LO TEOLOGAL Y LO INSTITUCIONAL*
(REFLEXIONES ÍNTIMAS)
Autor: Antonio Ruíz Retegui, teólogo,
sacerdote numerario del Opus Dei
*Por institucional entiende el autor
la institución del Opus Dei
11. EL SENTIDO DE
LA PERSEVERANCIA
En el caso de la entrada a formar parte de una "institución
vocacional", la naturaleza individual de la persona ha
de ser tenida en cuenta como factor decisivo. Si no se da
a la naturaleza de la persona la importancia que tiene, se
incurre fácilmente en perplejidades peligrosas y en
contradicciones insolubles. En efecto, si se considerase que
la entrega a Dios en "la institución vocacional",
es como la respuesta a una llamada explícita y personal
al modo de las llamadas explícitas que Dios dirige
en la historia de la salvación a personas muy singulares,
no se podría hablar de "tiempo de prueba",
ni se podría admitir que la autoridad declarase que
una persona no es idónea, después de haberle
asegurado que el hecho de haber recibido la vocación
garantiza la posibilidad de superar todos los posibles obstáculos.
Cuando se dice que "por tener vocación" se
pueden superar todas las dificultades, se argumenta como si
Dios o Jesucristo mismo hubiera llamado de manera explícita.
En cambio, cuando se dice que alguien no es idóneo
para el camino que había comenzado, se argumenta desde
la consideración de la naturaleza individual como elemento
determinante. Es decisivo reconocer que el propósito
de entrar a formar parte de una institución vocacional,
no puede identificarse sin más con la respuesta a una
llamada explícita por parte de Dios. Esto no quiere
decir que la vocación institucional deba ser considerada
un mero proyecto humano: en ese propósito la persona
no se confía exclusivamente a sus fuerzas naturales
y, en ese sentido, espera que Dios se comprometa con ella,
al modo de la relación dialógica aludida anteriormente.
La realidad es que la entrega a Dios en una "vocación
institucional" no constituye un fenómeno que deba
entenderse solamente en la perspectiva de la respuesta a una
llamada al modo de los llamados explícitamente por
Dios, sino más bien al modo de algo que se expresa
en la misma naturaleza individual de la persona concreta:
son las inclinaciones, la generosidad de corazón o
capacidad de entusiasmo de cada persona, guiadas por la razón
iluminada por la gracia, lo que determina el camino que deba
seguir. Pero la persona no es nunca una capacidad de amar
o una razón independientes. Para determinar el camino
que se debe emprender hay que contar con que la razón
y la capacidad de amar o de entusiasmarse con ideales grandes,
son esencialmente parte de una naturaleza individual. Esto
es muy importante, porque es posible que, a la hora de decidir
el propio proyecto de vida, la voluntad considere solamente
sus entusiasmos y no cuente suficientemente con las propias
condiciones naturales. En ese caso puede aparecer, tensiones
peligrosas, porque la naturaleza de las personas no es indefinidamente
flexible.
El caso es semejante al de la elección de la propia
profesión. Intervienen las ilusiones y la generosidad
de cada cual, pero deben intervenir también las capacidades
naturales que se tengan para ese oficio. Si alguien, movido
por la ilusión de recristianizar el mundo de la cultura
se empeñara en hacerse un maestro universitario, descubriera
que no tiene la capacidad suficiente para esa tarea, o con
el paso del tiempo advirtiera que la institución universitaria
ha decaído de su carácter original, podría
y quizá debería tratar de cambiar su situación.
Por supuesto que estas situaciones son dolorosas y muy difíciles
de afrontar. Es una gran mala suerte encontrarse en esa situación.
Pero eso no significa que la rectificación sea inmoral.
En el caso de la entrega vocacional, la irreversibilidad
no se debe considerarse deducida necesariamente de la relación
directa con Dios, como si Dios mismo hubiera llamado explícitamente
a esa persona, pues entonces le hubiera dado también
la naturaleza individual adecuada. No tendría sentido,
por ejemplo, que San Pablo abandonara la misión recibida
de Jesucristo aduciendo que no tenía capacidad para
realizarla. En su caso, no cabe duda de que la llamada era
explícita y que el mismo que le había llamado
era el que daba las condiciones para llevarla a cabo. Pero
eso no se puede afirmar, como es evidente, en el caso de la
entrega común en las instituciones vocacionales. Por
eso es posible que después de un tiempo de prueba haya
que reconocer que no se está en condiciones de mantenerse
en la misma situación. Además es posible que
las misma institución vocacional experimente cambios
substanciales. En cualquier caso hay que tener en cuenta que
lo esencial es la unión con Cristo en su Iglesia, y
que todas las instituciones que nacen en ella, son esencialmente
"parte" de la Iglesia, y nunca pueden arrogarse
un carácter absoluto, como única situación
posible para ella de unión con Dios.
La presunta irreversibilidad de la entrega vocacional debe
deducirse más bien de la naturaleza de las cosas, de
modo semejante, no idéntico, a como quien ha hecho
una opción importante en su vida, no debe variarla
si no es por razones graves. La exigencia de irreversibilidad
no es absoluta, ni el abandono del proyecto primero supone
necesariamente un apartamiento de Dios. De hecho a pesar de
los vínculos jurídicos o canónicos que
haya contraído, hay siempre un camino legítimo
de "dispensa". Y, obviamente, emprender un proceso
legítimamente reconocido, no puede significar por eso
apartarse de Dios.
Quien abandona, por serias razones, un camino vocacional,
no se aparta "eo ipso" de Dios. Desde la nueva situación
seguirá estando llamado a Dios. Es cierto que quien
se ve inclinado a desistir de un camino vital emprendido hace
años, sufre una quiebra en su vida. Esa ruptura que
puede ser muy dolorosa y en ocasiones, casi imposible de afrontar,
pero no supone inequívocamente y de suyo un mal moral.
A veces, la unidad consigo mismo puede reclamar una ruptura
con muchas relaciones mas superficiales.
Es decisivo reconocer que el deber de la perseverancia está
normado por la naturaleza de las cosas, en concreto, por la
naturaleza del ser humano, cuya unidad reclama una continuidad
en los proyectos más importantes. Por eso, en muchos
casos ha de contar el deber de mantener la propia identidad,
en el sentido de proyecto vital, también ante las personas
más próximas y queridas: hay ocasiones en que
el cambio brusco del proyecto vital equivale casi a "desaparecer"
de la vida de esas otras personas y, en consecuencia, a romperles
también a ellas sus vidas. Este deber de caridad puede
plantear el deber de aceptar sacrificios personales muy grandes,
según sea el vínculo con las personas cercanas.
La exigencia de evitar esa decisión no es una exigencia
moral absoluta. Más bien es la exigencia que procede
del deber natural de mantener el significado "institucional"
y "social" de la propia vida. La vida de la persona
es una historia que acontece "en el mundo", y esa
historia ha de ser unitaria y coherente para que la persona
no se sienta rota. Pero la unidad profunda de la vida humana
no se apoya exclusivamente en las relaciones institucionales
o con otras personas, sino en la unidad con Dios eterno.
Todo eso nos dice que la perseverancia no está normada
"directamente" por la relación teologal con
Dios. Estará vinculado con Dios en la medida en que
la relación con las personas compromete también
con Dios. De todas formas, la persona con su coherencia interna,
su salud psíquica, su serenidad espiritual y, sobre
todo, su conciencia, no puede considerarse nunca solamente
en función de los demás, aún de los más
próximos. Por eso, la perseverancia se resella con
vínculos jurídicos de diverso tipo. Estos vínculos
muestran que, de suyo, es decir, por sí misma, la entrega
no establece un compromiso indisoluble con Dios. Por supuesto,
si el abandono del proyecto de entrega procede del apartamiento
de la generosidad originaria y de una opción posterior
por la comodidad, en la medida en que supusiera una elección
del egoísmo o la sensualidad, estaría afectada
de una cualificación moral negativa.
En resumen, se debe afirmar que la perseverancia en un camino
de entrega en la Iglesia está exigida por dos tipos
de exigencias: la primera por la propia exigencia de la unidad
de la historia vital; la segunda, por el vínculo específico
que haya resellado la situación. La primera exigencia,
es semejante a la que reclama perseverar en el proyecto profesional
o social. Ésta no es primariamente una exigencia moral.
La segunda es un vínculo de alcance moral que es dispensable
por la autoridad correspondiente. En ninguno de los dos casos
se debe vincular la perseverancia a la unión directa
con Dios.
Cuando la institución pretende ser un absoluto, se
tenderá a dar una trascendencia teologal a estos vínculos.
Eso es falso y fuente de las contradicciones que hemos señalado
antes. De hecho, quienes no han perseverado en el proyecto,
aun después de ser advertidos de que abandonar su decisión
original era abandonar a Dios, son reconocidos en una situación
lícita y legítima, que puede incluso llegar
a ser reconocida como vocacional.
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