!.
Me llevaron al médico habitual, que me diagnosticó,
cansancio, y me recetó reconstituyentes y vitaminas.
También me dieron algunas pastillas para dormir.
En abril, ya no se sostenía la situación y
me mandaron a descansar a la Lloma, casa de retiros, cerca
de Valencia. La directora de la casa era la misma numeraria
que había atendido mi charla en el curso anual. Allí
permanecí dos años.
Al principio, dormí y dormí, paseé,
me dediqué a no hacer nada más que estar y me
fue bien. Poco a poco me fui incorporando a la vida ordinaria
de la casa. Me fueron encomendando tareas y trabajos.
Colaboré con la numeraria auxiliar que hacía
la repostería y disfruté. Era una mujer muy
creativa, una artista, de gran delicadeza conmigo, a la que
tengo que agradecer muchos buenos momentos. Ella también
pasó por las manos de psiquiatras y sufría momentos
duros de depresión. Ahora les doy la misma explicación
que doy a mis desequilibrios. No sé qué será
de ella en estos momentos.
En este centro el modo de ser de la directora daba un tono
diferente a la casa. Era una persona de mente más abierta,
nada controladora, ni cuadriculada. El trato con las auxiliares
era mucho más normal.
La rutina del horario la cortaba bastante el cambio de actividades
en la residencia. Cuando la residencia estaba llena, el trabajo
era constante. Pero, cuando había cambio de tandas
se relajaba el horario y la vida era muy agradable. Se hacía
una limpieza especial en la que participaba casi toda la casa.
A media mañana, la repostera sacaba todas las sobras
y se organizaba una buena tertulia de descanso mientras se
reponían fuerzas.
La directora procuraba que la limpieza se terminase pronto
y se aprovechaba para salir al campo, comer en el jardín
o la piscina si hacía buen tiempo, ir a Valencia a
dar una vuelta
Estos cortes en la vida diaria se agradecían
mucho. Por otra parte, esta persona daba bastante paso a iniciativas
personales.
En la zona de la administración había piscina
y, recuerdo que en verano, se disponía de un tiempo
por la tarde para poder bañarse y tomar el sol. La
vida era más humana. Durante los meses de junio y julio
había cursos anuales de numerarios y se agradecían
las meditaciones de sacerdotes ilustres o mayores en la Obra.
Estos, sí que eran los cursos anuales de los que hablé
anteriormente.
En el curso anual una se relaja, se ve la vida de un color
alegre y esperanzado, y los temas de las meditaciones eran
gratificantes, llenos de anécdotas entrañables
o divertidas. Son momentos que vienen a mi memoria con mucho
cariño.
Otro buen recuerdo que tengo de esa casa es de un sacerdote
muy mayor que pasaba grandes temporadas solo en la zona de
invitados. Había vivido los primeros tiempos de México.
No sé si vivirá aún. Se llamaba D. Teodoro.
Era una persona santa, de esas que una agradece haber conocido.
Estaba lleno de normalidad, buen humor, y descomplicación.
Era de esas excepciones, que como tal, no volví a encontrar.
No sé si porque ya era mayor, pero era de los que saludaba
con una amplia sonrisa y con normalidad, mirándote
a la cara, cosa nada común en los sacerdotes, por aquello
de la separación entre las secciones. Salía
en bicicleta por la zona y tenía mucha relación
con unas familias de gitanos que se habían instalado
en las inmediaciones. Esta era otra "rareza" muy
de agradecer.
Confesarse con él era un descanso, y en las meditaciones
que predicaba siempre hablaba del amor de Dios y de los ángeles.
Todo se reducía a eso. ¡Gracias D. Teodoro, donde
esté!.
A lo largo de los dos años que pasé en La Lloma,
tuve temporadas de altos y bajos. En general, la vida de la
casa fue agradable. Conservo un cariñoso recuerdo de
su directora, pero creo que nunca comprendió mi problema.
Por lo que ahora recuerdo, creo que pensaba que yo estaba
enferma, con una enfermedad totalmente independiente de mi
persona, que mi situación no correspondía a
una crisis interna, a un problema vital de incoherencia entre
lo que pensaba, sentía, vivía
.
Yo también estuve convencida de ello, y recuerdo mi
oración delante del sagrario, en un llanto constante,
aceptando la voluntad de Dios, entregándole mi malestar,
mi angustia vital
todo.
Sí que me permitió, implícitamente ya
que no pedí ningún permiso, escribir a mi hermano,
médico, y comentarle mi situación, aunque mi
primera carta la debió de leer hasta la portera de
la delegación ya que tardó mucho en llegarle
a mi hermano, tanto que se llegó a preocupar.
Yo estaba angustiada y a pesar de que él había
cortado la relación conmigo al irme de casa, nos carteamos
una temporada contándonos nuestras vidas. Aun conservo
sus cartas llenas de cariño y en las que me daba pistas,
que entonces no fui capaz de entender y ahora voy comprendiendo.
Yo le escribía contándole que todos ellos (mis
hermanos) eran mejores y más valiosos que yo, pero
que Dios me había elegido a mi. Yo me veía tímida,
cobarde, poca cosa, pero estaba dispuesta a aprender a sufrir,
a entregar mi nada.
Mi hermano se asustó ante semejante afirmación,
y me reprochó mi falta de ilusión por ser feliz.
Me animó a reconocer mis deseos y necesidades, que
no existían entonces. Lo único que tenía
claro es que quería ser fiel a Dios, y por lo tanto,
debía dar mi vida en la Obra.
El me recordaba, lo que nunca hizo nadie en la obra, mis
cualidades positivas, mi ternura, mi preocupación por
los demás, mi sensibilidad
Yo no hacía más que reflejarle cosas negativas
mías, mi miseria, mi egoísmo, mi carácter
raro, mi cuadriculamiento, mi complejo de inferioridad. A
la par sólo le hablaba de exigencia, de necesidad de
superar cosas, de cambiar, de machacarme porque yo, y sólo
yo, era la causa de vida desgraciada.
El se enfadó, reprochándome mi crueldad conmigo
misma, reprochándome que me apropiara de Dios por decir
que me había elegido a mí, por pensar que Dios
me exigía de forma inhumana.
Me decía: "Es necesario que te sientas humana,
que te sepas aceptar. Si te bamboleas de un extremo al otro,
(o eres una egoísta o eres una miseria) tu capacidad
de resistencia se agota, tus nervios se rompen, y aparece
la depresión.
.No pongas a prueba tu capacidad
de resistencia: ACEPTATE. No digas que eres una miseria: no
es cierto. No digas que eres egoísta: no es cierto.
No digas que padeces una enfermedad como si fuera algo ajeno
a tu persona: no es cierto. No creas en los extremos separadamente.
Júntalos y te harás un favor. Me gustaría
saber qué te han dicho en Pamplona. No puede ser cierto
que sólo te hayan dicho que tienes que cambiar de carácter"
(posteriormente, en septiembre de 1984, fui a la consulta
psiquiátrica a la Clínica Universtaria)
Yo no sé qué me decían en Pamplona (Clínica
Universitaria) pero no me calaba nada. Tampoco sé si
me llegaba lo que me decía mi hermano, pero, en él
percibía preocupación, cariño, cosa que
no sentí jamás en los centros, ni por parte
de los médicos. Desde luego que no me hablaban de aceptación
de mi misma, sino de lucha incesante contra mis defectos y
miserias, contra mis rebeldías
En una carta, le debí contar que sólo mi vida
tenía sentido por la entrega a Dios y a los demás
en la obra. Y, él me preguntó en la carta siguiente,
y "¿tu quién eres? Parece que sólo
sabes decir que crees en Dios y que vives para ayudar a los
demás. No podemos decir que estamos sólo para
ayudar a los demás. Puede ser peligroso: podemos sentirnos
superiores a las demás personas, y si nos descuidamos,
sublimar nuestros problemas personales
. Tu sigues sin
saber quien eres"
Transcribo todos estos retazos de cartas porque me parece
un escándalo que nadie en la obra, ni los propios psiquiatras
fueran capaces de ver que mis fundamentos humanos se estuvieran
hundiendo, que me estaba destrozando como persona, y sin embargo
mi hermano tuviera un poco de luz, y sobretodo, se me hiciera
tan cercano. Fue un verdadero apoyo, era mi única referencia.
Sigo con la vida en el centro.
En la casa había numerarias auxiliares, también
con problemas psicológicos y el tratamiento era el
mismo. Al día de hoy, estoy convencida de que les pasaba
como a mí, pero a fuerza de mantener una situación,
la patología se hace crónica y llega a no tener
remedio.
Otro buen recuerdo de la vida en esta casa, era la música.
Yo, por lo menos tengo conciencia de que oí mucha música,
se cantaba también bastante. Igual no fue tanta, pero
teniendo en cuenta que en los centros anteriores la música
brillaba por su ausencia, esto parecía todo un lujo.
Era el año en que Mocedades, no sé si entonces
ya se llamaban el Consorcio, sacaron un nuevo disco, con canciones
como "La llamaban loca" (dice la letra: en el hospital,
en un banco al sol se la puede ver
. Y los muchachos
del barrio la llamaban loca
.No señor, yo no estoy
loca. Estuve loca ayer, pero fue por amor.) "Dónde
estás corazón" (donde estás corazón,
no oigo tu palpitar. Es tan grande el dolor, que no puedo
llorar
). Podría nombrar muchas canciones. Yo
ponía el casete, porque casi siempre cuando más
escuchábamos música, era cuando íbamos
a la piscina, y lloraba a lágrima viva. Aquello me
ayudó mucho, porque el llanto descongestiona y relaja
muchísimo. Por lo menos, daba salida de alguna manera
al gran nudo emocional que me ahogaba.
Años más tarde, en vísperas de dejar
la Obra, creo que también fue la música la que
me ayudó a despertar interiormente. Recuerdo unas lloreras
de diluvio con el, adagio de Albinoni. En serio, la música
me ayudó a ser consciente de mi misma, de mi mundo
interior, de mi sensibilidad herida, y me hizo despertar y
ver la vida de otra manera. Me ayudó a reaccionar.
En septiembre de 1984, como he comentado anteriormente, viendo
que parecía que había algo más que el
cansancio inicial, me llevaron a Pamplona, a la consulta de
psiquiatría de la Clínica Universitaria. Iban
habitualmente algunas personas del centro. En la primera consulta
hablé con el médico sobre lo que me pasaba y
me hicieron un montón de tests. Me dijeron que tenía
síntomas depresivos. Creo que hablaron a solas con
la directora que me acompañó porque siempre
tuve la sensación de que yo no tenía todos los
datos de lo que me pasaba.
A esa primera consulta fui nerviosísima, porque estaba
segura de que me iban a decir que estaba loca de atar o me
iban a descubrir algo grave. Me pusieron un tratamiento farmacológico
a base de ansiolíticos, antidepresivos y somníferos.
Volvía a la consulta periódicamente, cada tres
meses más o menos.
De todo esto, ni una palabra a mis padres, claro. La primera
vez que fui a la clínica, sí que pasé
por casa, ya que hacía tiempo que no los veía,
pero les dije que iba a acompañar a otra al médico.
Yo fingía estar feliz y como una rosa. Nadie me dijo
si debía o no decirles nada. Pero, ¿qué
les podía decir, si ni yo misma sabía qué
me pasaba? ¿Compensaba preocuparles? Total, no se enteraban
para nada de mi vida, ¡no iba a contarles esto precisamente!
Fue algo más tarde cuando le comenté a mi hermano
de mi estado de salud.
La verdad es que aquella casa humanamente fue bastante alivio,
sin embargo, también tenía muy malos momentos,
aunque no identifico las causas. Si recuerdo que cada vez
me era más difícil controlar mis respuestas
negativas ante lo que no entendía o me parecía
mal. Empecé a tener reacciones desproporcionadas. Todo
lo que me hacía daño lo sentía con mucha
fuerza, y cuando quería hablarlo, salía mal,
a borbotones, con rabia, de malas maneras. Era facilísimo
sacarme de mis casillas. Me faltaba paciencia para razonar
las cosas. La secretaria del centro era una jovencita de muy
"buen espíritu" y más de una vez "la
mandé a la porra" de malas maneras. De esta forma,
sólo conseguía que pensaran que realmente estaba
loca de atar.
Durante un tiempo llevé la charla de una numeraria
auxiliar, también problemática y crítica.
Hicimos causa común y no paraba de meterme en líos.
Ella también acabó fuera a los pocos años.
Se fue escapándose del centro, en Murcia, después
de ir ahorrando poco a poco dinero para pagarse el tren hasta
su ciudad de origen.
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