VIDA Y MILAGROS DE MONSEÑOR ESCRIVÁ, FUNDADOR
DEL OPUS DEI
HIJOS DE TODAS LAS
CLASES SOCIALES
Un sacerdote de Logroño que fue compañero de
Escrivá en el seminario de la ciudad me contaba que,
cuando se enteró de la famosa noticia de la solicitud
de rehabilitación del título marquesal, no pudo
evitar que se le escapara una gráfica expresión
riojana. La cristiana caridad a que su ministerio le inclinaba
hizo que, en seguida, el sacerdote logroñés
encontrara explicaciones y justificaciones de lo que parecía
debido a un puro delirio de grandeza de su compañero
de estudios. Pero mientras estábamos charlando en su
casa de Logroño, la tarde en que le visité,
sentados al calor de la mesa camilla, me confesó que
su primera reacción, cuando le trajeron el periódico
con la singular noticia, había sido exclamar: "¡Qué
fatada!" La palabra fatada viene de fato, que es una
variante popular de fatuo, pero la expresión se emplea
ahora en la Rioja como equivalente del "¡Qué
bobada!", común en Castilla. Es curioso, y vale
la pena señalarlo de paso, que la palabra fato designa
también en estas regiones de la antigua Iberia a los
habitantes de Huesca. Monseñor, que es barbastrino,
es por tanto fato y así, la exclamación de su
compañero logroñés nunca habría
sido mejor aplicada que en este caso. Pero mi interés
al anotar este primer impulso del buen sacerdote no se debía
sólo a mi debilidad por las sutilezas del idioma. Mi
reverendo interlocutor conocía muy bien las circunstancias
en que se desenvolvió la vida de José María
Escrivá y de su familia en Logroño y no tiene
riada de particular que expresara su sorpresa al saber que,
pasados los años, su amigo había decidido abandonar
el estado llano al que pertenecía para entrar en un
gremio que, en la imaginación del español de
la calle, y mientras no se demuestre lo contrario, se identifica
con una cierta prepotencia.
No tardaré en narrar las estrecheces que por desgracia
hubo de sufrir la familia del fundador cuando, como consecuencia
de la quiebra del honrado negocio de venta de tejidos que
poseían en Barbastro, se vieron forzados a abandonar
la ciudad del Vero para trasladarse a Logroño. Quisiera
antes, sin embargo, insistir en la relación que guarda
el aristocrático paso dado por monseñor al solicitar
la rehabilitación del título de marqués
de Peralta, con la ideología acusadamente clasista
que impregna toda su obra. Hay un dato histórico que
no carece de significación en este sentido y es que,
cuando a fines de 1925 el padre Escrivá, recién
ordenado sacerdote, llega a Madrid procedente de Zaragoza,
uno de sus primeros empleos en la capital es el de preceptor
de los hijos de un marqués. No he podido averiguar
de qué marqués, ni cuál era su gracia,
pero es lo cierto que en la época en que el joven sacerdote
empezó, como él mismo ha dicho más tarde,
a "barruntar" lo que debía ser el Opus Dei,
acudía diariamente a casa de un aristócrata
madrileño para dar clase de latín y humanidades
a sus hijos. [Hay constancia de que, por aquella misma
época, Escrivá era confesor de la marquesa de
Onteiro y decía la misa en su casa]
Su trabajo de profesor particular en Madrid de la Dictadura
le permitió ponerse en contacto con los círculos
aristocráticos y de la burguesía acomodada entre
cuyos hijos recluto el fundador a sus primeros discípulos.
El tipo de jóvenes a los que el padre Escrivá
se dirigió originalmente aparece con mucha claridad
en la máxima 63 de Camino, en uno de cuyos párrafos
se insiste en la conveniencia de tener un director espiritual,
y que comienza diciendo:
Tú -piensas- tienes mucha personalidad: tus estudios
-tus trabajos de investigación, tus publicaciones-,
tu posición social -tus apellidos-, tus actuaciones
políticas -los cargos que ocupas-, tu patrimonio...
Es evidente que el autor no se refiere aquí a una
sola persona sino a un grupo de jóvenes que, por sus
condiciones sociales y económicas, constituyen un conjunto
de "escogidos", una élite. A estos jóvenes
afortunados está dedicado Camino. En ninguna de sus
máximas tenemos la sensación de que el autor
se dirija a personas de condiciones sociales diferentes a
la de estos que podríamos llamar "superhombres"
teniendo en cuenta el estado social de España en la
época en que el padre Escrivá comenzó
entre ellos su labor apostólica. Solamente quien sea
o pretenda ser un superhombre o un arcángel puede sentirse
destinatario normal de tan estimulante lenguaje. Un joven
en estas condiciones, al decir del padre Escrivá, no
puede "adocenarse". "¿Adocenarte? ¿Tú...
del montón?" No debe volar "como ave de corral"
cuando puede hacerlo "como las águilas".
Se considera a sí mismo "caballero cristiano"
y no se acomodará a la voluntad de "cualquier
criaturilla". Por el contrario, habrá de ser "guía,
jefe, ¡caudillo!". "¡Si has nacido para
caudillo!", "que obligues, que empujes, que arrastres
con tu ejemplo con tu palabra y con tu ciencia y con tu imperio".
Creo interesante decir aquí que este napoleónico
lenguaje de Camino no ha sido en absoluto rechazado ni juzgado
improcedente por los seguidores del padre Escrivá.
Este libro, al que se ha llamado "el Kempis de los tiempos
modernos", se sigue considerando intocable en todos y
cada uno de sus puntos. Ni el fundador ni los miembros de
la Obra han apuntado hasta ahora el menor signo de autocrítica
en este sentido. Las frases que acabo de transcribir se siguen
citando como el primer día y no sólo en los
candorosos folletos de píos propósitos que la
Obra edita, sino también en los estudios más
enjundiosos y serios que puedan escribir sus hijos. Es asombroso,
por ejemplo, que Juan Bautista Torelló, que es o ha
sido fino poeta en lengua catalana y traductor de Rainer Marie
Rilke, no vea inconveniente en hablar del "magnífico
lenguaje de Camino", como lo ha hecho en su trabajo La
espiritualidad de los laicos. Una de las características
más acusadas de la personalidad del fundador, que parece
haber transmitido como herencia espiritual a sus hijos, es
la de tener siempre razón, la de no desdecirse jamás
de una afirmación hecha ni reconocer un error cometido.
Digo esto porque cualquier crítica que se haga del
contenido o del lenguaje de Camino no es una crítica
de manifestaciones que pudieran considerarse superadas u obsoletas
de la labor creadora del fundador, sino una crítica
de algo plenamente actual y vigente. La única cirugía
estética que se ha practicado en el cuerpo sacralizado
del libro fundamental del Opus Dei ha sido, como he dicho,
el retoque, en las versiones a idiomas extranjeros, de sus
rasgos más escandalosamente celtibéricos a fin
de no alarmar al lector, a quien se supone sensibilizado por
las vicisitudes de la historia contemporánea.
Con referencia a las frases que citaba antes, por ejemplo,
la pregunta: "¿Adocenarte? ¿Tú...
del montón?", que da en castellano una imagen
despectiva de los demás, se traduce al inglés
por "You a drafter? You... one of the crowd?", que
significa sólo "uno que sigue la corriente"
y "uno de la masa" o "uno de tantos".
Permanecen en inglés las metáforas ornitológicas
de las gallinas y las águilas, tan del gusto del autor
barbastrino, pero al traducir "caballero cristiano"
por "christian gentleman" se pierden irremisiblemente
para el lector anglosajón los sutiles matices del caballeresco
contenido que la frase tiene en castellano. Algo parecido
sucede al dar la expresión "cualquier criaturilla",
con que se alude claramente a alguna mujer que debilitaba
la voluntad del discípulo, por la frase "the most
insignificant creature", que no tiene el mismo contenido
despreciativo que la expresión española manifiesta
por el sexo femenino. Otro tanto podríamos decir de
"clase de tropa", afirmación clasista que
se esfuma en la traducción inglesa de "soldiers".
Finalmente, apenas es necesario indicar los matices que se
pierden al traducir la palabra "¡caudillo!"
por "leader", con olvido de los signos de admiración
que la refuerzan en el original castellano.
En los últimos años, el Opus Dei ha tenido especial
interés en difuminar lo más posible su primitiva
imagen aristocratizante y ha extendido su apostolado, como
gustan de repetir los folletos de propaganda que edita el
Instituto, "a todas las clases sociales". El periódico
de Madrid, "Nuevo Diario", en la época en
que pertenecía a la Obra, publicaba un reportaje en
el que contestaban a las preguntas del periodista sobre temas
relacionados con el Opus Dei, como decía el anuncio
del reportaje, una serie de "taxistas, camareros, guardias
municipales, carboneras, banderilleros, modistillas, peluqueros,
etc., todos ellos miembros de la Obra". El propio fundador
ha podido decir que hay en el seno del Opus Dei "desde
campesinos que cultivan la tierra en pueblos apartados de
la sierra andina, hasta banqueros de Wall Street" y que
"para mí, igualmente importante es el trabajo
de una hija mía que es empleada del hogar, que el trabajo
de una hija mía que tiene un título nobiliario".
Es interesante señalar aquí que, en el corazón
magnánimo del fundador, no se hacen diferencias entre
las personas por el "simple hecho" de su pertenencia
a clases sociales diversas. El padre Escrivá demuestra
con ello poseer en alto grado otra virtud de gran predicamento
en España: monseñor es "muy sencillo".
Lo mismo le da charlar con un gran financiero que con una
asistenta, con un albañil que con una condesa. Tiene
una especial debilidad por los bedeles de la universidad de
Navarra, a quienes abraza efusivamente en sus visitas, y por
las asistentas, a las que suele llamar "esas benditas
mujeres de la limpieza". A los financieros los trata
muy simpáticamente, un poco como si fueran niños
que no piensan más que en jugar con sus juguetes. Cuando
alguno de ellos se presenta con un coche nuevo, monseñor
se pone muy contento y dice: "Ay, este hijo mío,
¡qué coche tan bonito se ha comprado!".
No sabía que, como afirmaba "Nuevo Diario",
hubiera en la Obra "carboneras" ni "banderilleros",
aunque tenía noticia de que existían "peluqueros",
"midistillas" y "guardias municipales"
miembros del Opus Dei. En cuanto a "taxistas", que
yo sepa, hay uno o dos en la capital de España. Cuando
el viajero sube al taxi, el conductor opusdeísta se
vuelve a él y, con una sonrisa, le tiende un ejemplar
de Camino para que lo lea durante el trayecto. Pero no se
crea que la expansión social del Opus Dei se limita
a estas profesiones de las que podría decirse que están
al servicio de la clase media de la ciudades. Alardea el Instituto
de contar entre sus miembros "incluso" a mineros
asturianos. Como se encargaron de propagar los órganos
de difusión ligados a la Obra, uno de los números
fuertes de la concentración opusdeística que
tuvo lugar en Pamplona con motivo de la asamblea de "Amigos
de la Universidad de Navarra", fue precisamente la llegada
de un grupo de "simpáticos" mineros asturianos
que se pasearon durante varios días por la ciudad con
su "típico" casco con linterna. Esta "escogida
representación del mundo obrero regaló al padre"
una lámpara de mina. [Los biógrafos de la
Obra insisten mucho en resaltar la labor apostólica
que Monseñor Escrivá hacía ya en el Madrid
de los años veinte entre los pobres y los enfermos,
cohonestándola con la que llevaba a cabo entre los
aristócratas y los hijos de buena familia. En su celo
espiritual, Escrivá llegó al extremo de acudir
a un burdel madrileño para dar los últimos auxilios
a un pobre señor que allí se estaba muriendo]
Siguiendo las inclinaciones populistas del fundador, el Opus
Dei ha procurado intensificar en estos últimos años
su acción apostólica entre las clases populares
especialmente por medio de la creación, en los suburbios
de algunas grandes ciudades, de Centros de promoción
social y capacitación profesional de los obreros que
a ellos acuden. Estos centros están sostenidos por
las caritativas aportaciones de industriales y comerciantes
que ven con buenos ojos esta labor de formación técnica
y religiosa de la clase obrera. A este tipo de centros pertenece
el llamado Tajamar, en el madrileño barrio de Vallecas,
donde recientemente el Opus Dei organizó unos "cursos
de Teología para obreros". Otra realización
demostrativa de la "inquietud social" del Opus es
el centro ELIS (siglas de las palabras italianas Educación,
Trabajo, Instrucción, Deporte), situado en el popular
barrio romano del Tiburtino. Contrariamente a lo que sucede
con ios grupos cristianos más avanzados, que en su
acción social no invocan motivos religiosos de ningún
tipo, la actitúd del Opus Dei es totalmente confesional.
Sin mencionar concretamente el campo laboral, que en la época
en que se escribió Camino quedaba a mil millas de distancia
de su actividad apostólica, el fundador se refiere
en una de la máximas del libro a la necesidad de mantener
esa confesionalidad:
Aconfesionalismo. Neutralidad. -Viejos mitos que intentan
siempre remozarse.
¿Te has molestado en meditar lo absurdo que es dejar
de ser católicos, al entrar en la universidad o en
la asociación profesional o en la asamblea sabia
o en el Parlamento, como quien deja el sombrero en la puerta?
La reciente y creciente, preocupación del Opus Dei
por extenderse entre la clase obrera ha sido caricaturizada
en la imaginación popular española, a través
de chistes y juegos de palabras. De un famoso banco, que según
se afirma está controlado por miembros del Opus Dei,
decía uno: "El consejo de administración
de ese Banco está totalmente compuesto por gente obrera".
"¿Cómo por gente obrera? -contestaba el
otro-. ¡Pero si son supercapitalistas!" A lo que
el primero replicaba: "No, hombre, no. Quiero decir que
todos son de la Obra". Se decía también
que en un edificio en construcción perteneciente a
una conocida inmobiliaria se había colocado un cartel
con esta leyenda:
Prohibida la entrada
a toda persona ajena a la Obra.
Como se ve, monseñor tiene "hijos e hijas"
a todo lo ancho del espectro sociológico: campesinos
y banqueros; "empleadas del hogar" y damas nobles;
obreros y presidentes de consejos de administración;
mujeres de la limpieza y modelos de alta costura; carboneras
y cantantes de ópera; ingenieros y taxistas; y también,
como el mismo monseñor dijo en la memorable ocasión
de Pamplona, "gitanos y guardias civiles". El Opus
Dei de los años setenta es un completo muestrario de
las posibilidades laborales del variopinto mundo occidental.
Un conocido mío, miembro de la Obra, me resumía
triunfalmente esta situación diciendo: "Mira.
Tenemos de todo".
El Opus Dei tiene "de todo", pero esa misma preocupación
por aportar especímenes del mayor numero posible de
variedades sociológicas, ese divertido muestreo que
se nos presenta en el escaparate de la Obra, no hace más
que confirmar el carácter profundamente conservador
del pensamiento del padre Escrivá que inspira la acción
de sus "hijos". Cuando el fundador dice en las entrevistas
de prensa que "venero a las autoridades de los países
que visito", se manifiesta plenamente de acuerdo con
el ideario de toda su vida. Monseñor no pone nunca
en cuestión las estructuras sociales que encuentra
en esos países. Su labor apostólica empieza
a partir de esas estructuras. El "nosotros no sacamos
a nadie de su sitio" quiere decir, sobre todo, que el
Opus Dei considera que cada persona está bien donde
está y debe seguir estando en el sitio que ocupa. En
una elocuente máxima de Camino el autor dice:
¡Qué afán hay en el mundo por salirse
de su sitio! ¿Qué pasaría si cada hueso,
cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar puesto
distinto al que pertenece?
Y añade, perspicaz:
No es otra la razón del malestar del mundo. Persevera
en tu lugar, hijo mío.
En una ocasión, un miembro de la Obra que trataba de
explicarme la esencia del mensaje del fundador del Opus Dei,
me contó una historia que, según dijo, a él
le había hecho llorar. El clímax del episodio
lo constituía la muerte del protagonista, un muchacho
del Opus que trabajaba como empleado de una tienda de tejidos.
Al parecer, este muchacho se quedó solo en el establecimiento
una tarde en que sus compañeros, a la hora del cierre,
salieron precipitadamente para ver un partido de fútbol
que transmitía la televisión. El chico del Opus
renunció a ver el partido con el fin de poner en orden
unas piezas que habían quedado tiradas sobre el mostrador.
Y he aquí que en este mismo momento se murió
de un ataque al corazón. Al parecer, el chico había
dejado escritas unas cartas en las que, con frases acertadísimas
que no podía reproducirme, hablaba del profundo impacto
que había hecho en su alma la idea del padre Escrivá
de que cada uno debía estar en su sitio y servir desde
ese puesto a los demás. Que si todos hiciéramos
lo mismo y fuéramos menos egoístas, el mundo
andaría de otra manera.
Me contó también otra historia parecida, de
estas que podríamos llamar de "morirse al pie
del cañón". Se trataba de un obrero, mecánico
de automóviles, también del Opus, que se quedó
muerto mientras arreglaba la dirección de un "600".
Lo mismo que el muchacho que se murió poniendo en orden
las piezas de tela, este obrero dejó también
cartas escritas hablando de la gran ayuda que las enseñanzas
del padre Escrivá habían representado para él,
pues le habían hecho comprender que, para alcanzar
la perfección, no hace falta más que servir
a los demás desde el propio puesto de trabajo. Quien
sea obrero, pues obrero; quien sea financiero, pues financiero.
Mi interlocutor me contaba emocionado estas historias de fallecimientos
testimoniales y ejemplares de abnegados hijos de monseñor
Escrivá de Balaguer.
La ñoñería del mensaje del Opus Dei al
mundo del trabajo alcanza niveles espectaculares en una colección
de libritos ilustrados que se distribuye en las iglesias y
centros de la Obra. Uno de los cuadernos se titula El trabajo
de Pedro y otro, Antonio 1 el Grande. Pedro es el campesino
y Antonio, el obrero. Pedro alcanza pronto la santidad y,
de hecho, aparece desde las primeras páginas con el
halo de santo sobre la cabeza. La agricultura siempre ha sido
una profesión más sana que cualquiera de las
que se puedan ejercer en las ciudades. A Antonio, llamado
Toño por sus compañeros, le cuesta más
trabajo comprender la idea de Escrivá de Balaguer de
que la santidad consiste simplemente en hacer bien el trabajo
de cada día. Antonio sueña con hacer grandes
cosas. Se imagina que va montado en un caballo, vestido de
romano, y se imagina también que es propietario de
una gran fábrica en cuya fachada se puede leer un letrero
luminoso que dice: ANTONIO. Finalmente, viendo que no puede
conseguir su sueño de vestirse de romano y salir montado
a caballo y mucho menos todavía su sueño de
ser propietario de la fábrica, decide ir a ver a su
tío Pedro en el pueblo para que le indique el camino
que debe seguir. Resulta que Antonio tiene un primo muy cabezota
y manirroto que se llama Pandolfo y, desde que Antonio se
convierte gracias a la buena influencia de su tío Pedro,
su única preocupación consiste en reformar el
carácter imposible de Pandolfo. En el curso de la narración
se nos presenta una deliciosa galería de dibujos que
muestran los diversos oficios y empleos dados, cada caso por
partida doble, con las inscripciones: no así y sí
así. Hay dibujos de "empleada del hogar",
oficinistas, burócratas de ventanilla, albañiles,
camioneros. En cada dibujo, el que trabaja mal y protestando
tiene cara de malo y amargado mientras que el que trabaja
bien está sonriente y tiene siempre el halo de santo
sobre la cabeza. Finalmente todo el mundo se convierte y aparece
una especie de plaza en que todos van con el halo de santo,
cada uno a lo suyo. En la última página, Antonio,
el obrero del Opus Dei, aparece sorbe un pedestal de mármol
con la inscripción: "Antonio I el Grande".
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